“La palabra se define y nos define, ¿acaso no hemos llegado
hasta hacer surgir el universo de ella? Y ¿no hemos asimilado nuestros orígenes
al parloteo de un dios charlatán? ¿Qué seríamos sin el lenguaje? (Subirats, H. “Desde
el lugar del otro”. Filosofía y sexualidad. Editorial Anagrama. Pág. 70.
Barcelona. 1993). El concepto nodal de lo democrático es la palabra. El sujeto
histórico del sistema político es ese logos. El significante de la democracia
es el verbo, el término, el vocablo, estos suaves y ligeros matices en que
varían como significados, no dejan de estar inscriptos en el orden simbólico de
la palabra, es decir de la, o de lo, político. La democracia, en la
identificación con la política, no en la identidad dado que ésta como nos
recuerda Eric Laurent es un vacío, no es más que palabra, que como
significante, y tal como nos alecciona Jacques Lacan en la “Lógica del fantasma”
no podría significarse a sí mismo y por ende, funge, mediante lo que representa
o tras la representación. A propósito de tal seminario citado, escribe Enrique
Tenembaum, en el artículo “El inconsciente es la política”: En una sola ocasión
Lacan asevera que el inconsciente es la política. Lo hace en la “Lógica del
Fantasma”. (Seminario del 14 de diciembre de 1966).
Ahora bien, ¿Qué es un
fantasma?. En otro pasaje del artículo
up supra mencionado de Tenembaun, refiere: “En un meduloso estudio sobre Hamlet,
Carl Schmitt plantea que el nacimiento del Estado moderno surgió como un nuevo
orden político al neutralizar las guerras civiles entre confesiones. En este
proceso Hamlet se convertiría en el mito político de la Modernidad, opuesto a
Edipo como aquel de la Antigüedad”.
Hamlet, es el fantasma
político por antonomasia de occidente. La entidad fantasmagórica, interviene en
lo real, o está presente en ella, desde otro plano, desde otra perspectiva,
obliterando la posibilidad de que establezcamos una relación, bajo nuestros
términos (es decir del orden de la realidad, de cientificidad, de logicidad o
desde lo eminentemente normativo) y aceptando que sólo nos resta el juego,
azaroso, de las identificaciones, pues construir una identidad, sería el que
cómo mínimo, dejáramos de reproducirnos, cuando no, hesitar y perecer en tal
hesitación, como decisión, lógica, de lo humano.
El inconsciente es la
política por esto mismo, por su estructuración como un lenguaje, dado que en su
identificación, devino en lo democrático, no sólo porque el “significante no podría significarse a sí
mismo” como nos alerta Lacan, sino que además porque mediante este orbitar, se
libra o se trata lo reprimido, que siguiendo con el autor de “La lógica del
fantasma” refiere: “Lo reprimido: el
representante de la representación primera en tanto que ella está ligada al
hecho primero — lógico — de la represión”.
El fantasma, que
podríamos decir, forcluido en un fantasma Lacaniano, reina en los tres órdenes,
real, simbólico e imaginario, sin que permanezca en ninguno, pues es el que
permite la ruptura, supuesta de la lógica del amo y del esclavo, el diapasón
que disrumpe la lógica aristotélica y la formalidad cartesiana.
Claro, que no por esto,
el fantasma Lacaniano, no deja de ser un
fantasma narcisista: “Creerse uno es una ilusión, una pasión, o una locura
según las diferentes formas en las que Lacan ha podido nombrar el narcisismo” (Laurent,
E. – “El traumatismo del final de la política de las identidades”).
En términos políticos y
en conceptos, harto trabajados por ciertos magistrales como Arendt (La promesa
de la política) y Derrida (Historia de la mentira), pedirle, exigirle,
reclamarle, solicitarle, a lo democrático, a la política, y por ende a quiénes
la representan (a ella, no a nosotros los ciudadanos o el pueblo, como se prefiera) es decir a los
políticos, nociones como la verdad, lo cierto o lo consciente, es cuanto menos
histérico, sino propio de una conducta psicótica.
Sí queremos comprender, entender, o incluso el
imposible de cambiar, tal lógica de lo democrático, la encontraremos sólo sí en
el ámbito de lo inconsciente, en ese no lugar que estructurado como un
lenguaje, es lo otro que supuestamente se nos ofrece, mediante discursos
armados, campañas prolijas y postureos de risas y gestualidades.
Incluso más, cuando nos
hacen desear es cuando nos gobiernan, en el reinado del desierto de lo real
(cuando nos quieren decir que no existen los fantasmas o que los han
exterminado) lo político y lo democrático, se detiene, como en un paréntesis, para
la venidera parusía de lo que nos redima, y esta es la razón por la cual, en términos
políticos y metodológicos, lo único invariable de las democracias es el
ejercicio, podríamos decir masturbatorio (dado que como mínima persigue placer
inmediato) de lo electoral.
Democracia, política, inconsciente,
y fantasma lacaniano son los distintos significados para el que el gran
significante del voto, de la elección, de la libertad política, no se
signifique así misma y nos brinde la sensación de que todo puede estar en
movimiento, sin que nada se mueva, desde ningún otro plano, que la estructura
con la sentimos, pensamos y de la que invariablemente desconocemos y no
toleramos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario