sábado, 20 de enero de 2018

La significación de la vagina o del significante democrático.


Mientras en los guetos intelectuales continua la discusión por la herencia lacaniana, en relación a sus distintos seminarios, uno de ellos, que plantea “la significación del falo” pronunciado en 1958, llevado al plano de lo político (suponiendo la existencia de esta faz, sumada a los planos psicoanalítico y filosófico) representaría la anuencia, la aceptación, de lo humano, con respecto a las formas de gobierno que irrumpieron en aquel entonces, donde el poder como tensión (como demanda inmanente en o de lo colectivo) se obliteraba, en el otro plano, es decir se reconvertía en un significante político que se presentaba, fálico, turgente, penetrante, agresivo, invasor; gobiernos autoritarios que reaccionaban a la fantasía de poder ser castrados, con la impetuosa e irrestricta aplicación de una ley penal, que en su primera como última ratio, ejercía violencia en todas y cada una de sus modalidades posibles. En la actualidad, a plena luz de nuestras complejidades democráticas, el poder desentrañar los nudos (“El complejo de castración inconsciente tiene una función de nudo”, afirmaba Lacan en la significación del falo, que más luego citaremos en forma más extensa) que nos propone la faz política, nos permitiremos el analizar, la cuestión democrática, en donde se inscriben sus acciones, o sus faltantes, ausencias, obliteraciones entre las demandas (per se naturales ) y los deseos que surgen como resultantes de la no totalidad o no concreción de lo demandado. Llamamos a esta faz, psicoanalítica, que bien podría ser correspondiente al plano simbólico, desde donde se terminan de inscribir los significantes. Esta es la razón por la que la vagina, como otrora desde los tiempos de Freud y luego Lacan, funge como el elemento que se traducirá más luego como el significante democrático, como lo señalábamos al comienzo, a diferencia de los tiempos políticos incluso de quiénes postularon al falo como el objeto constituyente de lo normativo, o constitutivo del poder como de su administración.
La vagina es democrática por antonomasia. La vagina es abertura, es dolor de parto como pliegues de succión, es puerta de salida del ser invaginado como puerta de entrada al mundo del clímax en donde se funde y confunde, placer con satisfacción. La vagina es la última instancia, el último responso antes del vacío sideral, símil a los agujeros negro, en donde el tiempo y el espacio, se van de razón, se tergiversan en la posibilidad de la otra vida, en el más allá de esta vida, que no debe ser más que el estadio intrauterino del cuál provenimos, en donde no había nada por demandar, de allí que no existiera el deseo en cuanto tal y por ende la no facultad de conciencia, mucho menos de deseo.
En la constitución de esto mismo, es que antes de ser seres deseantes, somos seres demandantes. Al no poder sernos correspondidas todas y cada una de ellas, esos faltantes, desajustes o no provisiones, las constituimos en deseos que operan en el plano de lo filosófico, es decir en lo que puede como no puede ser, en el reino de las primeras y las últimas causas. El deseo se agrava en complejidad, dado que al cumplimentarse, deja de ser tal o de operar como deseo, lo mismo sucede con la filosofía, no puede ser ciencia que determine un campo acotado, ni mucho menos un ejercicio que cumpla una función específica.
Al no tener, el sujeto político, es decir el hombre atado al contrato social (entiéndase este como condicionante, o como sucedáneo de una lógica de amo y esclavo) un resultante conveniente, convincente, que lo reafirme en su posibilidad de ser todos a la vez (de aquí surge la igualdad de posibilidades o de oportunidades, como si fuese un axioma al estilo la prohibición del incesto antropológico) no en el mismo tiempo claro está, respetando el principio de no contradicción, y habiendo atravesado la fase del falo, es decir, habiendo transido la consumación del poder, desde la turgencia peneana de los modos y las formas abusivas y arbitrarias de los gobiernos pre democráticos, es que ingresamos a esta viabilidad democrática o vaginal.
Recordemos, en el siguiente extracto, el texto del que tomamos la referencia: “El falo es el significante privilegiado de esa marca en que la parte del logos se une al advenimiento del deseo. Puede decirse que ese significante es escogido como lo más sobresaliente de lo que puede captarse en lo real de la copulación sexual, a la vez que como el más simbólico en el sentido literal (tipográfico) de este término, puesto que equivale allí a la cópula (lógica). Puede decirse también que es por su turgencia  a la imagen del flujo vital en cuanto pasa a la generación…Digamos que esas relaciones girarán alrededor de un ser y de un tener que, por referirse a un significante, el falo, tienen el efecto contrariado de dar por una parte realidad al sujeto en ese significante, y por otra parte irrealizar las relaciones que han de significarse” (Lacan,J. “La significación del falo”. 1958).
A lo largo de la historia, el sujeto de lo humano, es decir el ser, no decodificado en sus manifestaciones en los otros planos desde los que habla, dispuso, por citar ejemplos, que la histeria, etimológicamente, útero, refería solo a una suerte de incapacidad o problemática, solo atribuible a la mujer, a la misma se le impuso (en muchas culturas, lamentablemente sigue siendo así) la posibilidad de sus desarrollos de derechos laborales, cívicos o electorales, en tiempos en donde se escribían las fases del falo y la significación del mismo.
No es casual, que en todas las manifestaciones, o quejas o demandas (en verdad deseo de tener una sociedad o una democracia mejor) existan principios tales como “la revolución será feminista o no será” y se acompañen acciones del llamado género para luchar desde la perspectiva de la mujer como nunca antes.
Esto es un claro síntoma, no un diagnóstico ni la postulación de un tratamiento o del mejor.
En términos claros, no significa que quién porte vagina, tenga más (como tampoco menos) derechos que quién no la porte. El significante de la vagina, es que la democracia es una gran vagina social, plausible de comportamientos histéricos, de aplazar la concreción, de mostrar sus ambivalencias entre madre y mujer, de estar abierta, pero no siempre, sino a resguardo de ser comprendida, bien tratada, de lo contrario, puede cerrarse, volverse frígida, seca, petulante, indiferente y hasta cruel, como la muerte misma que no deja de ser la misma puerta, esta vez de salida, como lo fue la de entrada, la vagina de la mujer.
En el plano desde donde operemos, transitemos, nos obliteren o podamos desandar nuestra experiencia de lo humano, esta es una válvula, por no decir vulva que nos compensa en todo lo no correspondido, que nos devuelve la esperanza (que nos transforma en deseantes), de esa añoranza arquetípica de haberlo tenido todo, en ese mundo perfecto de lo intrauterino, pero esta vez, con el encanto de la seducción femenina, de que elegimos, a cada paso que nos va a suceder, como la promesa democrática, que no tiene solamente perfume, sino que es en su esencia, el sujeto político, en lógica femenina de nuestros tiempos actuales.



jueves, 11 de enero de 2018

La fase del falo debiera ser la fase de la vagina (Deconstruyendo a Freud).

“La elevación del falo a estatuto de fase. El falo pasa a constituir una fase del desarrollo de la libido…Fase implica obligatoriedad en el tiempo, más emergencia de una estructura nueva…para Freud esta fase tiene un valor fundamental en la constitución del sujeto. ¿Por qué el pene es elegido para elevarlo a nivel de fase, por qué no la premisa universal de la vagina?. Las dos respuestas de Freud son: La primera por la estética y la segunda por la clínica…La primera por propiedades de forma, estéticas, por su modo de aparecer… La vagina no se ve…La vista es constitutiva de lo sexual en tanto tal. La razón es algo pobre pero no se puede decir mucho más. La razón clínica es que se le atribuye un pene a todas las cosas, el infante y no quiere reconocer hasta muy tardíamente que la madre no lo posee…Freud era un poco misógino, hay que reconocerlo…Las mujeres no inventaron nada, dice, salvo el tejido, que proviene de tejer con los vellos pubianos para ocultar la falta de pene” (Masotta, O. “Lecturas de Psicoanálisis. Freud, Lacan. Pág. 77. Paidós. 2015. Buenos Aires.)
En el parricidio intelectual de arremeter contra la ley instituida (que es simbólicamente el parricidio), de acuerdo a los contextos sociales y políticos existentes, podemos dar cuenta de este cambio radical de perspectiva, que más allá de cómo sea entendido, tiene su razón de ser, independientemente de que se lleve por delante, postulados o axiomas de quiénes fueran, e incluso de su grado de verosimilitud.
La vagina como fase resolvería además la razón de ser de la angustia primigenia que pasaría a ser del temor a la muerte, el regreso a la vagina. Es decir, desde el nacimiento mismo, que es ni más ni menos que la muerte o la extinción de la vida intrauterina, todos estamos condicionados a volver a tal sitio seguro en donde no estábamos expuestos a todo lo que estaremos más luego en el andamiaje mismo de la vida. No tememos morir en cuanto a todo lo que se escribió sobre la muerte (fin de lo conocido, ingreso a lo desconocido, cese de conciencia, etc.) el temor es que con la muerte, se resuelve, finalmente, la tensión que nos mantuvo en esta vida y con vida. Regresamos finalmente a la abertura (llamamos de esta manera a lo que significa la vagina, que debiera ser llamada, para evitar el falogocentrismo del que hablaba Derrida, Chumino tal como se las bautizaron las andaluzas a sus vulvas), se nos termina la duda, el entre que nos debatía entre razón e instinto, que operaba tanto culpa (la felicidad terrenal es contraria a la perfección de la vida invaginada) como posibilidad de deseo, o deseos contrapuestos (la satisfacción de tener instantes de certeza en la incertidumbre de la vida, y la insatisfacción que nos produce el no poder perpetuarlos o absolutizarlos tal como sucedía en el útero). 
Arquetípicamente, la vagina incluso podría constituirse en lo sagrado. Es decir, su significante, lo femenino, extrañamente no fungió como tal, más que nada en la idea de lo divino.
Lo expresamos en un artículo que refería al “olvido del chumino (vagina)”: pensar, intuir o sentir, que la idea de un dios (o creador) tenga que ver con lo masculino, cuando en verdad y desde el sentido común, sí necesitamos construir una referencia teleológica, que nos brinde las certezas de las que carece lo humano, obligadamente, debe ser pensada, intuida y razonada como algo vinculado a lo femenino. Lo femenino no en su genitalidad, sino en lo iniciático, en lo basal, en lo obviamente primigenio que significa y representa la vagina.
Podríamos referir lo que significaría en un código freudiano o como se deconstruiría los fenómenos de la fantasía de castración (tanto la amenaza como el complejo de) como de envidia de pene, ante esta reformulación, sin embargo no se trata de un rectificación doctrinaria, dogmática, siquiera científica. Solo agregaremos que coincidimos con Freud en que la fase llamada fálica por él, y resignificada como fase vaginal por nosotros, es fundamental en la constitución del sujeto.
