jueves, 22 de febrero de 2018

Del aparato psíquico al aparato institucional.


Tras los conceptos fundamentales que se conocen como; ello, yo y superyó, constitutivos del aparato psíquico, otorgándoles funcionalidades políticas o encontrando las mismas, en la tríada que divide los poderes de los estados occidentales, podríamos maridar, sin temor a que digamos nada que no se traduzca como real, como operando en lo simbólico y tal vez, en lo arquetípico de lo imaginario, que el ello es el poder legislativo (el carácter deseoso de la ley, que muchas veces hasta resulta, o todas las veces, incumplible en tales términos) el yo (la ejecución de lo presente, o la administración de lo circundante, el poder ejecutivo) y el superyó (penalidad y contrarresto de lo deseante puro, poder judicial).  La explicación psicológica o psicoanalítica del molde institucional que concibió y concibe el engranaje mediante la cual, la ciencia política creyó concebir algo que le perteneciera en un porcentaje destacable, no es más que la prueba fehaciente que de la frase “lo personal es político” debiéramos buscarlo en sus trasfondo, en lo subyacente, para explicitar que lo político-democrático, actual, estructurado como esta, jamás podrá permitirnos algo más allá de un tratamiento y jamás una cura, respuesta determinada, acabada o definición manifiesta. Se trata de nuestra condición, no de los sistemas, ni de como estemos cada uno de los cuales podemos llegar a interpretarlo o en el mejor de los casos plantearlo bajo modificaciones.
En la siguiente como brillante, síntesis para un artículo que busca enhebrar también el vínculo entre psicoanálisis y política, Nora Merlín, nos alumbra de la siguiente manera: “Recordemos brevemente el planteo que hace Freud en Psicología de las masas y análisis del yo. Afirma allí que las masas son asociaciones de individuos que se manifiestan con características bárbaras, violentas, impulsivas y carentes de límites, en las que se echan por tierra las represiones. Son grupos humanos hipnotizados, con bajo rendimiento intelectual, que buscan someterse a la autoridad del líder poderoso que las domina por sugestión. Se trata de una constitución libidinosa producida por la identificación al líder, en la que una multitud de individuos pone en el mismo objeto (el líder) el lugar del ideal del yo –operador simbólico que sostiene la identificación de los miembros entre sí–. Por lo tanto, dos operaciones constituyen y caracterizan a la masa: idealización al líder e identificación con el líder y entre los miembros. En resumen, la masa implica una respuesta social no discursiva sino puramente libidinal”. Merlín, N. “Laclau y el Psiconalísis”. Página 12. Buenos Aires. 22 de Abril de 2014).
El artículo de la autora, como su título lo indica, continua con una interesante interpretación del giro psicoanalítico, mediante el clivaje “populismo” que le daría, según su consideración Laclau, a lo expresado por Freud, que naturalmente leen la perspectiva desde el fenómeno sujeto y sus conflictividades y para nosotros, sin embargo, la lectura, pasa por pararse desde la óptica de lo estructurado, tanto en lo que luego deviene como lenguaje, pero que funge como aparato, psíquico y más luego, el político, que replica las misma y tajante estructuración.
En el aparato psíquico, (del que no queremos profundizar tanto por economía del lenguaje, como por el riesgo que implicaría el salirnos de eje) que navega bajo (en la mítica referencia del iceberg) los tópicos de lo consciente, lo preconsciente y lo inconsciente, la réplica política, es cabal y contundente.
El aparato político que sostiene los tres poderes del estado (hemos trabajado, sobre todo en la razón de ser del poder judicial y de la necesidad que le brindan los politólogos de ese contrapeso con los otros poderes, pero que a nivel argumental es escaso o pobre, desde Montesquieu en el “Espíritu de las leyes” a todos sus continuadores como muestra fehaciente de lo que afirmamos, nos replica la estructura no obramos ni pensamos política o racionalmente) navega en la legitimidad, en su continuidad, por obra y gracia que los tres tópicos que le permiten tal transitar, no son más ni menos que las clases sociales, o grupos o facciones que bien podrían dirimirse entre los que participan o son parte (políticos, clase alta, elite, círculo rojo, dominante) los que desean serlo, porque lo han sido (ellos o familiares) o porque tienen condiciones para creer o sentir que podrán ser parte (clase media) y finalmente los que no tienen conciencia de los que les está ocurriendo ni a ellos, ni en su rededor, los pobres, marginales o en estado de excepción (permanente, bien vale el oxímoron ) que sólo pueden ocuparse de sobrevivir de rato en rato.
Como acabamos de ver los tópicos están replicados y más allá de semánticas o de nominaciones, la estructuración de nuestra política actual y por ende sus conflictividades, tienen mucho más que ver con las estructuraciones con las que nos arrojaron al mundo. Lo personal no sólo es político, sino lo psicoanalítico lo es.
Como bien sabemos, a título de adagio: "Es a esa articulación de la verdad a la qua Freud se remite al declarar imposibles de cumplir tres compromisos: educar, gobernar, psicoanalizar".( J. Lacan Lectura Estructuralista de Freud. Pág. 178) tal vez pueda resultar ahora, más comprensible, entendible o analizable. Precisamente a Lacan se le atribuye también una frase a la que estaríamos haciendo honor: “Sí usted no entiende mis textos, tanto mejor, tendrá la oportunidad de explicarlos”.
En lo posible, que es lo pasable, lo transitable o lo vivible, cada quién sabrá qué hacer con lo suyo (en el mejor los casos con la guía de su analista) lo significativo, al menos para nosotros, es que así como toda la academia-cultural e intelectual, consideró y considera que sus administradores o políticos, deben conocer de derecho, leyes, ciencia política (en esta periodicidad le están agregando la exigencia de conocimientos económicos) y demás, estamos en condición de afirmar, que bajo la estructura que nos estructura y por la que estructuramos lo político, tener un guía político, un buen político entendido en ese significante extenso de bueno, sería alguien que comprendiera ciertas nociones analíticas, al menos sí no la ve o no se interesa, que las respete, que las valore y que no las desprecie. Bajo tales signos estamos determinados, más allá de nuestros gustos, placeres, gozos e incluso de nosotros mismos.




