El macho que en la prepotencia de
su machismo se siente tal, al encontrar la reacción de la mujer, tras no
haberle brindado a ésta el goce (ni que hablar de placer) inmediato de lo
sexual, se encuentra desnudo en su condición (fálica como retrógrada) de macho.
Deja de ser tal, es decir no logra con el falo ratificarse como hombre y acude,
a la violencia para no perder, no ya su condición, sino su existencia que la
subsume a una cultural razón de ser, específica y determinada (dador de
felicidad, mediante la penetración). La mujer, la mejor elección que toma, es
la de no entrar en el juego de la hembra, y la peor decisión que podría tomar,
es la de escoger por el hombre, la opción que este debería hacer para dejar de
ser macho. Antes que la impotencia, que afecta al hombre por lo general de edad
avanzada, y que puede ser resuelta mediante fármaco, el principal problema
masculino es, el de contexto civilizatorio mediante, transformarse en un procaz
y precoz, que lo haga todo rápido, vertiginoso, amontonado, fatalmente intenso,
maquinal, acumulatorio, sea en la cama, en un recinto o en la oficina de
gobierno.
Al haber decidido, sí es que
realmente tomamos tal decisión, el renunciar a la serenidad para vivir en
reflexión y pensamiento, a expensas de recrear, las ficciones más temibles de
nuestros temores, que son las que nos conducen a diario, nuestros adictivos
grilletes a los que endiosamos y creemos que nos liberan, cuando más nos anulan
y nos cercenan en nuestra posibilidad de ser humanos, a dejarnos llevar, como
tristes ilusos que van, irremediablemente a la frustración, a en-cementar,
blindando, que no es lo mismo que brindar, los acuciantes horrores de los
otros, para atacar el síntoma, el sucedáneo y no la causa.
Ocurre en la cama como en el
atrio del gobernante. Sí una de las partes, pretende el goce sexual, por
separado, no sólo que está violando el acuerdo tácito del encuentro (así
incluso se hable o se pague antes por lo contrario) sino que además, está
perjudicando, violentando al otro, que como si fuese poco, terminara
reaccionando, de alguna u otra manera, devolviendo tal desaprensión al
desaprensivo. Eyacular precozmente, es un buen ejemplo, de esta
disfuncionalidad que en realidad es mucho más que eso, dado que sale de las
sábanas y como actitud llega a los recintos institucionales y a las casa de
gobierno.
Nadie puede desconocer que el atavismo
cultural de la imagen del poder se asocia, aún al hombre, confusa como
injustamente, pero lo cierto es que el gobernante aún reina en el orden
simbólico de muchos “como el que la tiene más larga”, en un claro y palmario
ejemplo de lo primitivo y soez de nuestras consideraciones públicas y
políticas.
No se trata que estos machos
cabríos, hagan de su pene real (lo que tantos escritores narraron en distintos
libros, verbigracia “La fiesta del chivo” de Vargas Llosa) los desaguisados
machistas que sus procacidades les habiliten, sino de lo que harán con su
miembro simbólico, que es ni más ni menos que la lapicera de sus decisiones
públicas.
No debe importar el tamaño, ni el
color de la lapicera, sino como la use. La
similitud con lo sexual, no tiene una razón metafórica o una necesidad del
suscribiente para ratificar una tesis, es lisa y llanamente sentido común.
Gobernar es dar lo mejor de uno (el gobernante) como el amante da lo mejor de
sí para el otro en la cama o en la intimidad.
Uno de los mayores peligros es
que en el afán de hacerlo todo rápido, bien y a la perfección, es caer en la
precocidad. En una suerte de cumplimiento de lo dictado, en la parusía de las
recetas pre-moldeadas de gobernanza que con tanto y supuesto éxito, terminan de
colonizar nuestra imposibilidad de recuperar la serenidad.
En un mismo orden de ideas, en
pleno contexto occidental en donde nos hemos amputado la mencionada posibilidad
de actuar con serenidad, sí vamos vertiginosa o alocadamente, seguramente vamos
a acabarnos y el problema no tiene que ver con la finalidad misma, es decir con
terminar acabados, sino de disfrutar el viaje y de al menos dotarlo al mismo de
un sentido fuerte y con una valedera como valiosa, significación.
Tanto actuar meramente administrativo,
así se trate de obras de infraestructura o de reparto de dádivas, prebendas o
asistencialismo, generará que gobernado nunca reconozca el esfuerzo del otro
(es decir siempre querrá un polvo más, un encuentro en donde depositará la expectativa de ser
comprendido y acabar a la par, que del goce luego se camine al placer) dado que
estará solamente alimentando, este
canal, esta sintonía, este orden. La escenografía, de las democracias
occidentales actuales, nos remite al mito de Sísifo con la piedra que cae, sempiternamente desde lo alto de la montaña,
pese a ser levantada y llevada una y otra vez.
A veces cambiar el color de la
tinta de la lapicera puede ayudar para lo inmediato (pero nunca es una solución
de fondo, todo lo que el marketing, el coach y demás tácticas de rapiña ofrecen
a los políticos y por ende a la política), lo cierto es que el ritmo de viajes,
inauguraciones, de reuniones, de presencia en fiestas, en redes sociales, debe
tener un anclaje en una construcción que contemple a ese otro gobernado, o
amado. El gobierno debe estar acendrado en algo más que en la minuta, que en la
eyaculación precoz, que ofrecen los especialistas en medios y en comunicación.
La política es esa comarca, esa
morada, la cama en donde el gobernante debe dar cuenta de sus mejores artes. El
que se hable de cómo generar mayor participación, de brindar y no blindar, un
sistema o forma de votación, más claro, más transparente, que se colijan las
experiencias de otros (los ex) que hayan gobernado y mediante homenajes lo
mejor de cada uno de los tiempos pasados, fungirá como ejercicio pleno de un
haber dado amor público y político, que le cambiará o al menos, se irá en la
intención, a la mayor cantidad de gente.
Repartir planes, proyectos, power
point que vienen digitados de otros lugares (con intereses y beneficios que
siempre están fuera del lugar de arraigo), robotizarse en el envío atontado y
alocado de gacetillas para cortar cintas que no desatan ningún nudo, es una
mera eyaculación precoz, que más temprano que tarde, sino se ofrece más que
esto, el amado o gobernado, además de recriminarlo, elegirá a otro (incluso un
objeto) que le prometa amor, y que verá con el tiempo sí le cumplió o si se
trató de otro mero eyaculador precoz.
Este finalmente, como proverbial
narcisista, al no tener la posibilidad de ver al otro, por ende de interesarse
en lo que le pase, o en esforzarse por comprenderlo, dejará un tendal de
gobernados, no sólo sin amor, sino también sin dignidad y sin comida. Nada muy
diferente a nuestras democracias actuales que minadas, desbordadas de pobres y
de pobreza, necesita una cura analítica, en términos de la palabra, de la
razón, del logos.