La única razón por la cual no se
transparenta, la financiación y por ende los gastos y costos que insumen las
campañas electorales, es que el votar posee en lo declarativo una gratuidad,
que en verdad si quiera es tal. No existe un cobro, ni real ni manifiesto, pero
sí existe una suerte de préstamo, al ciudadano, a los que se nos dicen que
votaremos gratuitamente, se nos cobra luego, con intereses leoninos y con
creces, en la amplia facultad, moral como también normativa, con la que
“administran” nuestros recursos a los que entronizamos en el poder para ello.
Nos cobran, no haciendo nada, haciendo poco, o haciendo mucho para unos pocos
(dentro de los cuáles están ellos mismos, como sus familiares y amigos) en
detrimento de los más, a los que previamente nos compraron con la gran
conquista humanitaria, republicana y democrática, de la farsa del voto
gratuito.
Una vez entendida esta
perversidad mordaz en la que nos hacen creer (recordemos que el poder es más
brutal e intenso en la medida que menos nos damos cuenta que opera sobre
nosotros) y en el convencimiento pleno que en las comunidades organizadas en la
que devenimos como producto del actual fenómeno humano, nada es gratuito en el
momento mismo que nos traducimos, que nos intercambiamos, que nos replicamos de
individualidad al constructo colectivo del que somos, como sociedad a la que
pertenecemos o nos gustaría pertenecer, podremos avanzar en el segundo paso de
proponer la instauración del arancelamiento del voto, a los efectos de contar
con una dinámica de la política más honesta y transparente.
Para dar este segundo paso, nos
topamos con uno de los grandes inconvenientes de nuestros tiempos actuales. A
contrario sensu de lo que se puede creer, comunicar una idea, un pensamiento es
cada vez más complejo, una suerte de quijotada en tiempos en donde se
mediatiza, en un tráfico esperpéntico, a la velocidad de la luz, imágenes y
frases hechas o acartonadas, que precisamente buscan la “comunicación chatarra”
la oclusión del pensamiento y con ello la conversión del ser humano en una
suerte de ser maquinal, que obedezca, replicando y multiplicando las
indicaciones que le llegan desde un lugar que ni siquiera se pregunta, ni desea
saber, cuál es o que intenciones tiene.
Un texto largo para el común de
los mortales es una afrenta, un escarnio, un condenarse a pasar desapercibido,
ganarse la caracterización, en el mejor de los casos, de persona aburrida o
apartada de los fenómenos actuales. Una suerte de autista social es quién
escribe, proponiendo una idea de política, más de cuatro párrafos, contando
para ello, tal humanidad robotizada con la complicidad de los supuestos
intelectuales y eruditos, los académicos de postureo, que encerrados en sus
formalidades para publicar textos, se cierran en sus absurdas, arbitrarias e
insolentes posiciones endogámicas, para publicarse entre sí, largas y
aquilatadas citas textuales que no expresan más que la comprobación de que han
leído y siguen leyendo, sin poder pensar en ninguna de las líneas de las que
consumen, erigiéndose en las máquinas bestiales, de reproducción automática,
sin posibilidad de pensamiento, con la cucarda en el pecho, o con el número de
la revista científica, indexada por centros y usinas, en donde cada vez son
menos, teniendo como requisito, además de cumplir a rajatabla las exigencias
formales, no tener o en caso de tener, suprimir la posibilidad de pensamiento.
El voto debe ser cobrado,
mediante una suerte de impuesto o carga única, que podrá ser abonada en forma
dineraria y para los que elijan otra manera, otra forma (es decir no se
impondrá desde el estado quiénes deberán pagar y quiénes no, sino que se
ofrecerá la posibilidad) será dedicando tiempo y esfuerzo para la dinámica
electoral, para la difusión de ideas de quiénes se postulan, como para la
organización y control de la jornada electoral. Lo recaudado en contante y sonante, se dedicará a los fines
electorales, generando con esta conceptualización, inversa o invertida, de la
que contamos en la actualidad, no sólo que la dinámica de la política sea más
transparente y su financiación más clara, sino que se colaboraría con
de-construir la cultura de la político, que nos hemos forjado como una suerte
de actividad rentada, en donde el acceso de los beneficios de la misma es para
unas pocos privilegiados, en detrimento de los más que por no tener, no contar,
con el dinero o con la posibilidad de saber o de invertir su tiempo, caen en la
trampa de la gratuidad, que como vimos nunca es tal, sino que es la nueva
máscara en la que se trasviste la esclavitud y el sojuzgamiento de los que
tienen por sobre los que no.
La tesis por tanto sería, que sí queremos no
sólo financiación transparente de la política, sino libertad de los votantes,
el voto debe ser rentado, sí el sistema, nos guste o no, lo único que propone
es el intercambio y sus lógicas de sumas y restas numerarias, no tiene sentido
que nos quieran seguir “vendiendo” que algo es gratuito, cuando en verdad nos
lo están cobrando con creces y por varias veces su valor real, haciendo que
perdamos nuestra libertad por esa falsa y mentirosa gratuidad.
Por Francisco Tomás González
Cabañas.
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