sábado, 7 de octubre de 2017

El maridaje entre el culo y la filosofía.




 “Una vez que se asesina a Sócrates, quizá surge un pálido remordimiento que impide nuevos asesinatos, y aunque la actitud filosófica no conquiste a las grandes masas del público, termina por llamar tanto la atención y hasta por crear un superficial respeto, que se fundan escuelas, facultades, institutos, bibliotecas en que, por unos siglos, se ha permitido e incluso se ha financiado la filosofía o, por lo menos, algo que se le parece a ratos. Hoy hay signos abundantes de que esta tregua está acabando”. (García-Baró, M. “Fenomenología y hermenéutica”. Editorial Salvat. 2015. Barcelona. Pág. 21.)
La cola es parte integrante de nuestra morfología. Como característica especial, no debe haber parte del cuerpo humano que semánticamente posea tantas, diversas y hasta contradictorias significaciones a partir de la misma. Tener culo, como obviamente todo lo tenemos, expresado con énfasis, es sin embargo una exclamación que está dirigida a señalar que hemos sido tocados, rozados o tutelados por  el azar. El que tiene culo es el que tiene suerte. La frase exclamativa, posee, sin embargo, un tinte o una connotación que destila cierta envidia por parte del propalador. Es decir, sí alguien nos dice que tenemos culo, nos lo está expresando con la carga que conlleva la malicia intrínseca de la perfidia. El culo por más que en su dimensión real, este asociado al rol, menos estético que posee el humano, el de las cloacas, el de desechar lo que al cuerpo no le sirve, traducido en materia fecal, mierda, sorete o caca; eliminada, incluso bajo el rigor del hedor característico de la misma, posee, paradojalmente, un encanto erótico, sensual, sexual y hasta comercial.
El culo es una parte admirada tanto en mujeres como en hombres. El culo es un espacio apetecible para la sexualidad, independientemente de que la misma práctica, sea clasificada (entendiendo que toda clasificación es una limitación) como homo, bi, hetero o pansexual. Sin embargo el culo, a nivel orgánico no demuestra que ese cuerpo está gozando, como sí lo hacen otros órganos sexuales, como el pene o la vulva que segregan sustancias específicas y concretas que ratifican la sensación orgásmica. Al culo, a lo sumo, hay que lubricarlo artificialmente para que su dilatación permita el ingreso de, e implorar, asimismo, que en la práctica sexual, el culo nunca excrete nada, para que no se tenga que sacar nada del mismo, en calidad de “embarrada”.
Se dice, se expresa, en tono, de deseo gozoso o de placer “Te voy a romper el culo”, en una suerte de codificación sádica, de tener un rédito sensitivo o espiritual a partir de propinarle una agresión al otro, de romperle algo que supuestamente se aprecia, se valora estéticamente, pero del que sin embargo lo único que salen son las heces, muchas veces hediondas y pinceladas por colores toscos, grumosos y poco afables. Esta particularidad del culo, se distancia abismalmente de lo inimaginable que sería que nos digan “te voy  a gastar el pene” o “te desgarraré la vagina” o cualquiera de sus diversas versiones que tengan que ver con aquello de exclamar agresión a los efectos de un supuesto placer.
Pasando del plano de lo imaginario y lo simbólico, al plano de lo real, el culo nos sigue proporcionando su condición filosófica, aporética, o por decirlo en buen romance, su encantadora, como contradictoria, condición de órgano tabú, del qué nos avergonzamos tanto como nos excitamos al solo mencionarlo.
