lunes, 13 de abril de 2020

Escansión obligatoria.

El término no es usual, pero refiere, de acuerdo, a quién lo puso a rolar con un significado más amplio a: “una puntuación afortunada” (Lacan, J.). Los puntos permiten respirar al texto. Las restricciones impensadas a nuestras libertades más básicas tienen por objeto que se nos garantice la posibilidad de seguir respirando. 

No sabemos que palabras vendrán después de este punto y a parte, ¿largo e inesperado.? No sabemos quiénes tendrán mayores responsabilidades en escribirlas. No sabemos, si tendremos la posibilidad de seguir contando con las palabras. 
No sabemos. En algún punto, equívoco, como fatídico, hemos asociado no saber con no respirar. El quiebre, la ruptura, el disloque de esta conjunción, como de toda, es lo que nos genera tanta zozobra y pavor. 

La escansión es un fenómeno que surge de lo textual, no podemos escandir un asiento contable, en lo numérico los puntos pierden el sentido mismo de su esencia. En verdad, para ciertos contextos el punto en relación, a los números, es señal de multiplicación. Réplicas automáticas y automatizadas, por ende, viralizadas. No se puede poner punto a la ganancia ilimitada (en términos o expresión contable). O tal vez sí, pero no lo hemos intentado o no lo hemos querido. En otro punto equívoco como fatídico, asociamos imposibilidad de cambió o modificación en el campo o en el plano de lo numérico. Las palabras pueden variar en su significante y significado, más el dos siempre seguirá siendo la suma de uno más uno y la resta de seis menos cuatro. 

La espiritualidad apofántica de nuestro logos, del sistema mismo de comunicación, nos habla de las carencias a las que nos sometemos al afirmar que una cosa es tal para al momento mismo, deja de ser tantas cosas. El principio de no contradicción, auspiciando y generando la aceleración ya desatada con el poema de Parménides.
En ese después que nos hará entender, lo que no comprendemos y no aceptamos asumir que no lo sabemos, se juega el destino su azar, ya sin afirmar ni preguntar, teniendo al humano como testigo, como enclave, y como autor, de una obra que la cree suya, como para volver a realizar una escansión. 

Puntuar nuevamente, para que el relato, respiro mediante, resignifique el conjunto de signos y los pueda fundir efectivamente con su contraparte numérica o continúe en su reiterado intento por. 

Cuando el uno deje de ser tal, la multiplicidad no será necesaria para explicar eso otro, que en el afán terminamos transformando a la amorosa búsqueda de la verdad, en la alocada carrera en la que estamos insertos y en la que terminaremos, diluyéndonos, para evitar nuestra condición incierta e indeterminada.

El párrafo finalizó. Tal vez sea el fin también de un capítulo o de la narración. Puede que simplemente un descanso, como tantos más. 

Tenemos eso sí, la posibilidad de que más luego, nos expliquemos más acabadamente, con signos numéricos o lingüísticos, o de los que fuesen para una humanidad más entendida o como la queramos llamar.

Necesitábamos dejar de respirar, o tener más cierta la posibilidad tal, para saber que el otro en cuanto a lo que me complementa, puede ser el peligro que me extermine, en la contradicción tajante, de qué sin su existencia, como reflejo o espejo, ya nada tiene sentido, siquiera el respirar sí no lo puedo escuchar hacer lo mismo lo que para uno, en su desafío múltiple, puede ser tan cotidiano y natural.

Punto.  


Francisco Tomás González Cabañas. 


miércoles, 20 de noviembre de 2019

De la elección forzada lacaniana a las forzadas elecciones de la democracia.

Sí "El inconsciente está estructurado como un lenguaje" (Lacan, Seminario 11, p. 28), de lo que no queremos o podemos expresar abiertamente, la democracia está estructurada como un sistema, oclusivo y excluyente, que promete lo contrario a lo que promete que hará o cumplirá. 
Señalado, más que descubierto, por Freud, mediante el tratamiento analítico, el inconsciente se traduce en lo otro que explica más certera o humanamente a quién lo porta, para el sistema democrático, la cura o el acto analítico, fungiría como el accionar permanente de ir proponiendo modificaciones sustanciales al “hecho democrático”, desacralizar sus actos y develar sus configuraciones totémicas y absolutas, como puntualmente sucede y acaece, de un tiempo a esta parte con las elecciones o lo electoral, como hito fundante, simbólico y real en donde la democracia de nuestra actualidad, nos engulle, nos devora, nos encierra, conviertiéndose en el significante totalizador o totalizante, mediante el cuál se permite las siniestras acciones de continuar impávidamente, sostener cuando no agrandar, los archipiélagos de excepción donde deposita a millones de pobres, marginales y hambreados, a expensas de la supuesta garantía de que algunos, muy pocos se crean (en el real-imposible) libres para todo y la gran mayoría siquiera pueda tener la posibilidad de elecciones forzadas para comer a diario. En síntesis, las elecciones forzadas de la democracia, impiden la elección forzada (que debiera ser natural al menos aspirar a la misma) de la mayoría de los sujetos que no pueden decidir sí hacen las comidas diarias o sí perecen en el intento ante tamaña dificultad o imposibilidad.


