El almíbar es la
sustancia que alumbra la sociabilidad del hombre. Tal como el líquido amniótico,
o su predecesor o posibilitador, el semen, el almíbar también es una sustancia
viscosa, espesa, pegajosa y gelatinosa, a diferencia de las primeras dos
mencionadas, hasta ahora nunca analizada, en el sentido lato del término, que
posibilita en este caso, que el sujeto, construya su yo simbólico, mediante el
atesoramiento de situaciones placenteras,
que necesitan ser cosificadas, materializadas en números dulces,
redondos, empalagosos, gozosos, que impiden la posibilidad, a quién queda
embalsamado en tal puro placer, en determinarse en el deseo y la realización
del mismo, o su camino hacia. El almíbar, como sustancia constitutiva, esconde
tras su aparente bonhomía, el poder destructor de perforar, de atorar, de
sepultar de una única sustancia al sujeto, encerrándolo en el plano de lo real,
en donde consigue lo que quiere, el simple gozo, a costa de obturarle la
posibilidad de seguir deseando y con ello de seguir siendo humano al sujeto
encantado, que de esperma pasa a amniótico para terminar almibarado.
En este ciclo
circadiano, el sujeto, deja de ser tal, y sólo se constituye en un mero ser
biológico, en donde, a lo sumo será contemplado como tal, y en el mejor de los casos,
tratado biopolíticamente, pero no subjetivamente, pues petrificado en tales
líquidos, conservados en sus distintas espesuras, no se da la posibilidad de
ser tal.
Sí bien, y tal como
magistralmente lo detallara Jacques Lacan, con la metáfora de los nudos de
Borromeo, cortando uno de los mismos se cortan los restantes, o como en la
cinta de moebius, partís de un lugar le das la vuelta y volves al mismo lugar
de donde saliste pero desde otro lado, la cuestión nodal, de nuestras
democracias occidentales actuales, se puede apreciar más evidentemente desde
este pliegue, desde esta perspectiva que se asoma desde lo almibarado de
nuestra sociabilidad.
Bien podría decirse
que el clivaje, para no ser traumática la escisión del hijo con la madre, debe
realizarse almibaradamente, es decir, es el momento en el que irrumpe la
sustancia, sustitutiva o complementaria de lo amniótico y seminal, mediante el
rol paterno. Así como la prohibición del incesto es el principio de autoridad que
trasciende la cuestión de género, e instaura un padre regulador, una regla que
se masculiniza dado que en última instancia puede echar mano a la violencia
instintiva para justificarse, a lo largo de nuestra historia el símbolo que
logramos conceptualizar para cumplir o no cumplir una aceptación social, es el
dinero, el billete, la teca, el contante y sonante, la tela, la lana, la mosca,
la biyuya, la lata, la papota, la tarasca, o como lo quiera denominar. Esto es
ni más ni menos que las distintas denominaciones en las que se desplaza la
entidad simbólica de lo almibarado. La regla pasa a ser social, el padre, en su
rol, no sólo que copula con la madre, que se sostiene en la prohibición del
incesto, sino que además es el que consigue el dulce, el almíbar, la libada, la
tajada, la porción de la torta, como también se expresa metafóricamente, en el
accionar arquetípico de la succión que es en el plano individual y que en el
plano social es la dinámica de la exacción. Las disputas últimas en relación a
las preponderancias en cada uno de los roles desarrollados por géneros (hombre,
mujer), no tienen que ver precisamente con la cuestión señalada del rol, que es
precisamente la constitución predeterminada, como lo es, el juego, que encajan
perfectamente como lo señalamos, o lo hubo de señalar el Lacanismo, con las
figuras de Borromeo y Moebius, en las oscilaciones, que aportamos desde estas
sustancias que no sólo han sido constitutivas (de hecho la vida misma proviene
del agua y sin ella no sería tal) sino que lo siguen siendo, no solo a nivel
individual, sino también social.
Este almíbar que
permite la sociabilidad, que le garantiza al padre que se cumpla la ley de prohibición
del incesto y con ella, todas las otras leyes que los padres simbólicos, mas
luego dictaminan, a través de la política, debe ser en un proceso razonable de
tiempo, escindido, nuevamente accionado el clivaje, para que el sujeto ya
adulto, ya sujeto político, pueda experimentar la libertad, individual como
política.
En estos períodos,
es cuando la humanidad experimenta sus procesos de radicalidad cambiante, los
llamados procesos revolucionarios, que son por lo general, en su mayoría,
sangrientos, violentos o dolorosos, precisamente, porque prescinden del dulzor,
se limpian de tanto almíbar y el descarnamiento, produce esta sensación de
incertidumbre y desamparo, además de culpa y temerosidad de transgredir la
regla de no tener regla y que todo valga (hasta en ese imaginario imposible el
incesto y esto es lo que vuelve impracticable por mucho tiempo los periodos o
momentos acotados de anarquía).
La filosofía así
como la psicología para el individuo que busca o se busca en tal exploración de
las palabras, se convierte en descarnada, en inservible, en impracticable, en
enemiga de las cosas serias, de lo hacendoso, de lo importante, cuando se
acendra en esta búsqueda que no es de lo verdadero, sino de lo descarnado, de
lo enojoso, de lo despresurizado de las vainas de mielina en que se recubre el
sujeto social, como para no sufrir, o para no temer.
La filosofía se
transforma en un elemento a ser obviado, en ser encaramado en el almíbar de lo
académico, de sus vanidades y complejidades, por un poder que está en uso de
sujetos que no pueden, ni se animan a verse en su verdadera dimensión.
Los seres
almibarados que construyen el gozo de que habitemos en un pacto social que
siempre es perfectible, nos ofrecen más dosis del mismo producto, lo cual nos
dispara a un paroxismo social que cada tanto, retorna, a un punto cero. En
verdad al mismo punto como la cinta de Moebius, o se desatan todo los nudos, al
desatarse uno, como los de Borromeo.
Sólo nos queda
determinar en qué momento estamos, sí más próximos a barajar y dar de nuevo, de
soltarnos de tanto almíbar, o aún resta para ello. Esta es la explicación de porqué,
es el síntoma, de la importancia que cobraron los adivinadores modernos, los
que auguran. Los encuestadores, los pronosticadores o gurúes de lo metodológico
que nos dicen quiénes ganaran la próxima elección para que luego, tal resultado
sea explicado por los comunicadores o analistas de tal fenómeno.
Esta es la razón,
por la que cuando hablamos de la sinrazón de la razón entronizada, almibarada,
aplacada por esta eruptividad de glucosa, los medios y canales se cierran a que
estos planteos puedan circular con fluidez.
Somos
seductoramente encantados, por quiénes decimos criticar, en tal lecho
empalagoso, en donde dulcemente hemos rubricado la complicidad almibarada,
seguramente, en un lento y progresivo camino sin retorno a una letanía de la
que implosionará un nuevo orden que se ajuste a nuestras demandas como a
nuestros límites que recorremos y recurrimos, una y otra vez, pero desde
lugares distintos y con sustancias diversas.
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