Sí pasáramos al ejercicio, siquiera científico, sino simplemente informal, de preguntar a amigos, conocidos o mediante plataformas informales de encuestas, cuantas personas practicaron, realmente sexo anal (sea en calidad de activos o de pasivos, en relaciones hetero, bi, homo o pansexuales), la evidencia será contundente. La proporción del culo como objeto de prácticas sexuales, a diferencia de cualquier otro órgano del cuerpo humano, no debe arribar al 10 % en tal  proporción. Es decir de 100 veces que alguien pudo haber practicado sexo, como mucho 10, habrán sido teniendo como eje principal de la práctica al culo. Esto no sería nada extraño, ni llamativo, por las razones orgánicas que lo determinan, sin embargo, se constituye como tal, dado que esta no realización en el plano de lo real, la llevamos, la transformamos, en el plano de lo simbólico o lo imaginario.
El culo es un talismán de la sexualidad no practicada. El culo es el significante más acabado de nuestra condición de seres contradictorios. Nos puede “ir como el culo”  (es decir mal) o podemos “tener el culo” de habernos sacado la lotería que será siempre igual para el culo, pero muy distinto para la significancia que queremos expresar mediante el mismo término.
El culo es el lugar mediante el cual deponemos lo que no usamos, hasta antiestéticamente (al menos así lo es por alguna razón occidental) pero que con la misma gravidez, desde otro contexto (un culo tapado, sea por una calza, una falda, una zunga, una vedetina) es exaltado en grado sumo, constituido como sanctasanctórum del erotismo como de la sexualidad.
El culo, en  esta condición de tabú-social, ratificó la misma, en la concelebra película “El último tango en París” en donde la afama escena de la joven untada con mantequilla para ser penetrada analmente, no sólo escandalizo en el momento (los setenta) sino que cuarenta años después continúo escandalizando dado que de acuerdo a las confesiones del director como del protagonista, la realidad de la escenificación incluyó que la actriz no sea consultada para que brinde su consentimiento (otras versiones indican que no fue tan así, sin embargo la protagonista luego del film, cayó en un llamativo espiral  de autodestrucción). La película, tuvo el éxito, cultural, artístico y comercial, porque grabo una violación anal.
Nuestra relación morbosa con el culo no acaba allí. La tesis que sustenta estas líneas es que nos genera tanto atractivo erótico-sensual el culo porque es la garantía de que luego de su práctica no derivará la misma en la concepción del ser humano, es decir, culeando no procreamos y ese es el verdadero encanto de un culo del que decimos, alardeamos y vociferamos el gozar sexualmente, pero del que nos da culpa, no nos da pleno gozo o solo nos lo da en un plano imaginario o simbólico pero nunca real.  
Nos alecciona  Bruno Mazzoldi  en “La prueba del culo ¿existe una filosofía latinoamericana?”: “Culo, en efecto, pariente, como collón, de culleus (el saco en que se cosía y ahogaba al parricida) sugiere del trasero más lo infundibuliforme que lo fundacional”.
Ese saco en donde se ahogaba al parricida (recordemos que el parricida es el que cambia las reglas de juego establecidas), la penalidad para el infractor político-cultural, o para el verdadero filósofo, devino en el culo y más luego en su furibunda como rizomática polisemia.
El culo es por antonomasia el órgano filosófico. Así nos va cómo el culo al no darle importancia, dimensión o al penalizar la filosofía. De culo nos podrá ir, tal como venimos, desconociendo el origen y la sustancia o la relación intrínseca entre el culo, tan seductor y popular, con la filosofía, tan selectiva, cuasi vergonzante, o en su doble condición de totémica y tabú.

