jueves, 30 de agosto de 2018

Una relación de mierda.


Sigmund Freud sostenía que el dinero y las haces eran equivalente simbólicos. El placer que obtenemos al retener o al largar la materia fecal, se corresponde con la forma en la que nos manejamos con el uso del dinero. Si acumulamos, atesoramos, no lo largamos, es en definitiva no porque tengamos, sino porque no la queremos gastar. La ecuación es sencilla, rico es en definitiva el que no tiene nada propio. El largar, hacerla circular, tanto como inversión o gasto, cobra sentido, en toda su dimensión, mediante la traducibilidad, es decir mediante la cotización que hagamos de los intercambios. Mientras más consolidado y seguro estemos de lo que hacemos, mas podemos hacerlo valer ante los otros con los que nos correspondemos en el transitar el intercambio y por ende de la existencia, ontológica, como colectiva y de mercado. Esto es básicamente la confianza, de la que hablan los que no la tienen o no la generan. El día que entendamos o que queramos, que los números nos cierren o se traduzcan, favorablemente, nos daremos cuenta que más que economistas, necesitamos personas que piensen en las distintas áreas de gobierno.

Lo propio, lo de uno, más luego, debe ser siempre, indefectiblemente, validado por un otro. Si yo digo que esto es mío, debe existir un ámbito para que otros se notifiquen de mi manifestación de propiedad, hasta para el caso de que la pretendan para sí o me la pidan prestado. Por lo general el circuito de validaciones, es algo más sofisticado, o más entretejido que una lisa y llana transferencia. Se nota con excesiva claridad en el ámbito educativo-profesional. Para ser un doctor en algo, se necesita haber pasado por cientos de exámenes, haber aprobado la consideración de tantísimos docentes, más la consabida convivencia con pares, para luego, tener la legalidad como la legitimidad de cobrar honorarios por una actividad regulada en el concierto de la comunidad en donde uno se desenvuelva. Ahora bien, y existen muchos casos por cierto, se puede comprar un título de algo, que más allá de la encrucijada moral y la acción claramente ilegal, tenga como finalidad aquello que se expresa siempre de seguir estudiando y no abandonar, para al menos tener el título colgado, por más que no se trabaje ni se haga nada más con el mismo. Esta es la acción que define al rico en relación al dinero. Al acumular, es decir al obtener el título de grado, robando el espíritu y la finalidad del mismo (es decir comprándolo para atesorarlo) quién piensa que obtiene algo en verdad desvirtúa el concepto del tener. Es decir lo violenta, lo cosifica y lo petrifica en una mera transacción que le hace perder al comprador, como a la compra, la razón de ser de ambos, cómo y por sobre todo, del intercambio. De aquí que, el rico en el fondo, nunca tiene nada propio, nada que le haya valido la pena, sino que acumula transacciones para finalmente para la transacción, es decir no gastar. Para continuar con una proyección en clave psicoanalítica, podríamos decir que el rico, nunca deja de ser el niño que guarda los dulces que obtuvo en el cumpleaños, para llevárselo al significante madre y no consumirlo ni hacer nada mas con esos dulces, que perpetuar su relación de niño para con esa madre, mostrándoles tales adquisiciones y ofrendándoselas.
Las relaciones de sentido, adultas y extrapolando, las comunidades o sus mercados, en donde la traducibilidad, el intercambio, se encuentra más razonado, genera ámbitos más productivos como ecuánimes.
Es decir ninguna sociedad con altos índices de pobreza y marginalidad, puede tener o acarrear estos problemas, solamente por variables o variantes económicas.
Sí los ciudadanos de las aldeas occidentales, en donde las tormentas económicas, financieras, de tipos de cambio, de recesión, inflación, estanflación o de cualquier anomalía en términos de administración, piensan, creen, sienten o se convencen que tales situaciones coyunturales se pueden solucionar bajo resultantes numéricos, es decir mediante enclaves económicos, entonces tal aldea, tendrá más que un problema puntual, sino uno conceptual y de entendimiento pleno. Cualquier suma, que de lo que sea, hará de tal lugar, un sitio, en los términos que fuese, inviable.
Hasta la reforma protestante la humanidad concebía al dinero como algo sucio, oscuro, demoníaco. Luego de tal hito, se endioso a lo que era el vil metal y la traducibilidad, como la acumulación, se constituyeron en dogmas incuestionables.
Debemos repensar la relación de mierda que tenemos con el dinero, tanto en el ámbito del lenguaje evidente, como en el estructurado como tal en el inconsciente. Lo que podríamos hacer mientras tanto, es seguir escuchando a los que hablan de números, pero sin dejar de comprender que ellos ven la fotografía, el fenómeno superficial, en definitiva el resultante. Nos dicen el olor que tiene la mierda, pero no la relación que tenemos y por ende como mejorarla, para esto están las personas que piensan (llámese intelectuales, filósofos o como fuese) y estos son los que debieran estar más en contacto, más a mano, más cercanos con las personas, que votadas por el pueblo, toman las decisiones que impactan en la comunidad.
Usted podrá retener este pensamiento o hacerlo circular.


