Desde ciertos sectores se
pretende abonar la tesis cientificista, de qué la vida humana posee un
comienzo, preciso, unívoco y taxativo, en el momento mismo de la concepción. El
derecho, que, no es más ni menos que la burda pretensión, de hacer ciencia de
la palabra como imperativo (es decir desde lo tautológico que se define como un
proceso, que en algún momento, se discute, se debate o se desafía, cuando en
verdad esto apenas es así, por puro montaje, a los únicos efectos
escenográficos que dieron en llamar antítesis) apostrofa en todas y cada una de
las oportunidades normativas que se concelebran para darle legitimidad, es
decir para que se le rinda, la debida como impracticable obediencia.
Sí existiese la vida, desde el
momento mismo de la concepción, festejaríamos nuestros cumpleaños, la
conmemoración de nuestros natalicios, en tal momento y no cuando lo hacemos, al
momento que salimos del útero o en que nos alumbran a la realidad presente. No
se trata de una argumentación baladí, expresamos, tal como vulgarmente se dice,
el más común de los sentidos, el sentido común, que no significa que tengamos,
sobradamente otros argumentos, para recordarnos en la obviedad, de qué al ser
seres deseantes, esto es lo único que nos define, como seres y que por tanto,
debe ser considerado, como razón principal para saber sí existe vida, tal como
la entendemos, en un determinado organismo.
La vida no existe como una
abstracción. Es decir, en caso de que quedemos solos ante el mundo, no tengamos
a ningún otro para reconocernos en tales, la vida pasaría a ser no vida o una
no reconocida en la dimensión actual, por más que la concepción, diga que tal
sujeto, es un ser viviente y tiene derechos por tanto. Sin embargo, el derecho
sí pasaría a ser, cabalmente la abstracción que es. En la actualidad, principios
jurídicos consagrados no permiten la posibilidad de que personas vivan en la
pobreza y la indignidad, o penalizan a quiénes puedan favorecer esto mismo, sin
que tengamos noticias con respecto a la disminución en los últimos años de los
horripilantes, como vergonzantes, índices que nos ensalzan en lo humano,
soportando, que sólo lo seamos de ratos, en los que nos olvidamos de los que
tienen hambre o sed y a los que alimentamos sólo con una falsa, como en el
fondo, ruin expectativa.
Tutelar las ausencias, no es más
que fagocitarlas. Nadie lucha, ni se preocupa menos que aquel que se precia de
hacer de eso que denuncia, declamando, su causa, doblemente ajena. Porque no la
padece, ni tampoco le interesa subsanar la misma, sólo lo moviliza, la
adrenalina que gesta, al azuzarlo, esto mismo lo posiciona, en una suerte de
atalaya moral, que lo enriquece vilmente, a expensas de las carencias, por las
que dice estar luchando o declamando. No es raro, ni casual, que estos
oportunistas, no hagan más que apocar, que trivializar y denostar,
peyorativamente, lo conceptual como lo filosófico.
Son los que aferrados,
acendrados, en lo inexpugnable de la docta ignorancia, quieren hacernos creer
que la ciencia existió antes que la humanidad, ateridos en la maraña leguleya,
pretenden que la felicidad sea un hecho porque lo dicta una norma.
No existen, ni existirán menos pobres, en caso de que más personas se encarguen de
resolver esa pobreza que les resulta ajena o les excede. A contrario sensu,
posiblemente, sea un obstáculo, el
combatir la pobreza, ante tantos que dicen hacerlo; probablemente, la clave
resida, en que los propios pobres, sean quiénes, de alguna u otra manera,
puedan reformular el vínculo o la relación de lo humano, con sus extensiones,
con sus objetos y de tal manera, reconvertir, reconfigurar, redimensionar,
deconstruir, no solo su pobreza, sino lo humano, en toda su complexión. Bajo
esta lógica, bajo esta posibilidad, bajo este sendero, no sólo que es un
estorbo, sino también un impedimento, aquellos que dicen hacer algo por otros,
a los que tutelan con el único fin de sacarles lo poco que les queda o que
poseen.
No debe existir nada más
dictatorial, en sentido potencial, que pretender tutelar, o constituirse en la salvaguarda de la fusión
de gametos. Llámese como se llame, tal organismo, y por más que
antojadizamente, una lógica jurídica, performativamente (es decir desde el
vamos, argumentándose en el decir, en el expresar, en el nombrar) pretenda
ordenar, clasificar y determinar, qué es la vida, cuando la hay y cuando no, la
misma, sólo se puede sostener, como tal, es decir cómo vida, cuando se manifiesta
en su deseo de ser.
Por más crudo, que pueda
sonarnos, que pueda reflejar nuestra condición de lo humano, sólo reconocemos
la existencia de lo otro, cuando se nos figura como algo. Es más que obvio,
como evidente, que cuando queremos dañar a alguien, lo destratamos con una
frase que refiere a que no lo conocemos: “No existe” solemos expresar ante ese
otro al que violentamos, no reconociéndolo
en su entidad. En sentido contrario, el llevar un antecedente semántico, como
el apellido, es signo de pertenencia, para que precisamente nos conozcan, una
carta de presentación que dice cosas, acerca de donde provenimos (en sociedades
cerradas, incluso la marca del apellido no permite la identificación de los
individuos de mismo apellido pero características o comportamientos sociales diferentes).
La vida, comienza a existir,
cuando se manifiesta en su deseo de ser tal. Sea en el útero de alguien, o en
la probeta de un laboratorio, un humano en formación, en determinado momento
(que no puede ser precisado con exactitud por ciencia alguna, así como tampoco
puede determinar el color de la felicidad, el olor del alma, o la textura del
dolor) se manifestará y recién cobrará entidad, será vida, cuando sea
reconocido por ese otro, que por lo general es la madre que siente su vientre
mover o un médico, percibir un movimiento o una reacción que le indique que
algo está surgiendo, que eso que antes era un fenómeno, casi de inexpresión,
cobra vida, se manifiesta en deseo.
Se nos mueren, y se nos seguirán
muriendo a tantos a quiénes no reconocemos en su identidad de sujetos, por más
que se manifiesten, y en esta tragedia de lo humano, existen quiénes, nos piden,
exigen y proponen que nos ocupemos de aquellos a los que la vida aún no se los
alumbró, en la constitución del deseo de ser vida.
En el nombre del potencial de la
vida, no sólo que nos quieren juzgar por acciones no cometidas, sino distraer
la atención que debiéramos dedicar (dado que es finita y limitada) para esos
cientos de millones, que aun expresándose, llevando al límite la manifestación
de lo humano, les hacemos oídos sordos, los mutilamos, los aniquilamos en su
identidad, abortándolos en nombre de vidas que aún no son (por más que la
fantasía jurídica pretenda vindicar lo contrario), y que hasta que no se
manifiesten como tales, dependerán de la configuración, sea de otros o de un
destino, que nunca nos pertenecerá, ni a uno, ni a nadie, mucho menos a una
norma, a una ley o a un conjunto de ellas, dado que lo humano, trasciende sus
propios dictados, movilizado por un deseo, que siempre es indómito como
tendiente a expresarse para confirmarse como algo viviente.
"Somos seres deseantes,
destinados a la incompletud...es eso lo que nos hace caminar." Jacques
Lacan.
Artículo por Francisco Tomás
González Cabañas.
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