Dejando por sentado que tratamos
la figura central del relato bíblico, desde
una perspectiva ajena a la religiosidad, y por ende, dispensándonos de las
molestias que pueda causar el desgranar esta suerte de razonamientos y de
pensamientos que ponemos en discusión, el planteo es claro, prístino y
contundente. La no realización como hombre de Jesús (en el sentido patriarcal
que se le otorgaba, o en ciertas latitudes se le sigue otorgando a la concreción
de la masculinidad determinada en su razón de ser como progenitor y vinculado indiscerniblemente,
mediante la sexualidad, con lo femenino o con féminas) se explica mediante la
necesidad, de ese dios, su padre, como él padre, de transmitir una mirada, amplia
y larga, del fenómeno humano, del que hasta ahora, la institución iglesia, y el
significante religiosidad, prescinde.
Venimos leyendo desde tal oficialidad
que Jesús, cumplió sacrificialmente su mandato como hijo, convirtiéndose de
esta manera en el alter ego de cada uno de los que tenemos algún tipo de vinculación
con el cristianismo, aunque más no fuese, culturalmente. Resulta imposible, no
reparar hasta en las referencias políticas o sociales de una figura que
multiplica comida y la reparte, que se las toma con quiénes lucran por el lucro
mismo y que perdona a quiénes lo traicionan, en nombre de una humanidad, tanto
pecadora como redimible, en caso de que sobrevenga el siempre a mano,
arrepentimiento.
Se estudia también,
trilladamente, al Jesús de los milagros, al que intercedió para sanar estados
alterados de conciencia, al misericordioso, al justo, al de las parábolas, al
de la resurrección, al tercer día entre los muertos.
En el estudio del Jesús histórico,
se ha puesto el eje tanto en el contexto de su llegada, en la Romanidad en la
que vivió, que actores secundarios como Poncio Pilatos, no sólo que traspasaron
al olvido al que estarían condenados, sin la vinculación con Jesús, que hasta
el derecho o el sentido de justicia se estudia desde la arbitraria decisión del
romano, dado por ejemplo el texto “¿Qué es justicia?” del artífice del positivismo
normativo, Hans Kelsen, quién inicia su libro citado con tal rememoración del
momento histórico.
Algo similar ocurre con el Jesús
literario, cuando Jorge Luis Borges narra la necesaria e imprescindible traición
de Judas, para que el hijo de Dios, termine siendo quién finalmente es.
Cómo expresábamos y es la razón
de ser del presente, sin que se pretenda tesis, hipótesis o mucho menos, arriesgada
ventura del pensar.
Que Jesús sea presentado, tal
como lo fue, sin una relación carnal con mujer alguna, evitando incluso o
rehuyendo de la proximidad con la María Magdalena, que oficiaba como la
representante de quiénes ofician de acuerdo al axioma “el trabajo más antiguo
del mundo”, no es más que la demostración efectiva de la lectura más a mano que
tendríamos de la manifestación de un hijo de dios en la tierra que ama a su
próximo, a su igual, en una suerte de homosexualidad implícita, velada, sucinta
y no tal como se nos impelió a que interpretemos su vida en la tierra como una
suerte de apostolado vinculado a lo no humano o a su condición privilegiada en
relación a terminar sentado a la derecha del dios padre.
Es decir, tendríamos una
humanidad mucho más amplia y dispuesta a la comprensión, sí es que desde la
moderna Roma, mediante encíclica próxima podría brindarse este giro hermenéutico.
La importancia de contar con un Jesús, que encarará su humanidad desde esta
elección, desde esta tendencia, fortalecería el ideario de familia tradicional,
la que Jesús no tuvo, no eligió, no escogió, sea por propia decisión o por
mandato paternal.
Creer que Jesús, se aprovechó de
su condición de hijo de Dios y que por esta facultad privilegiada se mantuvo
célibe y transitó sus días en la tierra desde esta posición de santidad,
alejada del sentir y del desear humano, es pervertir a Jesús en su concepto, es invertirlo, darlo vuelta,
satanizarlo.
Necesitamos a un Jesús homosexual
que brinde, a miles de año de su supuesta existencia real, un nuevo testimonio
de que su obrar en la tierra no ha sido en vano, y que milagrosamente renace,
en los corazones y en las mentes de quiénes lo interpretan más allá de las
rígidas posiciones de las instituciones, que se dicen a su servicio o
continuando su causa, pero que muchas veces se terminan pareciendo más, a las
que decidieron su tortura, su calvario y su crucifixión algún tiempo atrás, del
que parece que seguimos sin trascurrir o atravesar.