domingo, 5 de agosto de 2018

El deseo no se expresa en lo manifiesto.


Tal como en la afirmación Hegeliana “Yo no soy nada, lo otro de mí lo es todo”,  nada que pretendemos desde lo más auténtico de nuestro ser, podemos exteriorizarlo desde la traducibilidad de las palabras. El poder de garabatear signos, no es más que el síntoma expreso de la mudez a la que no podemos escapar, del contundente y silente presidio a la que nos condena el sinsentido. Esto mismo se explica sólo sí en la medida de su no explicación, mediante palabras, tras la epocalidad en la que transitamos, bajo la conciencia en la que nos creemos lógicos como comunicables.
Que seamos finitos, que perezcamos sin aceptar este contundente condicionamiento, es la prueba efectiva de que estamos habitando otro lugar, en donde latimos más profundamente, o para decirlo de otro modo, somos más auténticamente, donde tal vez los deseos se correspondan con nuestros actos o sensaciones más palmariamente.
Sí es que alguna vez hemos pensado, que vivimos en el mejor de los mundos posibles, es porque naturalmente, podamos ser, una versión diferente, apocada o disminuida de la que potencialmente pudimos desarrollar y que por ello, tendemos a desear lo imposible de un mundo que se nos escapa de la mundanidad finita.
Ningún ejemplo será tan explícito cuando afirmamos que estamos realizando algo que lo hacemos porque nos interesa el otro, el colectivo o lo público. Nada es menos real que expresar que hacemos algo que nos impulsa por lo que nos excede, por lo que nos es ajeno, lo que no nos pertenece. En todo caso, o en el mejor de los casos, lo hacemos, porque tememos a eso que se nos presenta como extraño y por tanto, pretendemos tutelarlo o maniobrarlo, desde la bondad, que no deja de ser el engaño, de que estamos interesados en tener el control de manejar, lo otro, por temor a ser manejados o tutelados por eso mismo que desconocemos.
Es muy difícil el reconocer esto, el ponerlo en palabras, difundirlo y actuar en consecuencia. La palabra, ni bien expresa, ya construye literaturidad, es su verdadera razón de ser. La semántica no pretende tener ningún valor de verdad, sino solamente de señalamiento. La nominalidad no busca discernir, sino simplemente caracterizar. La verdad, a decir de I. Bergman es sólo la pasión de los mentirosos, es un canal de ida en la que la salida se corresponde con el mismo ticket de entrada.
Tal como indica la teoría psicoanalítica, el inconsciente, estructurado como un lenguaje, nos manifestaría sus posiciones por intermedio de lo sabido; sueños, chistes y lo decodificable, analista mediante.
Sin embargo, es necesario, como imprescindible que en todo lo que creemos o definimos como asuntos públicos, a través de lo que comunican los medios de prensa, podamos socializar este principio que podría sintetizarse como; Nadie que nos prometa lo mejor para todos, está en su búsqueda o tiene tal intención.
En el oxímoron de la definición democrática, su imposible es lo perverso. Nadie quiere ser gobernado por el pueblo, dado que este o es el otro, o en su significante extenso, no es nadie.
Más allá de lo que podamos querer para cada uno de nosotros, muy difícilmente, queramos para organizarnos social o políticamente, ser gobernado por un otro o por nadie en el engaño del todos o del pueblo. Esto es lo que nos promete lo democrático, lo que inercialmente, aceptamos como un supuesto deseo colectivo, que no es tal, ni por asomo.
