“El sentido es justamente lo que
no es provisto por sí mismo, sino por lo otro; es en eso en lo que la
metafísica, que busca un sentido más allá de las apariencias, ha sido siempre
una metafísica de lo otro” (Rosset. C. “Lo real y su doble”, Libros del Zorzal.
Buenos Aires. 2016. Pág. 79) ¿Qué buscamos
al retratarnos mediante instrumentos inteligentes para luego multiplicar tal
toma en las redes? ¿Acaso nos hemos detenido a preguntarnos acerca de esto?
¿Acaso nos preguntamos? ¿Cuánto de nosotros, es decir en concerniente a la toma
de decisión, no le hemos cedido automáticamente, al apéndice instrumental que
nos retrata una y otra vez, en un automatismo funcional que nos condiciona, tal
vez a que no nos preguntemos, a que no nos cuestionemos, a que no pensemos, ni
sintamos, sino que simplemente exterioricemos, que posemos, que vivamos en el
postureo para haber pasado a ser ese otro de nosotros traducido en una interfaz
o pantalla? “Privada de inmediatez, la realidad humana, queda naturalmente
privada también de presente, lo cual significa que el hombre queda privado de
la realidad a secas, si hemos de creer lo que dicen los estoicos, uno de cuyos
puntos fuertes fue afirmar que la realidad sólo se conjuga en el presente. Pero
el presente sería demasiado preocupante si no fuera más que inmediato y
primero: sólo es abordable por medio de la representación, luego según una
estructura iterativa que la asimila a un pasado o a un futuro en favor de un ligero desfase que corroe su insoportable
vigor y únicamente permite su asimilación bajo la forma de un doble más
digerible que el original en su crudeza primera” (Ibídem. Pág. 67)
Recurrimos a la teorización
Lacaniana acerca del estadio del espejo: “Al ocurrir el estadio del espejo el
infante deja de angustiarse de sumo grado ante la ausencia de la madre, pasando
a poder regocijarse percibiéndose reflejado, y, sobre todo, dotado de unidad
corporal, de un cuerpo propio (al que identificará con "su" yo). El
regocijo experimentado al observar su imagen es también un primer momento de
sentimiento de placer con su cuerpo, sin la directa asistencia de la madre. Así
el estadio del espejo revela la configuración del yo del sujeto. Como para que
tal haya ocurrido ha sido menester el estímulo externo desde un semejante,
Lacan deduce de allí que, en principio, inicialmente, todo yo es un Otro. Pero
el estadio del espejo por sí solo, con la implicación de la madre o la función
materna, no resultan suficientes para la subjetivación. Lacan deduce luego que
se requiere un tertium, un tercero. Es la función paterna la que permitirá
mantener la noción de unidad corporal del sujeto y luego el desarrollo psíquico
que deviene a partir de esta primera percepción de unidad”.
La representación de nuestro yo,
la segunda instancia, o para hacerlo algo complejo, lo otro de nosotros mismos,
está en eso que dejamos de ser, en la traducibilidad de la selfie, de la toma,
que nos toma, el artefacto, que nos ha enajenado, que tal como se profetizaba
en diferentes películas desde “Al morir la noche” de 1945 hasta nuestros días,
en aquella el muñeco domina al ventrílocuo en las actuales las computadoras o
la inteligencia artificial, nuestro mundo o lo que hemos dejado que suceda con
él, la dejar de intervenir en el mismo como nosotros mismos.
La retratación sistémica, la iteración
de la selfie, no sólo que nos conduce a la afirmación psicoanalítica de la constitución
del yo como otro, realizada en aquel primer estadio del espejo en la niñez,
sino precisamente, en nuestro retorno, gozoso que se traduce en que pretendamos
obtener los comentarios o las implicancias al socializar las selfies o autorretratos
que nos toma el teléfono inteligente.
Es decir, tal como en la niñez,
frente al espejo, la autopercepción nos brindó el reconocimiento del gozo, sin intermediación
sobre todo materna, en la adultez, supuesta, ese otro en que nos traducimos, en
que nos representamos, vuelve, mediante el comentario (sea positivo o negativo
) el me gusta o todas las opciones de respuestas que brinden las distintas
redes sociales a las que el teléfono móvil (como una suerte de padre autoritario
o narcisista) dispara al compartir nuestro acto gozoso, del autorretrato, la
selfie o la foto.
Políticamente, dado que lo está
en cuestión o en juego, es sí estamos eligiendo lo que nos sucede, tal como
creemos elegir un gobierno o a nuestros representantes, el retrato, de lo que
no somos, es decir la promesa, lo imposible de lo democrático, precisamente,
funciona en ese no cumplimiento, en esa no realización. No constituimos un
gobierno ni del pueblo, ni para el pueblo, sino una entelequia como doble, que
sin embargo, es todo eso y más, la festejamos, la simbolizamos en el ejercicio
electoral, la convertimos en fetiche. Las elecciones que se llevan a cabo en
distintas partes del mundo, son las selfies, las fotos que socializamos, la
imagen que nos da gozo de lo que supuestamente somos, a sabiendas de que no lo
somos. Nos ha dejado de importar que nos
importe ser, ahora nos alcanza con vernos, más allá de cómo, cuando, donde y
porque, consiguientemente nos importa nada, quien nos gobierne, como, cuando y
porque. Tal vez, este segundo estadio del espejo, de habitar dentro de la
interfaz, de habernos convertido en ese doble, nos evite la angustia de la
muerte, no por nada tenemos gobernantes que nos dicen amar y trabajar por
nuestra felicidad. No se trata de creer, sino de sentir, hemos dejado de desear
para obtener el goce, a como dé lugar y
esta es nuestra gran tragedia en sí misma, a la que no podemos escapar desde la
condición del doble, del autorretrato, del democrático supuesto.
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