Tal como en la afirmación Hegeliana “Yo no soy nada, lo otro
de mí lo es todo”, nada que pretendemos
desde lo más auténtico de nuestro ser, podemos exteriorizarlo desde la traducibilidad
de las palabras. El poder de garabatear signos, no es más que el síntoma
expreso de la mudez a la que no podemos escapar, del contundente y silente
presidio a la que nos condena el sinsentido. Esto mismo se explica sólo sí en
la medida de su no explicación, mediante palabras, tras la epocalidad en la que
transitamos, bajo la conciencia en la que nos creemos lógicos como
comunicables.
Que seamos finitos, que perezcamos sin aceptar este
contundente condicionamiento, es la prueba efectiva de que estamos habitando
otro lugar, en donde latimos más profundamente, o para decirlo de otro modo,
somos más auténticamente, donde tal vez los deseos se correspondan con nuestros
actos o sensaciones más palmariamente.
Sí es que alguna vez hemos pensado, que vivimos en el mejor
de los mundos posibles, es porque naturalmente, podamos ser, una versión diferente,
apocada o disminuida de la que potencialmente pudimos desarrollar y que por
ello, tendemos a desear lo imposible de un mundo que se nos escapa de la
mundanidad finita.
Ningún ejemplo será tan explícito cuando afirmamos que
estamos realizando algo que lo hacemos porque nos interesa el otro, el
colectivo o lo público. Nada es menos real que expresar que hacemos algo que
nos impulsa por lo que nos excede, por lo que nos es ajeno, lo que no nos
pertenece. En todo caso, o en el mejor de los casos, lo hacemos, porque tememos
a eso que se nos presenta como extraño y por tanto, pretendemos tutelarlo o
maniobrarlo, desde la bondad, que no deja de ser el engaño, de que estamos
interesados en tener el control de manejar, lo otro, por temor a ser manejados
o tutelados por eso mismo que desconocemos.
Es muy difícil el reconocer esto, el ponerlo en palabras,
difundirlo y actuar en consecuencia. La palabra, ni bien expresa, ya construye
literaturidad, es su verdadera razón de ser. La semántica no pretende tener
ningún valor de verdad, sino solamente de señalamiento. La nominalidad no busca
discernir, sino simplemente caracterizar. La verdad, a decir de I. Bergman es
sólo la pasión de los mentirosos, es un canal de ida en la que la salida se
corresponde con el mismo ticket de entrada.
Tal como indica la teoría psicoanalítica, el inconsciente,
estructurado como un lenguaje, nos manifestaría sus posiciones por intermedio
de lo sabido; sueños, chistes y lo decodificable, analista mediante.
Sin embargo, es necesario, como imprescindible que en todo
lo que creemos o definimos como asuntos públicos, a través de lo que comunican
los medios de prensa, podamos socializar este principio que podría sintetizarse
como; Nadie que nos prometa lo mejor para todos, está en su búsqueda o tiene
tal intención.
En el oxímoron de la definición democrática, su imposible es
lo perverso. Nadie quiere ser gobernado por el pueblo, dado que este o es el
otro, o en su significante extenso, no es nadie.
Más allá de lo que podamos querer para cada uno de nosotros,
muy difícilmente, queramos para organizarnos social o políticamente, ser
gobernado por un otro o por nadie en el engaño del todos o del pueblo. Esto es
lo que nos promete lo democrático, lo que inercialmente, aceptamos como un
supuesto deseo colectivo, que no es tal, ni por asomo.
Sería interesante que manifestemos lo que deseamos, mediante
los canales que vayamos encontrando y que se correspondan con lo eso que
pretendamos.
Los poderes del estado, constituidos, instaurados y
legitimados, por la prensa que únicamente se encarga en sostener tal régimen,
tal status quo, jamás dirá que es lo que pretendemos o deseamos, por ello, los
medios de comunicación, solo expresan lo
expresable, no solamente porque están codificados como una tabla en donde se
manifiestan mediante el lenguaje socialmente aceptable.
Es decir, sí tuviésemos un canal de noticias, un periódico o una radio, en donde sólo se
brindaran todas y cada una de las informaciones que tengan que ver con lo
público y no desde donde emanan o sale esos supuestos manifiestos (el poder político,
el poder institucional, el poder académico, el poder religioso, el poder
económico y todo poder que oblitera lo
que enuncia se encargará el trabajar u ocuparse de los demás) podríamos dar por
sentado, que a la humanidad le interesa algo que tiene que ver con su propio
género y que exceda la individualidad del que está pensando, enunciando o
comunicando.
Desear, expresar y manifestar, podrían ser sinónimos o
significar aspectos semejantes, esto no sólo es prueba fehaciente de los límites
del lenguaje y por ende de nuestros propios límites, sino por sobre todo, que
nada que tenga que ver con el todos, de lo colectivo, de eso que la política
nos presenta como democrático, saldrá de algo que no tenga que ver con un
aspecto personalísimo de cada uno de los existentes, que apenas nos
diferenciamos de los que nos rodean, por atravesar cosas semejantes o iguales
en un fractal de espacio-tiempo, distinto o diferente.
Esto es todo nuestro fenómeno humano, al resto lo dimos en
llamar literatura y es lo que nos solapa, narcotiza y adormece, haciéndonos creer
que estamos encaminados por un deseo o sueño, del que más nos alejamos a medida
que creemos alcanzarlo o asirlo.
La sexualidad es el correlato del pliegue en donde creemos
estar actuando por otra cosa que no es más que lo instintivo de continuar, pese
a que no nos preguntemos o preguntándonos, más allá de las respuestas que
podamos encontrar, sí es que vale la pena la experiencia humana. La sexualidad,
en última instancia es el consuelo de nuestras carencias, las irredentas respuestas que no refieren a lo que nos
preguntamos o lo que podríamos pretender ser mediante esas preguntas que tal
vez no se correspondan ni con nuestros miedos ni con los medios que tengamos
como para hacerlos visibles.
Tener sexo es como ir a votar, en el mejor de los casos, no
sabemos muy bien porque lo hacemos, que nos impulsa a ello, pero nos gusta, nos
debilita, fortaleciéndonos, nos engrandece en la medida que nos empantana.
No nos interpelamos en nuestra sexualidad, en preguntarnos
en que buscamos al perpetrar la continuidad de la especie, bajo el argumento no
expresado de que alguna vez lo haremos mejor, tal como cuando votamos o cuando
nos organizamos políticamente, siempre esperanzados por un deseo que no sabemos
sí es tal.
Conviene que busquemos, bajo esas otras lógicas, que es lo
que queremos, sí es que queremos algo y si podemos plantearnos esto mismo, bajo
estos términos. De lo contrario, seguiremos haciendo lo que hasta ahora, que no
es más que lo igual, o variaciones muy escasas de un modelo que aburre, cuando
no oprime, otras posibilidades de ser, que tal vez, se animen a ir más allá del
límite, de lo pensado o de lo deseado.
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