“Lacan desarrolló una teoría de la elección, que dedujo de su interpretación de la elección forzada. Notaba que al fin de cuentas, las elecciones que un sujeto toma a lo largo de su vida, y que serán decisivas para ésta, han frecuentemente sido elecciones forzadas. Por lo tanto, en varios casos las elecciones forzadas han sido asumidas por el sujeto, y revelan en sus consecuencias el consentimiento del sujeto, quien reconoce entonces la marca más auténtica. Si buscamos bien, veremos que no hay más que elecciones forzadas, y que en definitiva la verdadera elección siempre es una elección forzada. Lo que enseña la reflexión de Lacan sobre la elección, es que sea cual sea la elección que hacemos, siempre perdemos algo. Allí está el sentido más profundo de la elección forzada” (“Nuestra elección forzada” por Jean-Louis Gault).

“Lacan ilumina este concepto o la idea de la elección forzada, alienación del sujeto hablanteser, más que libre albedrío evoca la idea de una obligación: siempre hay una pérdida a la vez que una alternativa. Elección forzada a través de la cual dará cuenta de la constitución subjetiva por medio de dos operaciones: alienación separación”(¿Qué hice yo para merecer esto? por Florencia Farías). 

La democracia, acendrada en lo electoral, definida la misma como condición necesaria y suficiente cómo para ser tal, nos hace perder, la capacidad que anida en la política, como instrumento del poder, de transformar los aspectos basales de la sociedad o la comunidad en donde se desarrolla. 
La garantía de lo electoral, donde supuestamente las libertades individuales como públicas, se consagran mediante el voto (que no es elección sino en el mejor de los casos, opción), paraliza todo lo otro que podríamos hacer en un pacto social en donde se establezcan premisas claras o prioridades. Un ejemplo contundente sería que en ninguna de nuestras democracias modernas, se estableció un orden de prelación o al menos un objetivo claro, por el que vaya la administración al mando, la administración de gobierno, con lo que ello implique en cuánto a que mantenga o no el apoyo de la mayoría de los gobernados, o sienta tal oficialismo, estar desafiado por una oposición que proponga otra cosa u otras prioridades. 
Para seguir intentando ser más claros. El reinado de los gurués que ofrecen la campaña perfecta, el triunfo electoral permanente y la adhesión de las masas, no tiene que ver con un síntoma de los tiempos modernos o de la mera casualidad.
La democracia electoralista, nos propone, únicamente que optemos entre líderes, entre sujetos, a lo sumo entre minúsculos grupos de ellos (al ser cada vez más reducidos, encontramos la obvia problemática de la crisis de los partidos o de las ideologías políticas) que nos ofertarán, formas, técnicas o mecanismos, de impacto, para que nos convezan de que ellos son mejores que los otros. La cuestión está resuelta, la tensión del poder, se resuelve, por sí nos cae mejor, estéticamente, o sentimentalmente, un candidato u otro, sí nos llego de una manera más convincente un mensaje armado a tales y únicos efectos. 
Las operaciones, en este caso del “sujeto” democracia, son las mismas que las que narra Florencia Farías, párrafos arriba. La democracia se aliena, enloquece, deja de ser razonable, por un tiempo, el tiempo exacto en que se llama a otra elección (forzada y forzosa). Este sujeto democracia, dentro del que todos somos parte constitutiva, nos separa, nos divide. De un lado quedamos los que nos gusta, o a los que nos convencieron que es mejor el rubio, el que usa tal ropa, que lee tal libro, o escucha tal grupo musical, por sobre el otro, que tiene tal profesión, tal color de piel, o sus ancestros pertenecieron a una determinada comunidad cultural.    
Cuando entendamos que más y mejor democracia, tenga estricta relación con menos elecciones forzadas, o preconcebidas como opciones vagas entre el que me gusta más o menos, por la sinrazón que fuere, o por la reminiscencia que me genera desde el lugar en el que dice provenir, estaremos caminando un sendero en donde tendremos posibilidades más ciertas de elegir, y con ello, sean más lo que no tengan que seguir padeciendo, la humillación y el hambre, al que someten desde hace tiempo, las forzadas elecciones de una democracia absolutista y autoritaria que no sólo no se reconoce como tal, sino que se presenta, perversamente, como su contrario.  


