domingo, 5 de mayo de 2019

El voto debe ser arancelado para contar con una financiación transparente de la política.




La única razón por la cual no se transparenta, la financiación y por ende los gastos y costos que insumen las campañas electorales, es que el votar posee en lo declarativo una gratuidad, que en verdad si quiera es tal. No existe un cobro, ni real ni manifiesto, pero sí existe una suerte de préstamo, al ciudadano, a los que se nos dicen que votaremos gratuitamente, se nos cobra luego, con intereses leoninos y con creces, en la amplia facultad, moral como también normativa, con la que “administran” nuestros recursos a los que entronizamos en el poder para ello. Nos cobran, no haciendo nada, haciendo poco, o haciendo mucho para unos pocos (dentro de los cuáles están ellos mismos, como sus familiares y amigos) en detrimento de los más, a los que previamente nos compraron con la gran conquista humanitaria, republicana y democrática, de la farsa del voto gratuito.
Una vez entendida esta perversidad mordaz en la que nos hacen creer (recordemos que el poder es más brutal e intenso en la medida que menos nos damos cuenta que opera sobre nosotros) y en el convencimiento pleno que en las comunidades organizadas en la que devenimos como producto del actual fenómeno humano, nada es gratuito en el momento mismo que nos traducimos, que nos intercambiamos, que nos replicamos de individualidad al constructo colectivo del que somos, como sociedad a la que pertenecemos o nos gustaría pertenecer, podremos avanzar en el segundo paso de proponer la instauración del arancelamiento del voto, a los efectos de contar con una dinámica de la política más honesta y transparente.
Para dar este segundo paso, nos topamos con uno de los grandes inconvenientes de nuestros tiempos actuales. A contrario sensu de lo que se puede creer, comunicar una idea, un pensamiento es cada vez más complejo, una suerte de quijotada en tiempos en donde se mediatiza, en un tráfico esperpéntico, a la velocidad de la luz, imágenes y frases hechas o acartonadas, que precisamente buscan la “comunicación chatarra” la oclusión del pensamiento y con ello la conversión del ser humano en una suerte de ser maquinal, que obedezca, replicando y multiplicando las indicaciones que le llegan desde un lugar que ni siquiera se pregunta, ni desea saber, cuál es o que intenciones tiene.
Un texto largo para el común de los mortales es una afrenta, un escarnio, un condenarse a pasar desapercibido, ganarse la caracterización, en el mejor de los casos, de persona aburrida o apartada de los fenómenos actuales. Una suerte de autista social es quién escribe, proponiendo una idea de política, más de cuatro párrafos, contando para ello, tal humanidad robotizada con la complicidad de los supuestos intelectuales y eruditos, los académicos de postureo, que encerrados en sus formalidades para publicar textos, se cierran en sus absurdas, arbitrarias e insolentes posiciones endogámicas, para publicarse entre sí, largas y aquilatadas citas textuales que no expresan más que la comprobación de que han leído y siguen leyendo, sin poder pensar en ninguna de las líneas de las que consumen, erigiéndose en las máquinas bestiales, de reproducción automática, sin posibilidad de pensamiento, con la cucarda en el pecho, o con el número de la revista científica, indexada por centros y usinas, en donde cada vez son menos, teniendo como requisito, además de cumplir a rajatabla las exigencias formales, no tener o en caso de tener, suprimir la posibilidad de pensamiento.
El voto debe ser cobrado, mediante una suerte de impuesto o carga única, que podrá ser abonada en forma dineraria y para los que elijan otra manera, otra forma (es decir no se impondrá desde el estado quiénes deberán pagar y quiénes no, sino que se ofrecerá la posibilidad) será dedicando tiempo y esfuerzo para la dinámica electoral, para la difusión de ideas de quiénes se postulan, como para la organización y control de la jornada electoral. Lo recaudado en contante  y sonante, se dedicará a los fines electorales, generando con esta conceptualización, inversa o invertida, de la que contamos en la actualidad, no sólo que la dinámica de la política sea más transparente y su financiación más clara, sino que se colaboraría con de-construir la cultura de la político, que nos hemos forjado como una suerte de actividad rentada, en donde el acceso de los beneficios de la misma es para unas pocos privilegiados, en detrimento de los más que por no tener, no contar, con el dinero o con la posibilidad de saber o de invertir su tiempo, caen en la trampa de la gratuidad, que como vimos nunca es tal, sino que es la nueva máscara en la que se trasviste la esclavitud y el sojuzgamiento de los que tienen por sobre los que no.
 La tesis por tanto sería, que sí queremos no sólo financiación transparente de la política, sino libertad de los votantes, el voto debe ser rentado, sí el sistema, nos guste o no, lo único que propone es el intercambio y sus lógicas de sumas y restas numerarias, no tiene sentido que nos quieran seguir “vendiendo” que algo es gratuito, cuando en verdad nos lo están cobrando con creces y por varias veces su valor real, haciendo que perdamos nuestra libertad por esa falsa y mentirosa gratuidad.

Por Francisco Tomás González Cabañas.




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