La definición misma de lo que somos, es decir no lo otro; cosa u objeto, sino sujeto, nos habla de que estamos atados, aprisionados, invaginados, creemos nosotros a, la contradicción manifiesta que nos hace evidente la conciencia, cada vez que se va constituyendo como tal, de que podemos seguir el lazo umbilical, pese a habernos desprendido del mismo, pero que simbólicamente nos acompaña por el resto de nuestra estadía en la tierra, hasta que finalmente nos recoge, nos retome, nos volvemos de la abertura de donde provenimos.
Sí alguna figura de la mitología griega debiésemos tomar para sostener la argumentación, sin duda sería la del hilo de Ariadna. Esta que etimológicamente significa la más pura, es sin duda, una denominación muy pertinente para la vagina. Es decir para la vagina como abertura en donde se desarrolla el feto, no como vulva o chumino por el cuál la mujer específica además puede encontrar placer. Ariadna es la representación de una concepción inmaculada, una suerte de figura previa a como, de acuerdo al catolicismo, fue concebido Jesucristo, el hijo de Dios.
Desde esa pureza, y tal como en el mito, el hilo (vendría a ser el cordón umbilical, primero real, luego simbólico) acompaña por el resto de su aventura (vida) al hombre que sin tal instrumento (es decir la necesidad de que tengamos esa tensión entre volver al útero, añoranza del mismo, culpa por lograr placeres fuera de él, temores inacabados en ese afuera que desconcierta, etc.) acabaría por inanición existencial. El verdadero sentido de la experiencia humana es ni más ni menos cómo se resuelve tal angustia primigenia, fundante o fundamental.
En términos políticos, es decir la constitución de un yo colectivo, no yoico, o el intento de, Hanna Arendt en el siglo anterior, el que le tocó vivir y que nos deparó el horror de los totalitarismos, afirmaba que “El padre es el gran criminal del siglo”, dando la pauta a lo que recién ahora reaccionan ciertos movimientos que pretenden, desde esa concretud femenina, masculinizar sus protestas, demandas y demás aspectos que no hacen a lo profundo de la cuestión.
En verdad tal criminal, no fue más que un matricida, del que surgió como movimiento dinámico de lo político; la democracia. La democracia también es una abertura, es una vagina simbólica, a la que mal usamos, mal predisponemos, y en términos machistas antediluvianos, la penetramos (sea con un falo orgánico o simbólico) una y otra vez, cuando solo la entendemos como el momento en que metemos el sobre en la urna, en la cesta en donde se reciben los votos. No es casual que esta imagen, refleje con contundencia esto mismo. El lugar que recibe el voto de los ciudadanos, la firma del contrato social, es una figura simbólica que semeja a una vagina, en donde la ciudadanía hace cola, una vez cada cierto tiempo, solamente para penetrarla, casi en una suerte de violación colectiva, de la que después nos horrorizamos cuando de tal acto, salen nuestros gobernantes.
Finalmente y a modo de presentación de esto mismo, hemos trabajado el aspecto continúo de que el sistema económico-financiero, de acumulación, es ni más ni menos que la réplica que pretendemos trazar de la comodidad en la que nos encontrábamos en la faz de invaginación.
El salirnos, con el hilo de Ariadna, de la vagina, y saber que vamos a retornar a ella, es toda la trama en la que constituimos nuestra experiencia humana, en donde en el medio, a los efectos de tapar, de llenar la angustia del horror al vacío que nos produce el agujero negro de esa vagina generadora, arrojadora, expulsadora, a la que finalmente, regresaremos, nos hemos servido del falo, del pene, como una suerte de antídoto, de talismán, de un dios de mentira, por haberlo masculinizado, y del que nos ayudó o ayuda, al letargo sempiterno del olvido de la vagina, la que como si fuese poco, además de hacernos los que nos hace, en caso de que queramos también nos puede otorgar un placer circunstancial, propinándonos una suerte de borrachera que mitiga la angustia primordial, pero que no ayuda ni a resolverla, ni al menos a razonarla o pensarla.