Por Francisco Tomás González Cabañas.-

viernes, 18 de octubre de 2019

¿Sigue siendo la democracia la “affectio societatis” de las repúblicas occidentales?



Tras la revolución francesa, el código civil francés determinó la voluntad común de asociación, más allá de que las partes integrantes no posean o contribuyan con lo mismo o en partes iguales. Este es el hiato, el punto de fuga, que cómo no podía ser de otra manera, detectó el psiconalista francés Jacques-Alain Miller, en su conferencia, no casualmente intitulada “Affectio Societatis”. Se pueden leer pasajes como el siguiente: “El Derecho está hecho precisamente para que los afectos no afecten los contratos. Los afectos pasan, el contrato queda. Si hay empero que mencionar en el contrato asociativo una condición afectiva, tal vez sea porque el orden simbólico no basta, porque hay un más allá del contrato con el cual el Derecho mismo debe transigir”. 
Y sigue; “La affectio societatis introduce un elemento suplementario que se aloja en un fallo de lo universal. En el lazo social, todo no puede ser capturado por lo universal, el Derecho lo atestigua. Donde el Derecho habla de affectio societatis, Freud habla de Eros. La identificación simbólica a un significante amo no satura todo lo tocante al grupo. Hay que agregarle el factor pulsional, cuya vertiente aglutinante se designa como erótico”. 
Para finalmente expresar: “El orden simbólico tiene por horizonte el discurso universal. Lo que lo obstaculiza es el objeto a que siempre particulariza… Es posible combatirlo, pero nace todos los días, brota del grupo por todos sus poros”. 
Miller, en el texto les habla a sus colegas psicoanalistas, acerca de una escuela de psicoanálisis. Claro que sin que sea su intención, esta hablando de otra cosa, de aquí que lo citemos. Incluso en otros pasajes menciona que lo que llama objeto a, es la particularización para que el significante signifique lo mismo para los que están comprendiendo. Rápidamente reconoce, un ejercicio, inevitablemente sectario. Dentro de la, en términos amables, secta del psicoanálisis, como buen lacaniano, el citado reafirma la condición sectaria, de la corriente a la que pertenece. 
Sus palabras sin embargo, impactan de lleno en la actualidad política de nuestras democracias occidentales. 
El hito fundacional de la libertad, igualdad y fraternidad, se consagraron en letra, mediante la affectio societatis entronizado en el código civil francés, para imponer el real-imposible de la igualdad. Aquí es donde surge la democracia, reinando en el órden simbólico. El objeto a que siempre particulariza, lo democrático, es lo electoral, la elección. La decisiva importancia de que el pueblo, soberano, elija cuando en verdad opta, radica en qué opera en el ámbito de lo imaginario. Nos dice Miller, en relación a esto: “La agresividad perdura, bajo una u otra forma, en el lazo social, surge cuando flaquea el discurso que la contiene”. 
Cada vez que en las diferentes aldeas occidentales, que se precian de democráticas, el discurso flaquea en su continente y en su contención, la aparición de la agresividad transformada, colectivamente en violencia social, vuelve a legitimar la necesidad de la elección, de lo electoral, para dar cura, no con palabras, sino validando la Affectio Societatis, mediante el renovado llamado a las urnas. Lo vemos en la actualidad en lugares como Ecuador, México y Cataluña, como lo han sido semanas atrás, otras plazas, que serán próximamente, otras o las mismas. 
Lo electoral opera como sinthome, como el indispensable anclaje con la realidad, con lo democrático, con la voluntad general, con las ganas de qué sigamos siendo parte de un espacio en común (la república o la cosa pública) por más que no formemos parte de ello (ni justamente, ni mediante el deseo) ni tan siquiera nos lo planteemos. 
Es decir no votamos, ni deseamos hacerlo, para validar lo democrático, sino simplemente, porque es el último resquicio, antes de que prevalezca un desorden, que nos obligue a que construyamos o constituyamos un nuevo orden. 
Hasta aquí lo meramente descriptivo. El problema, serio que tenemos en manos, es que nuestros intelectuales, no nos alertan que a decir del pintor cubista Braque “con las pruebas, fatigamos la verdad”, por tanto, con la misma respuesta al sinthome, con las elecciones, estamos fatigamos la democracia. 
Sí queremos continuar, dentro de la cosa pública, con un sentido democrático, la debemos preservar de la banalización electoralista a la que la venimos sometiendo. 
De lo contrario, profundizaremos el aceleracionismo en que hemos caído, y un buen día, alguna de las tantas manifestaciones a las que asistimos, directamente o por medios audiovisuales, nos impondrá el desorden que nos obligará a un nuevo orden. 
En caso de que asistamos a este fenómeno, se habrá respondido el interrogante, y no habrá Affectio Societatis que sostenga, en ninguno de los planos la ilusión de la democracia, que cada vez más se aleja del sueño que pudo haber sido, y se asemeja a la pesadilla de la que todos queremos despertar. 