domingo, 4 de febrero de 2018

La inutilidad, para la democracia, de combatir la pobreza.

Oscar Masotta, que bien podría constituirse en el símbolo para la perseverancia irredenta de vincular política con psicoanálisis, aleccionaba que “En el Narcicismo está en juego la determinación del sujeto con el goce. Y que tal punto se constituía en el corte en el psicoanálisis con la política. En la práctica psicoanalítica vale siempre la reafirmación de lo inútil…” (Masotta, O. “Lecturas de Psicoanálisis. Freud, Lacan. Pág. 210. Paidós. 2015. Buenos Aires.) más en la política no. En la política, resolver la cuestión de la pobreza, no sólo es un imposible, en términos psicoanalíticos (como el psicoanálisis y la política) sino además es algo inútil.
En esta suerte de “Masottismo” del que bien nos podría alertar nuestra propia referencia, cuando  afirma: "Los psicoanalistas en la historia del psicoanálisis, individualmente, con respecto a la política, han sido siempre unos imbéciles. Cuando se ponen a hablar de política es lamentable". (Ibídem; 211) nos cabe realizar la siguiente aclaración.
Por política entendemos lo subyacente, incluso a su actual, sucedáneo democrático. Desde la abdicación, de los fenómenos totalitarios puros, en la sacralización o totemismo de la democracia como valor político-ciudadano, se produjo una suerte de invaginación, en que por sobre todo, quiénes nos dedicamos a las letras, transformamos en una zona de confort, en una suerte de estado intrauterino social. Hablar en términos críticos de lo democrático, se constituye en una perspectiva matricida. Nada que pueda ser planteado desde la política, debe salir de la circunscripción democrática tal como la venimos entendiendo desde  su aparición a esta parte.
Sí algo está más que claro, a diferencia de lo oscuro y laberíntico que representa lo político, es lo que sentimos, valoramos y entendemos por democrático. Con tal de que nos permitan votar cada cierto tiempo, nos basta y sobra en el campo social y colectivo. En lo respectivo a lo individual, como no podemos hacer generalizaciones razonables por circunstancias obvias, sólo diremos que nos contentamos básicamente, con que nos dejen exteriorizar nuestra agresividad hacia los otros, sin que paguemos grandes costos por ello (es decir sobre todo en el plano simbólico) nos licenciamos en la posibilidad de pensar en quiénes realmente son los mártires de nuestra experiencia democrática: los miles en las aldeas, que se transforman en millones en la suma de las mismas, que no están dentro de los límites del barrio, del gueto, en donde se come, se vota, y se vivencia una cierta posibilidad de creernos libres por expresar algún pensamiento o verter una sensación que creemos propia.
La política, en su desarrollo real, no puede, ni podrá en lo inmediato, desembarazarse del significante democrático, que lo engloba, que lo circunscribe, que lo define, que lo limita. En términos teóricos, seguir pensando en este mismo sentido, nos hará continuar por el sendero en donde estamos olvidando lo significativo, la prioridad de la política, se define precisamente, por lo primordial que escoge como concepto para lograr su fin. Para ponerlo en otros términos, que la política deba resolver, o encargarse, o tratar, de que menos gente padezca hambre, debería constituirse en su matriz esencial, en su definición performativa.
