viernes, 8 de junio de 2018

Sólo hay vida humana, cuando se manifiesta el deseo.



Desde ciertos sectores se pretende abonar la tesis cientificista, de qué la vida humana posee un comienzo, preciso, unívoco y taxativo, en el momento mismo de la concepción. El derecho, que, no es más ni menos que la burda pretensión, de hacer ciencia de la palabra como imperativo (es decir desde lo tautológico que se define como un proceso, que en algún momento, se discute, se debate o se desafía, cuando en verdad esto apenas es así, por puro montaje, a los únicos efectos escenográficos que dieron en llamar antítesis) apostrofa en todas y cada una de las oportunidades normativas que se concelebran para darle legitimidad, es decir para que se le rinda, la debida como impracticable obediencia.
Sí existiese la vida, desde el momento mismo de la concepción, festejaríamos nuestros cumpleaños, la conmemoración de nuestros natalicios, en tal momento y no cuando lo hacemos, al momento que salimos del útero o en que nos alumbran a la realidad presente. No se trata de una argumentación baladí, expresamos, tal como vulgarmente se dice, el más común de los sentidos, el sentido común, que no significa que tengamos, sobradamente otros argumentos, para recordarnos en la obviedad, de qué al ser seres deseantes, esto es lo único que nos define, como seres y que por tanto, debe ser considerado, como razón principal para saber sí existe vida, tal como la entendemos, en un determinado organismo.
La vida no existe como una abstracción. Es decir, en caso de que quedemos solos ante el mundo, no tengamos a ningún otro para reconocernos en tales, la vida pasaría a ser no vida o una no reconocida en la dimensión actual, por más que la concepción, diga que tal sujeto, es un ser viviente y tiene derechos por tanto. Sin embargo, el derecho sí pasaría a ser, cabalmente la abstracción que es. En la actualidad, principios jurídicos consagrados no permiten la posibilidad de que personas vivan en la pobreza y la indignidad, o penalizan a quiénes puedan favorecer esto mismo, sin que tengamos noticias con respecto a la disminución en los últimos años de los horripilantes, como vergonzantes, índices que nos ensalzan en lo humano, soportando, que sólo lo seamos de ratos, en los que nos olvidamos de los que tienen hambre o sed y a los que alimentamos sólo con una falsa, como en el fondo, ruin expectativa.
Tutelar las ausencias, no es más que fagocitarlas. Nadie lucha, ni se preocupa menos que aquel que se precia de hacer de eso que denuncia, declamando, su causa, doblemente ajena. Porque no la padece, ni tampoco le interesa subsanar la misma, sólo lo moviliza, la adrenalina que gesta, al azuzarlo, esto mismo lo posiciona, en una suerte de atalaya moral, que lo enriquece vilmente, a expensas de las carencias, por las que dice estar luchando o declamando. No es raro, ni casual, que estos oportunistas, no hagan más que apocar, que trivializar y denostar, peyorativamente, lo conceptual como lo filosófico.
Son los que aferrados, acendrados, en lo inexpugnable de la docta ignorancia, quieren hacernos creer que la ciencia existió antes que la humanidad, ateridos en la maraña leguleya, pretenden que la felicidad sea un hecho porque lo dicta una norma.   
 No existen, ni existirán menos pobres, en  caso de que más personas se encarguen de resolver esa pobreza que les resulta ajena o les excede. A contrario sensu, posiblemente,  sea un obstáculo, el combatir la pobreza, ante tantos que dicen hacerlo; probablemente, la clave resida, en que los propios pobres, sean quiénes, de alguna u otra manera, puedan reformular el vínculo o la relación de lo humano, con sus extensiones, con sus objetos y de tal manera, reconvertir, reconfigurar, redimensionar, deconstruir, no solo su pobreza, sino lo humano, en toda su complexión. Bajo esta lógica, bajo esta posibilidad, bajo este sendero, no sólo que es un estorbo, sino también un impedimento, aquellos que dicen hacer algo por otros, a los que tutelan con el único fin de sacarles lo poco que les queda o que poseen.
No debe existir nada más dictatorial, en sentido potencial, que pretender tutelar,  o constituirse en la salvaguarda de la fusión de gametos. Llámese como se llame, tal organismo, y por más que antojadizamente, una lógica jurídica, performativamente (es decir desde el vamos, argumentándose en el decir, en el expresar, en el nombrar) pretenda ordenar, clasificar y determinar, qué es la vida, cuando la hay y cuando no, la misma, sólo se puede sostener, como tal, es decir cómo vida, cuando se manifiesta en su deseo de ser.
Por más crudo, que pueda sonarnos, que pueda reflejar nuestra condición de lo humano, sólo reconocemos la existencia de lo otro, cuando se nos figura como algo. Es más que obvio, como evidente, que cuando queremos dañar a alguien, lo destratamos con una frase que refiere a que no lo conocemos: “No existe” solemos expresar ante ese otro  al que violentamos, no reconociéndolo en su entidad. En sentido contrario, el llevar un antecedente semántico, como el apellido, es signo de pertenencia, para que precisamente nos conozcan, una carta de presentación que dice cosas, acerca de donde provenimos (en sociedades cerradas, incluso la marca del apellido no permite la identificación de los individuos de mismo apellido pero características o comportamientos sociales diferentes).
La vida, comienza a existir, cuando se manifiesta en su deseo de ser tal. Sea en el útero de alguien, o en la probeta de un laboratorio, un humano en formación, en determinado momento (que no puede ser precisado con exactitud por ciencia alguna, así como tampoco puede determinar el color de la felicidad, el olor del alma, o la textura del dolor) se manifestará y recién cobrará entidad, será vida, cuando sea reconocido por ese otro, que por lo general es la madre que siente su vientre mover o un médico, percibir un movimiento o una reacción que le indique que algo está surgiendo, que eso que antes era un fenómeno, casi de inexpresión, cobra vida, se manifiesta en deseo.
Se nos mueren, y se nos seguirán muriendo a tantos a quiénes no reconocemos en su identidad de sujetos, por más que se manifiesten, y en esta tragedia de lo humano, existen quiénes, nos piden, exigen y proponen que nos ocupemos de aquellos a los que la vida aún no se los alumbró, en la constitución del deseo de ser vida.
En el nombre del potencial de la vida, no sólo que nos quieren juzgar por acciones no cometidas, sino distraer la atención que debiéramos dedicar (dado que es finita y limitada) para esos cientos de millones, que aun expresándose, llevando al límite la manifestación de lo humano, les hacemos oídos sordos, los mutilamos, los aniquilamos en su identidad, abortándolos en nombre de vidas que aún no son (por más que la fantasía jurídica pretenda vindicar lo contrario), y que hasta que no se manifiesten como tales, dependerán de la configuración, sea de otros o de un destino, que nunca nos pertenecerá, ni a uno, ni a nadie, mucho menos a una norma, a una ley o a un conjunto de ellas, dado que lo humano, trasciende sus propios dictados, movilizado por un deseo, que siempre es indómito como tendiente a expresarse para confirmarse como algo viviente.

"Somos seres deseantes, destinados a la incompletud...es eso lo que nos hace caminar." Jacques Lacan.

Artículo por Francisco Tomás González Cabañas.


  






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