Por Francisco Tomás González Cabañas.-

domingo, 5 de mayo de 2019

El voto debe ser arancelado para contar con una financiación transparente de la política.




La única razón por la cual no se transparenta, la financiación y por ende los gastos y costos que insumen las campañas electorales, es que el votar posee en lo declarativo una gratuidad, que en verdad si quiera es tal. No existe un cobro, ni real ni manifiesto, pero sí existe una suerte de préstamo, al ciudadano, a los que se nos dicen que votaremos gratuitamente, se nos cobra luego, con intereses leoninos y con creces, en la amplia facultad, moral como también normativa, con la que “administran” nuestros recursos a los que entronizamos en el poder para ello. Nos cobran, no haciendo nada, haciendo poco, o haciendo mucho para unos pocos (dentro de los cuáles están ellos mismos, como sus familiares y amigos) en detrimento de los más, a los que previamente nos compraron con la gran conquista humanitaria, republicana y democrática, de la farsa del voto gratuito.
Una vez entendida esta perversidad mordaz en la que nos hacen creer (recordemos que el poder es más brutal e intenso en la medida que menos nos damos cuenta que opera sobre nosotros) y en el convencimiento pleno que en las comunidades organizadas en la que devenimos como producto del actual fenómeno humano, nada es gratuito en el momento mismo que nos traducimos, que nos intercambiamos, que nos replicamos de individualidad al constructo colectivo del que somos, como sociedad a la que pertenecemos o nos gustaría pertenecer, podremos avanzar en el segundo paso de proponer la instauración del arancelamiento del voto, a los efectos de contar con una dinámica de la política más honesta y transparente.
Para dar este segundo paso, nos topamos con uno de los grandes inconvenientes de nuestros tiempos actuales. A contrario sensu de lo que se puede creer, comunicar una idea, un pensamiento es cada vez más complejo, una suerte de quijotada en tiempos en donde se mediatiza, en un tráfico esperpéntico, a la velocidad de la luz, imágenes y frases hechas o acartonadas, que precisamente buscan la “comunicación chatarra” la oclusión del pensamiento y con ello la conversión del ser humano en una suerte de ser maquinal, que obedezca, replicando y multiplicando las indicaciones que le llegan desde un lugar que ni siquiera se pregunta, ni desea saber, cuál es o que intenciones tiene.
Un texto largo para el común de los mortales es una afrenta, un escarnio, un condenarse a pasar desapercibido, ganarse la caracterización, en el mejor de los casos, de persona aburrida o apartada de los fenómenos actuales. Una suerte de autista social es quién escribe, proponiendo una idea de política, más de cuatro párrafos, contando para ello, tal humanidad robotizada con la complicidad de los supuestos intelectuales y eruditos, los académicos de postureo, que encerrados en sus formalidades para publicar textos, se cierran en sus absurdas, arbitrarias e insolentes posiciones endogámicas, para publicarse entre sí, largas y aquilatadas citas textuales que no expresan más que la comprobación de que han leído y siguen leyendo, sin poder pensar en ninguna de las líneas de las que consumen, erigiéndose en las máquinas bestiales, de reproducción automática, sin posibilidad de pensamiento, con la cucarda en el pecho, o con el número de la revista científica, indexada por centros y usinas, en donde cada vez son menos, teniendo como requisito, además de cumplir a rajatabla las exigencias formales, no tener o en caso de tener, suprimir la posibilidad de pensamiento.
El voto debe ser cobrado, mediante una suerte de impuesto o carga única, que podrá ser abonada en forma dineraria y para los que elijan otra manera, otra forma (es decir no se impondrá desde el estado quiénes deberán pagar y quiénes no, sino que se ofrecerá la posibilidad) será dedicando tiempo y esfuerzo para la dinámica electoral, para la difusión de ideas de quiénes se postulan, como para la organización y control de la jornada electoral. Lo recaudado en contante  y sonante, se dedicará a los fines electorales, generando con esta conceptualización, inversa o invertida, de la que contamos en la actualidad, no sólo que la dinámica de la política sea más transparente y su financiación más clara, sino que se colaboraría con de-construir la cultura de la político, que nos hemos forjado como una suerte de actividad rentada, en donde el acceso de los beneficios de la misma es para unas pocos privilegiados, en detrimento de los más que por no tener, no contar, con el dinero o con la posibilidad de saber o de invertir su tiempo, caen en la trampa de la gratuidad, que como vimos nunca es tal, sino que es la nueva máscara en la que se trasviste la esclavitud y el sojuzgamiento de los que tienen por sobre los que no.
 La tesis por tanto sería, que sí queremos no sólo financiación transparente de la política, sino libertad de los votantes, el voto debe ser rentado, sí el sistema, nos guste o no, lo único que propone es el intercambio y sus lógicas de sumas y restas numerarias, no tiene sentido que nos quieran seguir “vendiendo” que algo es gratuito, cuando en verdad nos lo están cobrando con creces y por varias veces su valor real, haciendo que perdamos nuestra libertad por esa falsa y mentirosa gratuidad.