Pero el alerta que nos impuso Masotta, oblitera la posibilidad, en la que sin embargo, se viene escogiendo, persistentemente. Es decir en querer hacer aparecer a la política, que escogiendo lo democrático (y no condicionada o secuestrada por ella) definirá alguna vez, por la conquista de hombres agrupados en posiciones, sobre todo de izquierdas (o populares o populistas, aún con un eje que se corro más al centro o incluso a la derecha) que por obra y gracia, de una extrema lucidez, en una suerte de aborto de la naturaleza, pongan el carro delante del caballo y lleven a cabo el imposible, de que la política democrática o democratizada, defina como prioridad o política de estado central el combate contra la pobreza.
Esto es lo que ocurre en términos reales. La traducción no es más ni menos que los intentos imposibles con que chocamos, cada vez que damos cuenta que la democracia no nos lleva, a tal y supuesto fin. Buscamos por el lado incorrecto tal falta de empalme. Nos agotamos en el habla, nunca inútil, de creer que el principal problema es el económico, el moral, lo azaroso y hasta lo divino.
Precisamente en las palabras está la clave, como el psicoanálisis, como en la filosofía, como en la democracia.
Los que tenemos resuelta la posibilidad de comer y de subsistir con mediana dignidad, construimos, más luego de tener el estómago saciado, conceptos que representan la explicación de porqué hemos conseguido o no conseguido, lo mismo da, algún que otro deseo, sea que los mismos nos correspondan de acuerdo a nuestro libre albedrío o sean representaciones dictatoriales de estructuras que nos determinan, por más que nos demos o no nos demos cuenta, de las mismas.
Rebozan las palabras en el reinado de lo democrático. Quiénes golpeados por cierta sensibilidad, y despertados por cierta curiosidad, damos cuenta que, son muchos otros, reales y ciertos, que se agolpan en el abismo de los archipiélagos de excepción, tomamos como opción válida, el psicoanálisis, para ocluir nuestra sensación de culpa, o mejor expresado, lavar la responsabilidad.
La política, es el significante, para el que sobrevive, más allá de la norma, incluso, por más que caiga penalizado por la misma (esta es una explicación valedera de lo lejos que estamos de que la justicia en términos institucionales busque algo parecido a lo que por definición se propone). La política, es el campo, en donde las palabras, pueden ser utilizadas como un recurso más, pero nunca el único o necesariamente el primordial. En los terrenos de la política, lo que está estructurado como un lenguaje son las necesidades básicas, que deben ser satisfechas de la manera que fuesen, de lo contrario la experiencia de tal humanidad termina en tragedia, en lo inacabado o inexpresado, como muchas veces.
Es imposible que entendamos bajo el amparo de lo democrático, la dimensión de la política, por ello, es que el hambre o el combate que se dice librar para erradicarlo, no es más que eso, el plano semántico, de una perspectiva simbólica que en el mejor de los casos, sólo será decodificada en un diván, y su traducibilidad expresada en un artículo de ínfulas psicoanalíticas, con tintes sociológicos y filosóficos.
La pobreza de los otros es el precio que le pagamos al analista para que nos diga que no podemos hacer mucho más de lo que estamos haciendo, dado que lo contrario, sería salirnos de nuestra zona de confort, el punto de corte definitivo que dimos en llamar democracia, en el acabose de tal relación política, que trasvasa lo terapéutico, sabemos que el deseo del otro, es ni más ni menos que el deseo del analista, que cada vez que puede nos insta a que prosigamos en nuestro vinculo histérico e imposible en esa tríada, de política, pobreza y democracia, de lo contrario quedaría el diván sin paciente y nosotros sin palabras.