domingo, 24 de septiembre de 2017

Democrafobia.

El neologismo, o el término que viene siendo usado casi informalmente, por parte de ciudadanos occidentales del mundo que preocupados por el desandar del sistema político instituido, buscan resignificar o conceptualizar, el menosprecio o la escasa afección a la democracia de los que se dicen democráticos o los que formal y políticamente la representan (en término Lacanianos podríamos aducir: "El arte y la palabra suelen estar para velar la falta.") con la finalidad, precisa y obvia, de generar presencia, en el agujero de lo no democrático (sobre todo la criminalidad de que la democracia supuestamente garantice libertad y derechos humanos, a expensas de mantener a millones en la pobreza, la marginalidad y la exclusión) necesita de una definición precisa y taxativa. Por esta razón, en este único sentido, de un sendero que se nos impone (de lo contrario estaríamos obturando nuestra naturaleza humana, de salirnos de los automatismos o de los egocentrismos que sólo especulan con la acumulación idiotizante que es lo único que puede asegurar o garantizar esta democracia no democrática) es que apelamos, a los otros, la generalidad y solidaridad de los que somos en tanto otros, para desgarrar lo democrático, redefinirlo, interpelarlo, desmenuzarlo, estrujarlo, desenvolverlo, una y otra vez, resetearlo. Este es el único camino posible, para que la humanidad no abandone del todo su realización como tal. Padecer democrafobia es lo peor que nos puede pasar como sujetos colectivos, como sujetos políticos, como ciudadanos. Tenerle miedo a la palabra democracia, evitar criticarla, por una suerte de temor reverencial, de sacramento ante lo totémico y lo sagrado, no es más que continuar en una zona de confort que nos llevará como la fábula del sapo y del agua hirviendo, a sin darnos cuenta, agotarnos en la carencia absoluta de lo democrático como tal, por ausencia de una perspectiva crítica que la ponga delante de sus faltas, que la redefina para resucitarla, rescatarla del olvido indómito al que parece que la hemos sometido, en un oscuro rincón en donde duerme el sueño de los justos. Todos y cada uno de los aspectos que se vivencian de un tiempo a esta parte, en cada comunidad que se precia de democrática, y que últimamente, se recrudece, se multiplica en sus problemáticas, en sus indefiniciones, en sus traumas, en sus revueltas y en su crasa falta de mayor integridad como de razonabilidad, no es más que esto mismo, el señalamiento claro de la democrafobia que nos aterroriza, que nos paraliza que nos detiene, con pavor pantagruélico y que en caso de no tomar medida alguna para salir de tal y grave mal, nos terminará envolviendo con su mortaja, apelmazada de una cruenta y letal agonía, democráticamente funesta.
La democracia es palabra. Por el temor descripto, por el que padecemos a diario hasta para pensar en términos críticos lo democrático, hemos transformado a la democracia en número. Sólo interesa saber la cantidad delos que supuestamente apoyan una idea, una expresión, supuestamente colectiva o una individualidad envestida en supuesto ropaje democrático.
Debemos devolverle el sentido de la palabra, del logos, del concepto a lo democrático. El número, nunca pudo haberse constituido, como lamentablemente sucede desde un tiempo a esta parte, en lo basal de lo democrático, dado que la razón última de lo numérico, termina siendo la suerte o el azar.
Ponerle palabras a lo democrático, en los términos que fueren, enfrentar la democrafobia, es no el primer, sino el paso, dado que la cuestión numeraria, hasta podríamos dejarla para definir elementos secundarios que hemos transformado en primordiales, como la elección de representantes. Ir o no a una demarquía, podría ser un camino para redefinir lo representativo (existen algunas consideraciones teóricas acerca de esto mismo) sin embargo lo elemental o sustancial, es ponerle palabras, buscarlas, encontrarlas, inventarlas, escribirlas, compartirlas, hacerlas correr.
La democracia es antes que nada y por sobre todo, logos, palabra, concepto.



martes, 11 de julio de 2017

La selfie o el otro estadio del espejo en tiempos democráticos.