Por Francisco Tomás González Cabañas.




miércoles, 27 de febrero de 2019

El “pase” democrático.



De acuerdo a la escuela de orientación lacaniana (EOL) en Argentina:  “El pase es un dispositivo inventado por Lacan que se ocupa de investigar qué es el fin de análisis. Esta investigación se realiza a partir de los testimonios de los analistas que están decididos a transmitir aquello que el psicoanálisis les ha producido como cambio en la vida misma, es decir, lo concerniente a lo que queda como saber por un lado, y aquello que se va a ubicar como lo que no interroga más al sujeto”.  La escuela lacaniana de psicoanálisis (ELP) de España, define al pase de la siguiente manera: “el punto crucial del dispositivo del pase, es el paso que va de la posición de psicoanalizante a la de psicoanalista. Dicho de otro modo, se trata de saber qué lleva a alguien a hacer el trayecto que va del diván –donde dio curso libre a sus asociaciones– al sillón, donde se hará el destinatario de las demandas surgidas del malestar de un psicoanalizante. Puesto que no hay un título oficial de psicoanalista, ese paso depende de una decisión”.
La necesidad de que la ciudadanía, realice el pase, es decir el paso, de meros y simples representados, gobernados por la fría letra o disposición de una normativa, legal y supuestamente legítima, a un estadio, en donde pueda no gobernarse a sí misma (dado que sería un real-imposible) sino que dotar de sentido, a la representación y a las facultades que con ella cede, democrática, es ejerciendo el dispositivo del pase, referenciado en el creado por Lacan para el psicoanálisis, pero que nosotros los pretendemos instituir en lo democrático.
Salir de la mera condición de votantes, es el primer paso, la primera acción indubitable que una sociedad que se pretenda democrática, debe realizar para demostrarse a sí misma, que está decidida a llevar a cabo el pase democrático, que valga la redundancia democratizará a la comunidad toda.
Sí para salir del goce, nefasto y repetitivo, de lo electoral, puro, duro y absoluto, se deben prorrogar elecciones, no debiera existir problema alguno con ello. Sin embargo desde lo teorético, se recomienda como camino, salir de lo meramente electoral, por intermedio de caminos tácticos como optimizar el sentido de una elección, que nunca es tal en verdad, sino que siempre es un optar condicionado. La elección, tal como se define lo electoral y lo basal de lo democrático, debe pasar a ser, la opción electoral, que es en verdad el término que debiera definir, el comportamiento que tendríamos que asumir ante como constituir los poderes ejecutivos.
Dado que siempre, alguien está, se encuentra en el poder, y por disposición lógica, querrar, seguir, cotinuar, ad infinitum, por la misma persona, por otra, mediante el partido, la ideología o la doctrina, la opción electoral, debe brindar, contundente y manifiestamente, esta posición al ciudadano. Que elija en primera instancia, y como condición sine qua non, sí pretende o no,  que el oficialismo al mando, continúe en el gobierno del ejecutivo en cuestión. Ninguna aldea que se precie de democrática, podrá anteponer la galimatías de la libertad política o lo que fuera, para imponer la trampa, de que supuestamente se puede elegir a quién uno desee para que nos gobierne. El poder no sólo que tiene sus límites, sino más que nada, que los define, los impone, los determina. El poder, solamente podrá ser dimensionado, más justamente, sí es que lo reconocemos en su  fiereza y brutalidad. Nada más democrático que el ciudadano de cualquier sitio, antes que nada, vote, por sí o por no en la continuidad de quiénes lo gobiernan. Sí la mayoría se expresa por un una continuidad, el dilema se habrá resuelto, más que democráticamente, caso contrario, se arbitrara, solo en tal caso, una segunda elección, en donde ya no participará el oficialismo ni en la persona que antes se propuso, ni en el partido. En ese segundo movimiento, el ciudadano, deberá optar, entre los opositores, a través del sistema electoral que cada distrito lo determine, respetando la no participación del oficialismo perdidoso en esta segunda instancia.