  


viernes, 5 de enero de 2018

El ministro o el tercero en discordia entre el pueblo y el gobernante.


“Viene el prefecto de policía a pedirle al detective Dupin que le ayude. Estando la reina en sus cámaras reales recibe una carta comprometedora para ella, y eso en el momento en que el rey entra en la cámara. La reina deja la carta sobre la mesa, como por descuido, para no llamar la atención del Rey. Pero justo en ese momento entra el Ministro, que se da cuenta de que en esa carta, hay algo comprometedor y de que la Reina procura que el Rey no la vea dejando la carta abandonada sobre la mesa como si no tuviera importancia. El Ministro se acerca entonces a la carta, y ante los ojos asombrados de la Reina, que no puede hacer nada, la toma y se la guarda, depositando sobre la mesa otra carta que ha sacado previamente del bolsillo. Y desde este mismo momento, el Ministro comienza a chantajear a la Reina. Esta ve, que en sus propias narices, el ministro roba la carta, llama entonces al prefecto de policía, quien pone en marcha a todos sus efectivos para dar con la carta pero no lo consigue. El prefecto acude al detective Dupin. Este va la casa del Ministro. Le basta entrar y da una breve ojeada para darse cuenta que la carta está a la vista; es decir que el Ministro vio que la mejor manera de ocultar la carta era ponerla absolutamente a la vista de todos. Dupin toma la carta sin que el Ministro se dé cuenta  y la que carta que deja de recambio dice “Destino tan funesto, si no es digno de Atreo es digno de Tiestes”.    
Oscar Masotta nos dirá que: “La función del ministro es la definición misma del chantaje. ¿Pero que es un chantaje? Es un poder sobre el otro, pero un poder cuyo término está marcado de antemano (cuando se consigue lo que se quería o en todo caso cuando se hace uso del poder) esta definición del chantajista implica la cuestión del tiempo durante el cual no hace uso de su poder. Un chantajista es aquel que para conservar poder no debe usar aquello que se le da, porque en el momento que lo usa, cae fuera de la estructura, cae fuera del interés del otro…Sí por un instante el Ministro se siente omnipotente y genial, pensara que en verdad su genialidad depende de la imbecilidad del policía (que es quién ante no poder encontrar la carta, recién acude a Dupin) podríamos decir que se le caerían las medias de vergüenza, entendiendo psicoanalíticamente que si uno tiene vergüenza en realidad lo que desea es lo contrario: exhibir…El relato consiste en ver a donde va a parar la omnipotencia del Ministro, esta es realmente la estructura del cuento lo que realmente nos apasiona: ¿ a dónde irá a parar este tipo tan desamparado, cuyo único amparo es una mirada que lo ratifica en la imagen que él se hace de sí mismo?” (Masotta, O. “Lecturas de Psicoanálisis. Freud, Lacan. Paidós. 2015. Buenos Aires)     
“La carta no tiene propiedad, no es propiedad de nadie. No tiene ningún sentido propio, ningún contenido propio que interese, en apariencia, con respecto a su trayecto. Es pues, estructuralmente volante y ha sido robada. Y el robo no se habría producido si ella hubiese poseído un sentido, o al menos si la hubiese constituido el contenido de su sentido, si se hubiese limitado a tener sentido y a ser determinada por la legibilidad de ese sentido: “Y además la movilización del bonito mundo cuyos retazos seguimos aquí no tendría sentido si la carta se contentase a tener uno. Lacan no dice que la carta no tiene sentido, no se contenta con tener uno solo y esta multiplicidad posible parece originar el movimiento” (Jaques Derrida en “El Concepto de Verdad en Lacan”).