“El sentido es justamente lo que no es provisto por sí mismo, sino por lo otro; es en eso en lo que la metafísica, que busca un sentido más allá de las apariencias, ha sido siempre una metafísica de lo otro” (Rosset. C. “Lo real y su doble”, Libros del Zorzal. Buenos Aires. 2016. Pág.  79) ¿Qué buscamos al retratarnos mediante instrumentos inteligentes para luego multiplicar tal toma en las redes? ¿Acaso nos hemos detenido a preguntarnos acerca de esto? ¿Acaso nos preguntamos? ¿Cuánto de nosotros, es decir en concerniente a la toma de decisión, no le hemos cedido automáticamente, al apéndice instrumental que nos retrata una y otra vez, en un automatismo funcional que nos condiciona, tal vez a que no nos preguntemos, a que no nos cuestionemos, a que no pensemos, ni sintamos, sino que simplemente exterioricemos, que posemos, que vivamos en el postureo para haber pasado a ser ese otro de nosotros traducido en una interfaz o pantalla? “Privada de inmediatez, la realidad humana, queda naturalmente privada también de presente, lo cual significa que el hombre queda privado de la realidad a secas, si hemos de creer lo que dicen los estoicos, uno de cuyos puntos fuertes fue afirmar que la realidad sólo se conjuga en el presente. Pero el presente sería demasiado preocupante si no fuera más que inmediato y primero: sólo es abordable por medio de la representación, luego según una estructura iterativa que la asimila a un pasado o a un futuro en favor de  un ligero desfase que corroe su insoportable vigor y únicamente permite su asimilación bajo la forma de un doble más digerible que el original en su crudeza primera” (Ibídem. Pág.  67)
Recurrimos a la teorización Lacaniana acerca del estadio del espejo: “Al ocurrir el estadio del espejo el infante deja de angustiarse de sumo grado ante la ausencia de la madre, pasando a poder regocijarse percibiéndose reflejado, y, sobre todo, dotado de unidad corporal, de un cuerpo propio (al que identificará con "su" yo). El regocijo experimentado al observar su imagen es también un primer momento de sentimiento de placer con su cuerpo, sin la directa asistencia de la madre. Así el estadio del espejo revela la configuración del yo del sujeto. Como para que tal haya ocurrido ha sido menester el estímulo externo desde un semejante, Lacan deduce de allí que, en principio, inicialmente, todo yo es un Otro. Pero el estadio del espejo por sí solo, con la implicación de la madre o la función materna, no resultan suficientes para la subjetivación. Lacan deduce luego que se requiere un tertium, un tercero. Es la función paterna la que permitirá mantener la noción de unidad corporal del sujeto y luego el desarrollo psíquico que deviene a partir de esta primera percepción de unidad”.
La representación de nuestro yo, la segunda instancia, o para hacerlo algo complejo, lo otro de nosotros mismos, está en eso que dejamos de ser, en la traducibilidad de la selfie, de la toma, que nos toma, el artefacto, que nos ha enajenado, que tal como se profetizaba en diferentes películas desde “Al morir la noche” de 1945 hasta nuestros días, en aquella el muñeco domina al ventrílocuo en las actuales las computadoras o la inteligencia artificial, nuestro mundo o lo que hemos dejado que suceda con él, la dejar de intervenir en el mismo como nosotros mismos.
La retratación sistémica, la iteración de la selfie, no sólo que nos conduce a la afirmación psicoanalítica de la constitución del yo como otro, realizada en aquel primer estadio del espejo en la niñez, sino precisamente, en nuestro retorno, gozoso que se traduce en que pretendamos obtener los comentarios o las implicancias al socializar las selfies o autorretratos que nos toma el teléfono inteligente.
Es decir, tal como en la niñez, frente al espejo, la autopercepción nos brindó el reconocimiento del gozo, sin intermediación sobre todo materna, en la adultez, supuesta, ese otro en que nos traducimos, en que nos representamos, vuelve, mediante el comentario (sea positivo o negativo ) el me gusta o todas las opciones de respuestas que brinden las distintas redes sociales a las que el teléfono móvil (como una suerte de padre autoritario o narcisista) dispara al compartir nuestro acto gozoso, del autorretrato, la selfie o la foto.
Políticamente, dado que lo está en cuestión o en juego, es sí estamos eligiendo lo que nos sucede, tal como creemos elegir un gobierno o a nuestros representantes, el retrato, de lo que no somos, es decir la promesa, lo imposible de lo democrático, precisamente, funciona en ese no cumplimiento, en esa no realización. No constituimos un gobierno ni del pueblo, ni para el pueblo, sino una entelequia como doble, que sin embargo, es todo eso y más, la festejamos, la simbolizamos en el ejercicio electoral, la convertimos en fetiche. Las elecciones que se llevan a cabo en distintas partes del mundo, son las selfies, las fotos que socializamos, la imagen que nos da gozo de lo que supuestamente somos, a sabiendas de que no lo somos.  Nos ha dejado de importar que nos importe ser, ahora nos alcanza con vernos, más allá de cómo, cuando, donde y porque, consiguientemente nos importa nada, quien nos gobierne, como, cuando y porque. Tal vez, este segundo estadio del espejo, de habitar dentro de la interfaz, de habernos convertido en ese doble, nos evite la angustia de la muerte, no por nada tenemos gobernantes que nos dicen amar y trabajar por nuestra felicidad. No se trata de creer, sino de sentir, hemos dejado de desear para obtener el goce, a como dé lugar  y esta es nuestra gran tragedia en sí misma, a la que no podemos escapar desde la condición del doble, del autorretrato, del democrático supuesto.
  



miércoles, 21 de junio de 2017

El ser almibarado.