Para la constitución del poder legislativo, se propone en este cartel de pase, siguiendo la referencia del pase lacaniano, la conformación de los votos “anticipado y compensatorio”, que determinan, aspectos que no orbitan en la actualidad y que consideramos esenciales para una realidad democrática, en donde el ciudadano vea implementado esto mismo como valor político en su vida cotidiana. El voto anticipado es un desarrollo teórico que hemos brindado en su oportunidad, destinado a quebrar la línea de tiempo ortodoxa entre el representante y el representado. Es decir, mediante este ariete, el votante, podrá mucho tiempo antes, otorgarle su apoyo político, la suscripción del acuerdo de cederle su poder real, a quién lo representará. No debe ser solamente, menos en tiempos en donde nos podemos organizar tecnológicamente más eficientemente, a través de la vieja usanza de emitir el sufragio en un día y hora determinado por el poder electoral o electoralista. Todos aquellos que por las razones que fueran, quieran demostrar su apoyo, el ceder su representación y la facultad de legislar, a los que se postulen, lo podrán  hacer en el momento que deseen y este apoyo (es decir el voto matemático) será computado en el momento sí, acabo y expreso de lo electoral (el día de la elección) esto no variará, pero lo otro sí. El ciudadano, que así lo desee, podrá votar en el momento que quiera y su voto, su cesión de representación y de facultad legislativa, se c0mputará en el tiempo determinado  y clásico de la elección o de lo electoral. Que el tiempo, pueda ser jugado a favor para la perspectiva del ciudadano, es sin dudad un pase democrático en la noción de la representatividad de la política. El voto compensatorio, también funge como cartel de pase, dado que habilitará a los que menos posibilidades tengan (económicas y de vida) a ser compensados en la arena política, en donde las decisiones de toda naturaleza se llevan a cabo, sin pruritos y como prioridad. Es decir, el pobre, el marginal, una vez compensado por el estado, por el poder constituido, haciendo que el voto de aquel valga el triple o el cuádruple de alguien que no es pobre o no está en tal condición, hará que al habérsele empoderado, no tenga que reclamar que se lo saque de tal condición. Es decir sí el pobre sigue siendo pobre, pese a que su voto valga (está es la noción del voto compensatorio) cuatro veces el voto de uno que no es pobre, el problema de la pobreza, ya pasará a ser más individual que colectivo, más económico que político y el estado y el poder, constituido e instituido, tendrán mucho menos que ver con ello, o al menos ya habrán hecho, no sabemos sí lo suficiente, pero sí significativamente más, de lo que hoy se hace, sin la existencia del voto compensatorio o de esta alternativa como pase de lo democrático.
Finalmente, el tercer paso, del pase que proponemos, es que el ciudadano asuma que no podrá tener nunca un poder judicial, ni independiente del poder político, ni mucho menos democrático. Se debiera poner en suspenso, en epojé husserliana, todas y cada una de las llamadas causas políticas, a iniciarse o a resolverse, como mínimo tres meses antes cada elección, a los efectos de desinflamar la perspectiva de criminalización política que siempre termina insuflando el sistema mismo para sí, bajo la argucia, o el fantasma institucional de que pretende algún tipo o de grado de justicia, cuando en verdad lo único que realiza es una operación política para una determinada facción partidaria o partidocrática en perjuicio de otra.
Este poder debe salir del encierro, pase mediante del ciudadano al que lo sometieron los especialistas en derecho, que como todos los especialistas a lo sumo debieran estar en los claustros, cerrados, pero en forma, testimonial en la institución de todo un poder, que termina por ocluirse en su posibilidad de brindar un servicio esencial, ante el desaguisado que actualmente propone, de marchas y contramarchas, de escritos y solicitudes, mayoría de la cuáles, el tiempo las fustiga al brindarles la indiferencia de su olvido.  Tal vez la mejor manera, de resolver la cuestión de la parcialidad de la justicia y de la independencia del poder político, es que la conformen principalmente, los que pierdan (o los segundos inmediatos en una elección o de haber acumulado cantidad de votos en segundo orden de prelación) la elección (que esperemos se llame opción electoral más luego) a un ejecutivo y que de tal manera, también tenga un circuito de periodicidad que hoy carece, en nombre (como el nombre del padre analítico)de esa democracia, que como creemos, sin esta serie de pases, sólo la tendremos, como la tenemos, únicamente nominalmente, de traducción y correspondencia irreal o imposible.
    