El cuento de la carta nos habilito a ello, lo concreto (el plano de lo real) es el robo, pero el valor es algo que ni siquiera el relato devela, pues nunca se sabe que decía la carta (si es que decía algo), pero su tenencia o su destino en manos de otros, genera poder a su tenedor, al punto que es objeto de deseo de un tercero que roba la carta al primer robador. Lo que da valor al supuesto o enigmático contenido de la carta es el sentido que se le pueda brindar a la misma, la finalidad, no su mera tenencia (es decir si esa carta terminara en manos de alguien que no supiera como utilizarla, la materialidad de la tenencia sería la misma, pero caería a cero el valor de uso de la carta).
Sin embargo en el plano de lo simbólico, el Ministro, tal como lo afirmó Masotta es el personaje central y el destino de la omnipotencia para ponerlo en términos psicoanalíticos, es lo basal.
Para nosotros, que le daremos a partir de esta, una lectura política. El cuento tendría la siguiente representación.
El único que sigue siendo el mismo es el Ministro. La Reina es el gobernante y el Rey el pueblo. El Ministro, que sólo es elegido por la Reina (el gobernante) y no por el Rey (el pueblo) chantajea aquella, presumiendo que la ayudara para contentar al Rey (al pueblo) o en su defecto para que este no se dé cuenta que algo le está ocultando (la carta en el cuento, las buenas intenciones o las cuentas, o el acceso a la información pública en nuestra relectura).
El ministro, opera a su vez, bajo el báculo de la adulación permanente ante la Reina (es decir no puede, o difícilmente pueda, sostener una posición que realmente aporte, desde otro lugar,  dado que debe obedecer a esta obcecación primigenia) dado que el volumen de su chantaje se acrecienta en la medida que es estimado, por su adulación, que le propina a la Reina, sin importar si esta, le esconde cosas, lo engaña o lo daña al Rey (el pueblo).
El Ministro, en el caso de que sea per se, es decir que hubiera resultado elegido por sus condiciones, por sus méritos o por su idoneidad, y que además pueda sortear, favorablemente la intriga palaciega que le suscita el responder, ciegamente, como chantajear a la vez, a su mandante, la Reina, que no es quién manda, final ni eternamente (el Rey o el pueblo), jamás podrá dar lo mejor de sí, que sería su conocimiento, su asesoramiento o su capacidad, dado que trabaja en relación directa con alguien, (la Reina o el gobernante) de quién se puede presumir que trabaja a favor del Rey (el pueblo) pero sin que esto quede clara o expresamente acendrado. En el mejor de los casos, la relación entre gobernante y pueblo (Reina y Rey), es una vinculación íntima, marital, en donde el Ministro opera como una suerte de tercero en discordia.
Finalmente la carta,  sí alguna inscripción tiene es la del destino funesto, para Atreo o Tieste (obra de Racine, una tragedia de hermanos que se hacen a la fuerza de matanzas y que finalmente se matan entre sí a sus propios hijos, habiéndose perdonado mutuamente por ofensas previas) que vendría a ser algo así como la representación del tercero excluido (dos proposiciones en las que una niegue lo que se afirma en la otra, una de ellas es necesariamente verdadera.)
En nuestra interpretación; O manda el pueblo o manda el gobernante, pero nunca mandará el ministro.
Sí algo pretende el gobernante, para seguir haciéndole creer a sus gobernados, que trabaja para este, debiera más temprano que tarde, disponer de un sistema en donde la ciudadanía tenga algo que ver con la elección de los ministros (gabinete ciudadano por ejemplo) de lo contrario se continuara con una relación  “patológica” entre estos tres que no es beneficiosa para nadie (al menos en el plano real, donde las democracias occidentales demuestran severos problemas para encargarse positivamente de resolver problemas urgentes y acuciantes, como la pobreza y la marginalidad).