“Viene el prefecto de policía a
pedirle al detective Dupin que le ayude. Estando la reina en sus cámaras reales
recibe una carta comprometedora para ella, y eso en el momento en que el rey
entra en la cámara. La reina deja la carta sobre la mesa, como por descuido,
para no llamar la atención del Rey. Pero justo en ese momento entra el
Ministro, que se da cuenta de que en esa carta, hay algo comprometedor y de que
la Reina procura que el Rey no la vea dejando la carta abandonada sobre la mesa
como si no tuviera importancia. El Ministro se acerca entonces a la carta, y
ante los ojos asombrados de la Reina, que no puede hacer nada, la toma y se la
guarda, depositando sobre la mesa otra carta que ha sacado previamente del
bolsillo. Y desde este mismo momento, el Ministro comienza a chantajear a la
Reina. Esta ve, que en sus propias narices, el ministro roba la carta, llama
entonces al prefecto de policía, quien pone en marcha a todos sus efectivos
para dar con la carta pero no lo consigue. El prefecto acude al detective Dupin.
Este va la casa del Ministro. Le basta entrar y da una breve ojeada para darse
cuenta que la carta está a la vista; es decir que el Ministro vio que la mejor
manera de ocultar la carta era ponerla absolutamente a la vista de todos. Dupin
toma la carta sin que el Ministro se dé cuenta
y la que carta que deja de recambio dice “Destino tan funesto, si no es
digno de Atreo es digno de Tiestes”.
Oscar Masotta nos dirá que: “La
función del ministro es la definición misma del chantaje. ¿Pero que es un
chantaje? Es un poder sobre el otro, pero un poder cuyo término está marcado de
antemano (cuando se consigue lo que se quería o en todo caso cuando se hace uso
del poder) esta definición del chantajista implica la cuestión del tiempo
durante el cual no hace uso de su poder. Un chantajista es aquel que para
conservar poder no debe usar aquello que se le da, porque en el momento que lo
usa, cae fuera de la estructura, cae fuera del interés del otro…Sí por un
instante el Ministro se siente omnipotente y genial, pensara que en verdad su
genialidad depende de la imbecilidad del policía (que es quién ante no poder encontrar
la carta, recién acude a Dupin) podríamos decir que se le caerían las medias de
vergüenza, entendiendo psicoanalíticamente que si uno tiene vergüenza en
realidad lo que desea es lo contrario: exhibir…El relato consiste en ver a
donde va a parar la omnipotencia del Ministro, esta es realmente la estructura
del cuento lo que realmente nos apasiona: ¿ a dónde irá a parar este tipo tan desamparado,
cuyo único amparo es una mirada que lo ratifica en la imagen que él se hace de sí
mismo?” (Masotta, O. “Lecturas de Psicoanálisis. Freud, Lacan. Paidós. 2015.
Buenos Aires)
“La carta no tiene propiedad, no
es propiedad de nadie. No tiene ningún sentido propio, ningún contenido propio
que interese, en apariencia, con respecto a su trayecto. Es pues, estructuralmente
volante y ha sido robada. Y el robo no se habría producido si ella hubiese
poseído un sentido, o al menos si la hubiese constituido el contenido de su
sentido, si se hubiese limitado a tener sentido y a ser determinada por la
legibilidad de ese sentido: “Y además la movilización del bonito mundo cuyos
retazos seguimos aquí no tendría sentido si la carta se contentase a tener uno.
Lacan no dice que la carta no tiene sentido, no se contenta con tener uno solo
y esta multiplicidad posible parece originar el movimiento” (Jaques Derrida en
“El Concepto de Verdad en Lacan”).
El cuento de la carta nos
habilito a ello, lo concreto (el plano de lo real) es el robo, pero el valor es
algo que ni siquiera el relato devela, pues nunca se sabe que decía la carta
(si es que decía algo), pero su tenencia o su destino en manos de otros, genera
poder a su tenedor, al punto que es objeto de deseo de un tercero que roba la
carta al primer robador. Lo que da valor al supuesto o enigmático contenido de
la carta es el sentido que se le pueda brindar a la misma, la finalidad, no su
mera tenencia (es decir si esa carta terminara en manos de alguien que no
supiera como utilizarla, la materialidad de la tenencia sería la misma, pero
caería a cero el valor de uso de la carta).
Sin embargo en el plano de lo
simbólico, el Ministro, tal como lo afirmó Masotta es el personaje central y el
destino de la omnipotencia para ponerlo en términos psicoanalíticos, es lo
basal.
Para nosotros, que le daremos a
partir de esta, una lectura política. El cuento tendría la siguiente
representación.
El único que sigue siendo el
mismo es el Ministro. La Reina es el gobernante y el Rey el pueblo. El Ministro,
que sólo es elegido por la Reina (el gobernante) y no por el Rey (el pueblo)
chantajea aquella, presumiendo que la ayudara para contentar al Rey (al pueblo)
o en su defecto para que este no se dé cuenta que algo le está ocultando (la
carta en el cuento, las buenas intenciones o las cuentas, o el acceso a la información
pública en nuestra relectura).
El ministro, opera a su vez, bajo
el báculo de la adulación permanente ante la Reina (es decir no puede, o difícilmente
pueda, sostener una posición que realmente aporte, desde otro lugar, dado que debe obedecer a esta obcecación
primigenia) dado que el volumen de su chantaje se acrecienta en la medida que
es estimado, por su adulación, que le propina a la Reina, sin importar si esta,
le esconde cosas, lo engaña o lo daña al Rey (el pueblo).
El Ministro, en el caso de que
sea per se, es decir que hubiera resultado elegido por sus condiciones, por sus
méritos o por su idoneidad, y que además pueda sortear, favorablemente la
intriga palaciega que le suscita el responder, ciegamente, como chantajear a la
vez, a su mandante, la Reina, que no es quién manda, final ni eternamente (el
Rey o el pueblo), jamás podrá dar lo mejor de sí, que sería su conocimiento, su
asesoramiento o su capacidad, dado que trabaja en relación directa con alguien,
(la Reina o el gobernante) de quién se puede presumir que trabaja a favor del
Rey (el pueblo) pero sin que esto quede clara o expresamente acendrado. En el
mejor de los casos, la relación entre gobernante y pueblo (Reina y Rey), es una
vinculación íntima, marital, en donde el Ministro opera como una suerte de
tercero en discordia.
Finalmente la carta, sí alguna inscripción tiene es la del destino
funesto, para Atreo o Tieste (obra de Racine, una tragedia de hermanos que se
hacen a la fuerza de matanzas y que finalmente se matan entre sí a sus propios
hijos, habiéndose perdonado mutuamente por ofensas previas) que vendría a ser
algo así como la representación del tercero excluido (dos proposiciones en las
que una niegue lo que se afirma en la otra, una de ellas es necesariamente
verdadera.)
En nuestra interpretación; O
manda el pueblo o manda el gobernante, pero nunca mandará el ministro.
Sí algo pretende el gobernante,
para seguir haciéndole creer a sus gobernados, que trabaja para este, debiera más
temprano que tarde, disponer de un sistema en donde la ciudadanía tenga algo
que ver con la elección de los ministros (gabinete ciudadano por ejemplo) de lo
contrario se continuara con una relación
“patológica” entre estos tres que no es beneficiosa para nadie (al menos
en el plano real, donde las democracias occidentales demuestran severos
problemas para encargarse positivamente de resolver problemas urgentes y
acuciantes, como la pobreza y la marginalidad).
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