    




martes, 25 de diciembre de 2018

La necesaria homosexualidad de Jesucristo.


Dejando por sentado que tratamos la figura central  del relato bíblico, desde una perspectiva ajena a la religiosidad, y por ende, dispensándonos de las molestias que pueda causar el desgranar esta suerte de razonamientos y de pensamientos que ponemos en discusión, el planteo es claro, prístino y contundente. La no realización como hombre de Jesús (en el sentido patriarcal que se le otorgaba, o en ciertas latitudes se le sigue otorgando a la concreción de la masculinidad determinada en su razón de ser como progenitor y vinculado indiscerniblemente, mediante la sexualidad, con lo femenino o con féminas) se explica mediante la necesidad, de ese dios, su padre, como él padre, de transmitir una mirada, amplia y larga, del fenómeno humano, del que hasta ahora, la institución iglesia, y el significante religiosidad, prescinde.
Venimos leyendo desde tal oficialidad que Jesús, cumplió sacrificialmente su mandato como hijo, convirtiéndose de esta manera en el alter ego de cada uno de los que tenemos algún tipo de vinculación con el cristianismo, aunque más no fuese, culturalmente. Resulta imposible, no reparar hasta en las referencias políticas o sociales de una figura que multiplica comida y la reparte, que se las toma con quiénes lucran por el lucro mismo y que perdona a quiénes lo traicionan, en nombre de una humanidad, tanto pecadora como redimible, en caso de que sobrevenga el siempre a mano, arrepentimiento.
Se estudia también, trilladamente, al Jesús de los milagros, al que intercedió para sanar estados alterados de conciencia, al misericordioso, al justo, al de las parábolas, al de la resurrección, al tercer día entre los muertos.
En el estudio del Jesús histórico, se ha puesto el eje tanto en el contexto de su llegada, en la Romanidad en la que vivió, que actores secundarios como Poncio Pilatos, no sólo que traspasaron al olvido al que estarían condenados, sin la vinculación con Jesús, que hasta el derecho o el sentido de justicia se estudia desde la arbitraria decisión del romano, dado por ejemplo el texto “¿Qué es justicia?” del artífice del positivismo normativo, Hans Kelsen, quién inicia su libro citado con tal rememoración del momento histórico.
Algo similar ocurre con el Jesús literario, cuando Jorge Luis Borges narra la necesaria e imprescindible traición de Judas, para que el hijo de Dios, termine siendo quién finalmente es.
Cómo expresábamos y es la razón de ser del presente, sin que se pretenda tesis, hipótesis o mucho menos, arriesgada ventura del pensar.
Que Jesús sea presentado, tal como lo fue, sin una relación carnal con mujer alguna, evitando incluso o rehuyendo de la proximidad con la María Magdalena, que oficiaba como la representante de quiénes ofician de acuerdo al axioma “el trabajo más antiguo del mundo”, no es más que la demostración efectiva de la lectura más a mano que tendríamos de la manifestación de un hijo de dios en la tierra que ama a su próximo, a su igual, en una suerte de homosexualidad implícita, velada, sucinta y no tal como se nos impelió a que interpretemos su vida en la tierra como una suerte de apostolado vinculado a lo no humano o a su condición privilegiada en relación a terminar sentado a la derecha del dios padre.
Es decir, tendríamos una humanidad mucho más amplia y dispuesta a la comprensión, sí es que desde la moderna Roma, mediante encíclica próxima podría brindarse este giro hermenéutico. La importancia de contar con un Jesús, que encarará su humanidad desde esta elección, desde esta tendencia, fortalecería el ideario de familia tradicional, la que Jesús no tuvo, no eligió, no escogió, sea por propia decisión o por mandato paternal.
Creer que Jesús, se aprovechó de su condición de hijo de Dios y que por esta facultad privilegiada se mantuvo célibe y transitó sus días en la tierra desde esta posición de santidad, alejada del sentir y del desear humano, es pervertir a Jesús en su  concepto, es invertirlo, darlo vuelta, satanizarlo.
Necesitamos a un Jesús homosexual que brinde, a miles de año de su supuesta existencia real, un nuevo testimonio de que su obrar en la tierra no ha sido en vano, y que milagrosamente renace, en los corazones y en las mentes de quiénes lo interpretan más allá de las rígidas posiciones de las instituciones, que se dicen a su servicio o continuando su causa, pero que muchas veces se terminan pareciendo más, a las que decidieron su tortura, su calvario y su crucifixión algún tiempo atrás, del que parece que seguimos sin trascurrir o atravesar.


