Todo sujeto se las tiene que ver,
en su complejo de Edipo, con el deseo de la madre, deseo que “siempre produce
estragos. Es estar dentro de la boca de un cocodrilo, eso es la madre. No se
sabe qué mosca puede llegar a picarle de repente y va y cierra la boca. Eso es
el deseo de la madre.” (Lacan, 1970, p. 118).
Corría el año 1984, a días de
cumplir 4 años, aún conservo el siguiente recuerdo traumático: veo muchas
piernas, zapatos, que se me cruzan, estoy cansado de caminar, de andar. Tengo
sujeta una mano, por otra más grande, que ejerce fuerza hacía mi antebrazo con
sus uñas. Cruzamos calles, avenidas, gente y más gente, o piernas y zapatos
para mí horizonte visual. Llegamos a un negocio en donde venden tortas o
cotillón. Era mi cumpleaños, no recuerdo de querer festejarlo, pero sí recuerdo
cabalmente el querer que la torta que estábamos yendo a comprar tenga a los
jugadores de Boca Juniors, dado que me reconocía hincha de ese club. Algo pasa,
esos jugadores no están. Están los de River Plate, Mamá o el cocodrilo, cierra intempestivamente
su boca. No sólo que ella es de Boca, el club, sino que jamás consultó o creyó
conveniente que era propicio que me cambiara de club, a su antagónico además para
una fiesta de cumpleaños en donde departiría con mis compañeros de colegio.
La foto o imagen que acompaña el
texto (sin la cuál no podría entenderse esta verbalización de un trauma) no
sólo es contundentemente ratificatoria, sino que además incluye a un actor
secundario que está a lado mío. Como se podrá comprobar, las cuatro velas en la
torta, son la prueba que cumplía cuatro años. Los jugadores de River Plate son
también claramente perceptibles. El niño que está a lado mío, cumplía años el
mismo día o uno anterior. Lo recuerdo perfectamente, dado que sí bien la
institución educativa a donde me enviaron mis padres, estaba al mando de los jesuitas,
se entronizaba como un sitio de cierto status social (su ubicación geográfica en una de las principales avenidas de una Buenos Aires que
despertaba de su pesadilla dictatorial). Al parecer de muy pequeño, se me
desarrolló “conciencia de clase”, el niño de a lado, era el hijo del portero o
de alguien del servicio de limpieza, si conservo tal recuerdo es porque así nos
los hacían sentir. Su torta, que no sale en la foto, era casera, no comprada
como se puede ver que era la “mía”. Recuerdo como me gustó su torta (al punto
que hoy 34 años después, las tortas caseras, bizcochuelo y dulce de leche,
básicas, sencillas, son mis preferidas) y como me desagradó la mía
(comprobación que en la infancia es imprescindible la lógica binaria).
Finalmente, vinieron los regalos.
Una suerte de aparición del azar. Venían regalos para él como para mí, los dos
cumpleañeros, tan iguales como distintos. Le tocó un reloj, lo desee tanto como
había deseado que se cumpliera que mi torta tuviese a los jugadores de Boca, mi
club, y no los de nuestros antagónicos.
Así como me sucede con las
tortas, me sucede algo contundente con el objeto reloj. No los usó, los he
usado muy poco en ciertos intervalos de la adolescencia.
Sin embargo, recién ahora voy
asimilando algo, por esto mismo, tantos años después lo comparto, a
partir de esta reflexión verbalizada. Creo que deseaba fervientemente el reloj,
dada su relación con el tiempo.
Era el tiempo, que necesitaba
para salir de la boca del cocodrilo que representaba el deseo de mi madre.
Papá no lo pudo o no lo quiso
hacer, dado que esta es la función arquetípica de todo padre, según el psicoanálisis:
Dice Lacan (1992): “Hay un palo de piedra por supuesto que está ahí, en
potencia, en la boca, y eso la contiene, la traba. Eso es lo que se llama falo.
Es el palo que te protege si, de repente, eso se cierra.”
Boca para mí significa no sólo
haber salido de la boca del cocodrilo del deseo de mi madre, sino también mi
último bastión en donde no cedo, ni mi libertad, ni mi dignidad ni mi elección.
Por más que me vean para ese afuera de la manera que crean, no siempre, se
encuentra en línea, consustanciado con mi adentro, ni ratificatoria ni adversarialmente.
Concibo el poder desde esta
conceptualidad, desde esta experiencia. Fue la primera gran tensión que
enfrente, con cierta conciencia en mi vida, en desigualdad de condiciones y
solo. Casi cuarenta años después
descubro que me sujeté a lo único que podría haberme dado la posibilidad de ser
sujeto, el tiempo.
Soy el de la foto, el de las
palabras, sin que eso sea óbice para tener siempre algo más, que de acuerdo a
cómo transcurrimos en el tiempo eterno, va decantando, se va develando, se va
constituyendo, sin que exista poder alguno que lo detenga.
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