El almíbar es la sustancia que alumbra la sociabilidad del hombre. Tal como el líquido amniótico, o su predecesor o posibilitador, el semen, el almíbar también es una sustancia viscosa, espesa, pegajosa y gelatinosa, a diferencia de las primeras dos mencionadas, hasta ahora nunca analizada, en el sentido lato del término, que posibilita en este caso, que el sujeto, construya su yo simbólico, mediante el atesoramiento de situaciones placenteras,  que necesitan ser cosificadas, materializadas en números dulces, redondos, empalagosos, gozosos, que impiden la posibilidad, a quién queda embalsamado en tal puro placer, en determinarse en el deseo y la realización del mismo, o su camino hacia. El almíbar, como sustancia constitutiva, esconde tras su aparente bonhomía, el poder destructor de perforar, de atorar, de sepultar de una única sustancia al sujeto, encerrándolo en el plano de lo real, en donde consigue lo que quiere, el simple gozo, a costa de obturarle la posibilidad de seguir deseando y con ello de seguir siendo humano al sujeto encantado, que de esperma pasa a amniótico para terminar almibarado.
En este ciclo circadiano, el sujeto, deja de ser tal, y sólo se constituye en un mero ser biológico, en donde, a lo sumo será contemplado como tal, y en el mejor de los casos, tratado biopolíticamente, pero no subjetivamente, pues petrificado en tales líquidos, conservados en sus distintas espesuras, no se da la posibilidad de ser tal.
Sí bien, y tal como magistralmente lo detallara Jacques Lacan, con la metáfora de los nudos de Borromeo, cortando uno de los mismos se cortan los restantes, o como en la cinta de moebius, partís de un lugar le das la vuelta y volves al mismo lugar de donde saliste pero desde otro lado, la cuestión nodal, de nuestras democracias occidentales actuales, se puede apreciar más evidentemente desde este pliegue, desde esta perspectiva que se asoma desde lo almibarado de nuestra sociabilidad.
Bien podría decirse que el clivaje, para no ser traumática la escisión del hijo con la madre, debe realizarse almibaradamente, es decir, es el momento en el que irrumpe la sustancia, sustitutiva o complementaria de lo amniótico y seminal, mediante el rol paterno. Así como la prohibición del incesto es el principio de autoridad que trasciende la cuestión de género, e instaura un padre regulador, una regla que se masculiniza dado que en última instancia puede echar mano a la violencia instintiva para justificarse, a lo largo de nuestra historia el símbolo que logramos conceptualizar para cumplir o no cumplir una aceptación social, es el dinero, el billete, la teca, el contante y sonante, la tela, la lana, la mosca, la biyuya, la lata, la papota, la tarasca, o como lo quiera denominar. Esto es ni más ni menos que las distintas denominaciones en las que se desplaza la entidad simbólica de lo almibarado. La regla pasa a ser social, el padre, en su rol, no sólo que copula con la madre, que se sostiene en la prohibición del incesto, sino que además es el que consigue el dulce, el almíbar, la libada, la tajada, la porción de la torta, como también se expresa metafóricamente, en el accionar arquetípico de la succión que es en el plano individual y que en el plano social es la dinámica de la exacción. Las disputas últimas en relación a las preponderancias en cada uno de los roles desarrollados por géneros (hombre, mujer), no tienen que ver precisamente con la cuestión señalada del rol, que es precisamente la constitución predeterminada, como lo es, el juego, que encajan perfectamente como lo señalamos, o lo hubo de señalar el Lacanismo, con las figuras de Borromeo y Moebius, en las oscilaciones, que aportamos desde estas sustancias que no sólo han sido constitutivas (de hecho la vida misma proviene del agua y sin ella no sería tal) sino que lo siguen siendo, no solo a nivel individual, sino también social.
Este almíbar que permite la sociabilidad, que le garantiza al padre que se cumpla la ley de prohibición del incesto y con ella, todas las otras leyes que los padres simbólicos, mas luego dictaminan, a través de la política, debe ser en un proceso razonable de tiempo, escindido, nuevamente accionado el clivaje, para que el sujeto ya adulto, ya sujeto político, pueda experimentar la libertad, individual como política.
En estos períodos, es cuando la humanidad experimenta sus procesos de radicalidad cambiante, los llamados procesos revolucionarios, que son por lo general, en su mayoría, sangrientos, violentos o dolorosos, precisamente, porque prescinden del dulzor, se limpian de tanto almíbar y el descarnamiento, produce esta sensación de incertidumbre y desamparo, además de culpa y temerosidad de transgredir la regla de no tener regla y que todo valga (hasta en ese imaginario imposible el incesto y esto es lo que vuelve impracticable por mucho tiempo los periodos o momentos acotados de anarquía).
La filosofía así como la psicología para el individuo que busca o se busca en tal exploración de las palabras, se convierte en descarnada, en inservible, en impracticable, en enemiga de las cosas serias, de lo hacendoso, de lo importante, cuando se acendra en esta búsqueda que no es de lo verdadero, sino de lo descarnado, de lo enojoso, de lo despresurizado de las vainas de mielina en que se recubre el sujeto social, como para no sufrir, o para no temer.
La filosofía se transforma en un elemento a ser obviado, en ser encaramado en el almíbar de lo académico, de sus vanidades y complejidades, por un poder que está en uso de sujetos que no pueden, ni se animan a verse en su verdadera dimensión.
Los seres almibarados que construyen el gozo de que habitemos en un pacto social que siempre es perfectible, nos ofrecen más dosis del mismo producto, lo cual nos dispara a un paroxismo social que cada tanto, retorna, a un punto cero. En verdad al mismo punto como la cinta de Moebius, o se desatan todo los nudos, al desatarse uno, como los de Borromeo.
Sólo nos queda determinar en qué momento estamos, sí más próximos a barajar y dar de nuevo, de soltarnos de tanto almíbar, o aún resta para ello. Esta es la explicación de porqué, es el síntoma, de la importancia que cobraron los adivinadores modernos, los que auguran. Los encuestadores, los pronosticadores o gurúes de lo metodológico que nos dicen quiénes ganaran la próxima elección para que luego, tal resultado sea explicado por los comunicadores o analistas de tal fenómeno.
Esta es la razón, por la que cuando hablamos de la sinrazón de la razón entronizada, almibarada, aplacada por esta eruptividad de glucosa, los medios y canales se cierran a que estos planteos puedan circular con fluidez.
Somos seductoramente encantados, por quiénes decimos criticar, en tal lecho empalagoso, en donde dulcemente hemos rubricado la complicidad almibarada, seguramente, en un lento y progresivo camino sin retorno a una letanía de la que implosionará un nuevo orden que se ajuste a nuestras demandas como a nuestros límites que recorremos y recurrimos, una y otra vez, pero desde lugares distintos y con sustancias diversas.