viernes, 14 de diciembre de 2018

El poder siempre es abusivo, más allá del género.



La discusión que orbita de un tiempo a esta parte, en ciertas aldeas occidentales, se oculta tras o debajo de la falda, del viejo estereotipo de lo femenino. Entendible y comprensible que así resulte, sin embargo, podríamos ir más allá del fenómeno de lo actual y del trauma  (de la herida) del ayer. Dentro de la pollera del significante mujer, estamos alojados tanto los que  abogamos, o las que abogan, sobre todo, desde una perspectiva de víctimas históricas, por una compensación o igualdad con respecto a lo masculino (muchos de los cuales, nos hemos aprovechado de tal privilegio o al menos no nos lo hemos cuestionado muy seriamente) como así también los que desde el nuevo pliegue de la escenografía del poder, pretenderán, seguir embanderados en el sexismo, cambiando o deconstruyendo la nominalidad del género, para revitalizar la disputa eterna, que se desliza mediante el poder, usando agonalmente a lo femenino contra lo masculino.
Aquí comienza la mezcla y la confusión. Buscadores de justicia, se mimetizan con quiénes sólo pretenden venganza, o en el mejor de los casos, continuar con la disputa real, entre el poder y lo que se revisten en sus pliegues, en sus bordes, ocultándose entre lo femenino y lo masculino, como meras máscaras de una lid que pervive en el  poder en su continúa disputa, de la imposición por la imposición misma, sin que esto pueda ser cuestionado u observado.
Ni lo masculino antes, ni lo femenino ahora, podrán ser constitutivos para un salto de calidad en lo humano, en la medida que no se propongan abordar al poder, pudiendo concebirlo sin su innatismo, abusivo que nos ha dejado y nos sigue dejando perplejos más allá de que vistamos polleras o pantalones, sea porque lo deseamos o porque nos lo impusieron desde un sistema cultural que muy agradablemente se cuestiona, muy a menudo, en sus formas, sus vestimentas, pero no su fondo o sus conceptos.
Los envases en lo que viene el intercambio, no pueden determinar hasta donde llegaremos con él, hasta donde pretendamos llegar. Posiblemente, tales límites, sean el territorio marcado desde el que no podamos salir.
Encerrados en el barrio, de la categoría género, en la manzana, en la circunscripción, de la genitalidad, finalmente perecemos en las cuatro paredes que nos determina en nuestra incapacidad por producir, una emoción que nos desborde de nuestra humanidad apocada, cercada, por lo que portamos para sentir y vivir nuestra experiencia de seres sexuados, limitados en el horizonte de esa complejidad que necesariamente, terminará en batalla, en enfrentamiento, por imponer, lo que se nos ocurra, sin que dejemos de ser unas meras marionetas de las tensiones del poder.
En definitiva terminamos, debajo de la pollera o del pantalón (de acuerdo a quién lo quiera ver y cómo) de la oblicuidad de ese poder, que se balancea y desbalancea, usando nuestros cuerpos y deseos para librar la batalla que pervive más allá de nuestras formas, de nuestras maneras, de nuestros envases, imposibilitándonos, llegar a tal posibilidad de preguntarnos, acerca de qué es lo que necesariamente busca ese poder, o qué buscamos con él, más allá del género en el que hayamos caído, del que nos percibamos o del que deseemos, o como nos llamemos o de quiénes seamos.
La disputa debiera ser con ese poder, con su tensión, con sus fines y determinaciones, sin embargo no nos da, en nuestros cuerpos ni de hombre ni de mujer, para que nos atrevamos a mejorarnos en nuestra condición de humanos.