Sería interesante que manifestemos lo que deseamos, mediante los canales que vayamos encontrando y que se correspondan con lo eso que pretendamos.
Los poderes del estado, constituidos, instaurados y legitimados, por la prensa que únicamente se encarga en sostener tal régimen, tal status quo, jamás dirá que es lo que pretendemos o deseamos, por ello, los medios de  comunicación, solo expresan lo expresable, no solamente porque están codificados como una tabla en donde se manifiestan mediante el lenguaje socialmente aceptable.
Es decir, sí tuviésemos un canal de noticias, un  periódico o una radio, en donde sólo se brindaran todas y cada una de las informaciones que tengan que ver con lo público y no desde donde emanan o sale esos supuestos manifiestos (el poder político, el poder institucional, el poder académico, el poder religioso, el poder económico y todo poder  que oblitera lo que enuncia se encargará el trabajar u ocuparse de los demás) podríamos dar por sentado, que a la humanidad le interesa algo que tiene que ver con su propio género y que exceda la individualidad del que está pensando, enunciando o comunicando.
Desear, expresar y manifestar, podrían ser sinónimos o significar aspectos semejantes, esto no sólo es prueba fehaciente de los límites del lenguaje y por ende de nuestros propios límites, sino por sobre todo, que nada que tenga que ver con el todos, de lo colectivo, de eso que la política nos presenta como democrático, saldrá de algo que no tenga que ver con un aspecto personalísimo de cada uno de los existentes, que apenas nos diferenciamos de los que nos rodean, por atravesar cosas semejantes o iguales en un fractal de espacio-tiempo, distinto o diferente.
Esto es todo nuestro fenómeno humano, al resto lo dimos en llamar literatura y es lo que nos solapa, narcotiza y adormece, haciéndonos creer que estamos encaminados por un deseo o sueño, del que más nos alejamos a medida que creemos alcanzarlo o asirlo.
La sexualidad es el correlato del pliegue en donde creemos estar actuando por otra cosa que no es más que lo instintivo de continuar, pese a que no nos preguntemos o preguntándonos, más allá de las respuestas que podamos encontrar, sí es que vale la pena la experiencia humana. La sexualidad, en última instancia es el consuelo de nuestras carencias, las irredentas  respuestas que no refieren a lo que nos preguntamos o lo que podríamos pretender ser mediante esas preguntas que tal vez no se correspondan ni con nuestros miedos ni con los medios que tengamos como para hacerlos visibles.
Tener sexo es como ir a votar, en el mejor de los casos, no sabemos muy bien porque lo hacemos, que nos impulsa a ello, pero nos gusta, nos debilita, fortaleciéndonos, nos engrandece en la medida que nos empantana.
No nos interpelamos en nuestra sexualidad, en preguntarnos en que buscamos al perpetrar la continuidad de la especie, bajo el argumento no expresado de que alguna vez lo haremos mejor, tal como cuando votamos o cuando nos organizamos políticamente, siempre esperanzados por un deseo que no sabemos sí es tal.
Conviene que busquemos, bajo esas otras lógicas, que es lo que queremos, sí es que queremos algo y si podemos plantearnos esto mismo, bajo estos términos. De lo contrario, seguiremos haciendo lo que hasta ahora, que no es más que lo igual, o variaciones muy escasas de un modelo que aburre, cuando no oprime, otras posibilidades de ser, que tal vez, se animen a ir más allá del límite, de lo pensado o de lo deseado.