sábado, 27 de mayo de 2017

¿Por qué los políticos en campaña no nos prometen más o mejor democracia?.

Podría constituirse en la prueba irrefutable que de la democracia lo único que realmente les importa es su semántica. El simbolismo, marcado a fuego, el totemismo que lo democrático, es la última playa en donde desembarca la razonabilidad humana. Una suerte de epifenómeno, que demostraría que existe un avance cierto e indiscutible de lo humano. La justificación de nuestras existencias errabundas, del arrojo sin ton ni son al que hemos sido sometidos, y que por no tolerar tal orfandad, creamos a partir de esta sublimación de lo negativo, el sentido, en política, la complementariedad, de que prevalecimos por sobre poderes dinásticos, eclesiásticos y militaristas. Somos derechos y humanos, porque nos decimos democráticos. En la reverberación de la semántica (de aquí que en los últimos tiempos lo democrático se juega en los medios de comunicación, porque sólo es un reflejo de una idea, de un concepto, cuya traducibilidad es un imposible) más allá de que seamos obligados, invitados, condicionados, a optar, nunca a elegir (sí así fuera deberían aceptarse las candidaturas más allá de lo partidocrático, o que el azar elija una cámara de representantes en donde todos tengan, realmente, las mismas posibilidades de ser electos) en un acuerdo tácito con la dirigencia que se nos ha instituido como el padre regulador, normativo, el amo disciplinante, nos prometen, consabidamente todo aquello que no nos van a cumplir, pero no lo peor, lo más significativo, o lo más evidente de ante quiénes estamos, es que no nos dicen, con quienes nos van a gobernar, bajo que parámetros, metodologías elegirán a sus equipos técnicos, a sus grupos de colaboradores, o como quieran llamar a sus asesores, colaboradores o quiénes sean que les ayuden en la tarea para lo que propusieron. La firma de tal cheque en blanco, para que a partir de la ratificatoria de mayoría, hagan y deshagan a sus respectivos antojos, se avala, se respalda, cuando, en la previa electoral, desarrollan todo tipo de promesas, para los diferentes segmentos en los que se divide una comunidad y arman y desarman, proyectos para cada compartimento, con la misma facilidad, que los niños construyen y destruyen castillos de arena.   
Les debería dar vergüenza.  Hacer campaña mostrándose como si fuesen hijos dilectos, de amos celestiales, que a ojo de buen cubero, solucionaran por inspiración mística, todos y cada uno de los problemas que se les puede presentar a una comunidad dada. Este abuso de los tipos de liderazgo Weberianos, se exacerba ante el carismático, que es hiperbolizado por una maquinaria pseudo profesional de consultores y marketineros, que a cada situación social o política, le encuentran su definición para Twitter. En ciento cuarenta caracteres el hambre de un niño, la falta de trabajo de un adulto, o las posibilidades de producción mediante un me gusta en Facebook o una foto en Instagram se resuelven, fatídicamente, claro está.   “Cuando Lacan en Vincennes habla de producir vergüenza no propone generar culpa ni fijar al sujeto a significantes amo; se trata, por el contrario, de que cada uno se anoticie del goce que está implicado en el uso que hace de los significantes que privilegia en su existencia. Es en esos significantes donde el sujeto encontrará su verdadera nobleza”. (Ortiz Zavalla, G. “Malestares actuales”. Aperiódico Psicoanalítico. Número 29).
El goce que deberíamos propiciar, es el de que podamos elegir, no al intendente, al jefe comunal, al alcalde, al gobernador, al presidente, al primer ministro, o la definición semántica que posea el político, ofrecido a ser ratificado por la mayoría. Esto es el engaño, desde donde nacen truncas nuestras esperanzas de una democracia que tenga que ver, con que los asuntos del estado se entrecrucen con las cuestiones que nos suceden. Estas personas, los candidatos, ya están elegidas, y no debemos dar importancia que así sea. Claro que tampoco tenemos que creer que las elegimos, como algunos nos pretenden seguir haciendo creer, como si además esto fuese positivo. Ya lo deberíamos saber, y de allí que tendrían que tener vergüenza y nosotros hacérselas sentir. No pueden gobernar para repartir objetos, o para implementar programas preestablecidos. Lo establece muy acertadamente el siguiente autor Panameño, a quién citamos para quitarnos el eje de monopolizadores de la palabra, y como muestra de que en cualquier parte del globo (el democrático occidental) nos sucede lo mismo: “A los y las gobernantes que les hemos delegado la gobernanza, son los que nos representan en los diferentes espacios públicos: nacionales e internacionales. En las últimas décadas hemos presenciado cómo ni tan siquiera nos pueden representar dignamente. El problema va más allá del moralismo de denunciar el buen o mal comportamiento de determinados funcionarios y funcionarias. El problema está en que nuestra “clase política” entró en una crisis irreversible de