“Lo que circula entre nosotros denominado como vacío,
es lo indecible, sin representación para quien advino al lenguaje (sujeto)”.
Levín, R. “Hacia un psicoanálisis de lo indecible”. (Psicoanálisis APdeBA -
Vol. XXVI - Nº 2 – 2004. Pág. 339). Sí al principio fue el verbo, como reza en
las sagradas escrituras, ante sin duda, en la cronología de la historia
occidental, debió haber sido, el poema de las dos vías de Parménides que nos
insta a que sigamos por lo que expresaba la diosa, voz de su poema: “Vías de
indagación que se pueden pensar». La primera es nombrada de la siguiente
manera: «que es, y también, no puede ser que no sea»; la segunda: «que no es, y
también, es preciso que no sea». La primera vía es la «de la persuasión», que
«acompaña a la verdad», mientras que la segunda es «completamente inescrutable»
o «impracticable», puesto que «lo que no es» no se puede conocer ni expresar”. (Platón,
Timeo I 345, 18–20 dos versos del poema de Parménides).
Claramente Parménides inaugura la vía de lo
indecible. Sin embargo, desde su señalamiento, que bien pudo haber sido el
prohijar una prohibición, lo que establece es la historia misma de todo lo otro
que viene sucediendo con el fenómeno humano. Creyéndonos, desde Platón mismo,
con su división entre el mundo eidético y el real, vía participación, habitamos
lo indecible, con la firme convicción que las conjeturas que brindamos como
palabra, como logos, como concepto, como posibilidad, nos hacen algo más certeros,
más auténticos en la experiencia que nos podríamos dar de acuerdo a las atribuciones
de lo humano, que implican libertad, felicidad, placer, vida y sus consabidos
contrapesos de opresión, tristeza, goce y muerte. Semánticas del desequilibrio
o nominalismos oscilantes, nada puede variar que allí donde no estamos es donde
la eternidad se consagra. En el no lugar de la experiencia fallida es
precisamente, desde donde venimos o hacia donde vamos, en este mientras tanto,
que damos en llamar vida, una suerte de epojé o de parentésis homeopática, el
entre abrevado entre cielo y tierra en donde transcurridos, es lo accidental,
lo pasajero, mientras que aquello, lo inalterable, lo inescrutable, a lo que
consagramos tanto temores, como esperanzas, es la razón de ser, de nuestra
permanencia finita en este presente al que sólo le dedicamos palabras, que
siempre serán escasamente vacuas, para llenar el vacío del que provenimos y
hacia donde regresaremos.
Aquí es donde interviene el poder y el triunfo,
dialéctico como flagrante de la democracia, como todo lo que nos puede brindar
a una comunidad dada, sin que nos cumpla siquiera lo mínimo, lo elemental o lo
básico. De todas las formas de organización política que hemos experimentado, no
salimos de las mismas, por vía consensual, razonada o bajo la lógica en que
previamente nos mantuvieron tras sus normas o prerrogativas. Con esto queremos
expresar que es imposible el ansiar, el desear una democracia democrática o que
se guie o manifieste bajo tales parámetros.
Sí en la ambivalencia de lo humano, entre lo
agonal de las fuerzas que pugnan, sean como pulsiones de vida o muerte, de
verdad y mentira, de esto y lo otro, o las contraposiciones que fuesen, la
democracia plantea en la actualidad, la versatilidad conjetural de hacernos
creer que el poder puede ser asimilado, maniobrado, manipulado con razón y por
sobre todo emoción humana e ilusamente con amor, verdad y justicia.
El pliegue, el borde, por donde, asoma el
desborde lo democrático, es de acuerdo a la mayoría de las apreciaciones
teóricas e intuitivas, el movimiento, el giro o la disrupción de lo femenino,
una suerte de mare magnum, en donde todo parece girar alrededor de la vulva o
de la vágina, como siglo atrás, el hombre (en su sentido genérico) giraba desde
la hendija del falo.
Podríamos añadir entonces la siguiente
apreciación; sí la ley es el padre, el deseo de la madre es la transgresión. “Desde
Freud, inventor del psicoanálisis, la maternidad se inscribió como un síntoma
de las mujeres, un modo particular de ellas de hacer con la falta. La lógica
freudiana para las mujeres parte del no tener el falo, encontrando en el hijo
su equivalente. Entonces, ellas se completan o se sienten completas teniendo
niños. A partir del psicoanalista Jacques Lacan, el niño no ocupa tanto el
lugar del falo de la madre, sino el lugar del objeto que causa su deseo, un
objeto de satisfacción no representable, carente de significados, y que escapa
a la imagen y al Ideal. De modo que, el lugar del niño en el deseo materno se
emparenta con los objetos pulsionales: la voz, la mirada, la caca” (Graciela
Giraldi, Psicoanalista. Notas escritas una mañana cualquiera, a la orilla del
río Paraná, 2015, Rosario.)
El poder, como lo
pulsional por antonomasia de lo indecible de lo humano, embarazó, nuevamente, a
nuestra condición, y estamos en tránsito, en proceso, de ser a la vez, al
unísono, concomitantemente, la parturienta, el engendrador y el gameto formado.
Nos vamos
licuando, en deconstruir los principios mediante los cuáles comprendíamos los
conceptos que otrora nos apaciguaban al brindarnos cierta precisión en
explicaciones que creíamos o sentíamos como conmensurables, atendibles o que
básicamente nos conformaban en un grado mínimo.
No nos
tranquilizarán las mismas palabras, modos o dialécticas en las que nos veníamos
desenvolviendo de acuerdo a los roles que nos fueron dados o que fuimos heredando.
Lo único cierto,
e inmodificable, es que en este plano, desde Parménides, como desde siempre, la
vía que pensamos que estamos transitando, no es precisamente la de la verdad o del
conocimiento. Esa es de la que provenimos, hacia donde vamos siempre, al
concluir esta experiencia de lo finito. En este mientras tanto, todo puede
ocurrir, y estaremos más cerca de aceptarlo, es decir de manejarnos con ello,
sí es que nos convencemos ( o confabulamos que es lo mismo, hasta tal vez lo
sea suprimir y reprimir) de que toda la palabra, toda razón que se articule
mediante ella, no puede dejar de traducir, de significar, de representar un
beneficio para quién la plantea, y un perjuicio, velado, oculto, por ende
engañado o engañoso, para todos aquellos a quienes necesite convencer o
persuadir a los efectos de consumirles su fuerza, o cegarlos en su reacción.
Esta es la razón por la cual la democracia posee sus horas contadas, el nuevo
cuerpo en el que el envase del poder, referirá al fenómeno humano, tiene tras
sí, otras formas, otras codificaciones y por ende, estipulará otros
movimientos, otras manifestaciones.
Llámese como se
llame (incluso le podrán seguir llamando democracia, o neodemocracia o democracia
reformada) lo cierto es que ninguna organización de lo humano, podrá ponerle
palabras, o un decir, al poder. Este seguirá siendo indecible. Salvo que se haga
filosofía, pero para ello, antes que nada y por sobre todo, se debe poetizar.
El único índice serio que manifieste un cierto “avance” en términos de calidad
de lo humano, debe tener correlación en como tratan sus comunidades a sus poetas.
Y tal como sucede con la política, desde Platón a esta parte, en relación al
vínculo con nuestros poetas, estamos igual o peor que antaño.
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