Tras los conceptos fundamentales
que se conocen como; ello, yo y superyó, constitutivos del aparato psíquico, otorgándoles
funcionalidades políticas o encontrando las mismas, en la tríada que divide los
poderes de los estados occidentales, podríamos maridar, sin temor a que digamos
nada que no se traduzca como real, como operando en lo simbólico y tal vez, en
lo arquetípico de lo imaginario, que el ello es el poder legislativo (el carácter
deseoso de la ley, que muchas veces hasta resulta, o todas las veces,
incumplible en tales términos) el yo (la ejecución de lo presente, o la
administración de lo circundante, el poder ejecutivo) y el superyó (penalidad y
contrarresto de lo deseante puro, poder judicial). La explicación psicológica o psicoanalítica
del molde institucional que concibió y concibe el engranaje mediante la cual,
la ciencia política creyó concebir algo que le perteneciera en un porcentaje
destacable, no es más que la prueba fehaciente que de la frase “lo personal es
político” debiéramos buscarlo en sus trasfondo, en lo subyacente, para
explicitar que lo político-democrático, actual, estructurado como esta, jamás podrá
permitirnos algo más allá de un tratamiento y jamás una cura, respuesta
determinada, acabada o definición manifiesta. Se trata de nuestra condición, no
de los sistemas, ni de como estemos cada uno de los cuales podemos llegar a
interpretarlo o en el mejor de los casos plantearlo bajo modificaciones.
En la siguiente como brillante,
síntesis para un artículo que busca enhebrar también el vínculo entre
psicoanálisis y política, Nora Merlín, nos alumbra de la siguiente manera: “Recordemos
brevemente el planteo que hace Freud en Psicología de las masas y análisis del
yo. Afirma allí que las masas son asociaciones de individuos que se manifiestan
con características bárbaras, violentas, impulsivas y carentes de límites, en
las que se echan por tierra las represiones. Son grupos humanos hipnotizados,
con bajo rendimiento intelectual, que buscan someterse a la autoridad del líder
poderoso que las domina por sugestión. Se trata de una constitución libidinosa
producida por la identificación al líder, en la que una multitud de individuos
pone en el mismo objeto (el líder) el lugar del ideal del yo –operador
simbólico que sostiene la identificación de los miembros entre sí–. Por lo
tanto, dos operaciones constituyen y caracterizan a la masa: idealización al
líder e identificación con el líder y entre los miembros. En resumen, la masa
implica una respuesta social no discursiva sino puramente libidinal”. Merlín,
N. “Laclau y el Psiconalísis”. Página 12. Buenos Aires. 22 de Abril de 2014).
El artículo de la autora, como su
título lo indica, continua con una interesante interpretación del giro psicoanalítico,
mediante el clivaje “populismo” que le daría, según su consideración Laclau, a
lo expresado por Freud, que naturalmente leen la perspectiva desde el fenómeno
sujeto y sus conflictividades y para nosotros, sin embargo, la lectura, pasa
por pararse desde la óptica de lo estructurado, tanto en lo que luego deviene
como lenguaje, pero que funge como aparato, psíquico y más luego, el político,
que replica las misma y tajante estructuración.
En el aparato psíquico, (del que
no queremos profundizar tanto por economía del lenguaje, como por el riesgo que
implicaría el salirnos de eje) que navega bajo (en la mítica referencia del
iceberg) los tópicos de lo consciente, lo preconsciente y lo inconsciente, la
réplica política, es cabal y contundente.
El aparato político que sostiene
los tres poderes del estado (hemos trabajado, sobre todo en la razón de ser del
poder judicial y de la necesidad que le brindan los politólogos de ese
contrapeso con los otros poderes, pero que a nivel argumental es escaso o
pobre, desde Montesquieu en el “Espíritu de las leyes” a todos sus
continuadores como muestra fehaciente de lo que afirmamos, nos replica la estructura
no obramos ni pensamos política o racionalmente) navega en la legitimidad, en
su continuidad, por obra y gracia que los tres tópicos que le permiten tal
transitar, no son más ni menos que las clases sociales, o grupos o facciones
que bien podrían dirimirse entre los que participan o son parte (políticos,
clase alta, elite, círculo rojo, dominante) los que desean serlo, porque lo han
sido (ellos o familiares) o porque tienen condiciones para creer o sentir que podrán
ser parte (clase media) y finalmente los que no tienen conciencia de los que
les está ocurriendo ni a ellos, ni en su rededor, los pobres, marginales o en
estado de excepción (permanente, bien vale el oxímoron ) que sólo pueden
ocuparse de sobrevivir de rato en rato.
Como acabamos de ver los tópicos están
replicados y más allá de semánticas o de nominaciones, la estructuración de
nuestra política actual y por ende sus conflictividades, tienen mucho más que
ver con las estructuraciones con las que nos arrojaron al mundo. Lo personal no
sólo es político, sino lo psicoanalítico lo es.
Como bien sabemos, a título de
adagio: "Es a esa articulación de la verdad a la qua Freud se remite al
declarar imposibles de cumplir tres compromisos: educar, gobernar,
psicoanalizar".( J. Lacan Lectura Estructuralista de Freud. Pág. 178) tal vez
pueda resultar ahora, más comprensible, entendible o analizable. Precisamente a
Lacan se le atribuye también una frase a la que estaríamos haciendo honor: “Sí
usted no entiende mis textos, tanto mejor, tendrá la oportunidad de explicarlos”.
En lo posible, que es lo pasable,
lo transitable o lo vivible, cada quién sabrá qué hacer con lo suyo (en el
mejor los casos con la guía de su analista) lo significativo, al menos para
nosotros, es que así como toda la academia-cultural e intelectual, consideró y
considera que sus administradores o políticos, deben conocer de derecho, leyes,
ciencia política (en esta periodicidad le están agregando la exigencia de
conocimientos económicos) y demás, estamos en condición de afirmar, que bajo la
estructura que nos estructura y por la que estructuramos lo político, tener un guía
político, un buen político entendido en ese significante extenso de bueno,
sería alguien que comprendiera ciertas nociones analíticas, al menos sí no la
ve o no se interesa, que las respete, que las valore y que no las desprecie.
Bajo tales signos estamos determinados, más allá de nuestros gustos, placeres,
gozos e incluso de nosotros mismos.
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