legitimidad. Aun así, en esas circunstancias, un alto porcentaje del populus, en particular al grupo más alienado, quiere ser como esa “clase política”, que está compuesta por varios sectores muy heterogéneos, por un lado lo que voy a llamar la “lumpenyeyesada” que es un elemento importante de esa “clase política” que no tienen cultura ni conciencia política, pero son un ejemplo fetichizado para amplios sectores del populus, así por muy banal que sea su gestión, tendrán un espacio en la “clase política”, a razón de que tienen un arrastre electoral alto, además tienen puestos públicos de relevancia por las mismas razones. Otro sector de ésta “clase política” son lo que Marcos Roitman llamaría “operadores sistémicos,” son aquellos que no necesariamente son un ejemplo fetichizado, pero que en buen panameño resuelven, habitualmente son los que usan el clientelismo como elemento cohesionador; son flexibles: por eso cambian de partido fácilmente o de estatus de independientes a partidarios en un abrir y cerrar de ojos, pero además, y más importante, son funcionales a los intereses de la élite dirigente plutocrática, siempre y cuando estén garantizados sus intereses. Por lo tanto, se requiere – y quizás por las fuerzas de las circunstancias acontezca – el surgimiento de nuevos líderes y lideresas políticas honestas, y un pueblo empoderado capaz de participar políticamente, que se enganchen con sus necesidades objetivas y materiales, en un medio en donde nuestra “clase política” cava su propia tumba. (Rodríguez Reyes, A. Debacle de la clase política Panameña).
La tumba señalada por el autor, es para nosotros la pérdida del poder o la muerte civil por parte de estos actores, que continúan ratificando, con estas actitudes, que no están pensando, sintiendo o viviendo una experiencia democrática, sino totalitaria, o sujeta a una dialéctica de amo y esclavo, de la cual no pretenden, ni para los otros, ni para sí, otros estadios que no sean estos, nefastos para una experiencia de libertad.
La muerte civil es en verdad una ficción jurídica, ha sido en algún tiempo de la historia, una especie de penalidad extrema que simulaba una especie de esclavitud moderna o al menos no tan antigua. Nunca se llegó a implementar en forma sostenida, pero asoma, cada tanto y por sobre todo en culturas feudales, como una suerte de acechanza para los que creen en el temor reverencial (los que se resguardan en posiciones de poder o ventajosas sobre otros, para esquilmarlos en sus capacidades, bienes o energías, abusivos que incluso transgreden la lógica filiar y se aprovechan de sus vástagos o familiares) de que el poder, que alcanzaron o que poseen, se le discurrirá de las manos, producto de la puja que llaman democrática, pero que es en verdad un mero juego estadístico, para ver quiénes reparten mejor la bolsita de mercadería, la dádiva, la prebenda, para los más necesitados, y las expectativas para los que logran tener algo en el buche, en la panza, en el estómago  y quieren no cambiar nada, sino se ellos quiénes también estén en la cúspide de la pirámide. El problema es que hacemos, con las piltrafas humanas que quedan desbastadas, destruidas, a merced de la muerte civil, que es ni más ni menos que el acabose existencial más no así la extinción física. El vagabundeo, errabundo, por parte de los que se creían actores indispensables e insustituibles de la cosa pública, instados a ubicarse en tiempo y espacio de lo que son y han sido es el fiel reflejo del lugar que verdaderamente ocuparon para los otros.
Estos sujetos deberían constituir una suerte de Sanedrín, consejo de ancianos o Senado Vitalicio, que guarde sólo para ellos, en tal ficción de la que nunca podrán salir sí es que no demuestran por motus propio voluntad para ello, este enmascaramiento de la fábula de la campaña permanente, de que solucionarán todo y cada uno de los problemas de los ciudadanos, que supuestamente dependerán de lo que hagan o dejen de hacer. Más allá de lo presupuestario, el sostener esta suerte de Panóptico de Bentham, donde nosotros, los que pretendamos una experiencia de gobierno, con más semejanzas a una democracia o como se la quiera llamar, podamos ver en tal edificio transparente, a estos  políticos en el delirio extremo de sus propuestas, de sus poses, de sus postureos, de sus mentiras inacabas e incomprensibles. Esta suerte de observador nos dará la posibilidad de saber que es a lo que podemos aspirar y que es lo hemos venido padeciendo.
La puerta de ingreso a tal lugar, el franqueo, el límite, para habitar uno u otro lugar es muy básico y sencillo. Pídale a su político que le hable de democracia, que le diga cómo cree que se encuentra, en caso de que así lo entienda, como la mejorara, como la hará más democrática. Un político que quiera hablarle de otra cosa, de acciones, de propuestas, de proyectos, de cosas concretas, no es un político, será cualquier otra cosa (podría ser desde un autómata hasta un charlatán, pero caracterizarlos es lo de menos) menos un político.

Un político que no hable de democracia, debería estar muerto democráticamente, debería estar confinado en el panóptico señalado, para que cada tanto, cuando tengamos tentaciones antidemocráticas, miremos tal lugar y observemos la anti humanidad y la anti política en grado sumo.

viernes, 10 de febrero de 2017

El juego del Fort-Da en lo democrático y la necesidad de redención.-

Tanto en su definición primigenia, o la que deriva de su etimología, la concepción de salvar, o rescatar, es perfectamente atinente a lo que precisa nuestra institucionalidad política occidental. También lo es en su vinculación con la referencia filosófica de la redención. Phillip Mainländer, sostuvo de tal forma su cosmovisión, que sintéticamente postulaba que la muerte de Dios había generado la fragmentación, la multiplicación, la diseminación de la energía existencial, o lo “nuestro” como fenómeno, que inercialmente pretendía retornar a la conformación de ese uno, de esa totalidad, y por la que, esa fuerza inmanejable, actuaría como condicionante, como regidora de nuestras posibilidades de libertad o de elección, generando con ello, sensaciones limitantes, cuando no angustiantes de lo humano. Sí trazamos la metáfora, el traslado de la elaboración del plano individual al colectivo, algo no muy distinto nos sucede en relación a nuestra democracia desde la perspectiva ciudadana. Son muy pocos, por no decir nadie, quiénes sin que tengan un provecho o un beneficio directo del sistema democrático, lo sostengan desde la razón o la emoción. La democracia desde al menos una generación que no genera otra cosa que la idea del mal menor, de la comparación, irracional y esotérica, con tiempos pasados en donde la humanidad ha probado otros tantos sistemas oprobiosos de organizarse, tan semejantes en resultados o peores que el actual, que precisa, imperiosamente de redimirse.
El haber detectado que en el tránsito del tiempo, en el devenir del acontecer, en el sucedáneo de lo cotidiano, tanto la representatividad, como la legitimidad, se dinamitan, se subdividen, infinitesimalmente tal como la partícula elemental, multiplicándose la posibilidad de perspectivas disimiles, que no puedan convergir en acuerdo alguno, en pacto ciudadano sostenible o contrato social que no fuera leonino o incumplible, es sin duda, uno de los frutos actuales que logramos cosechar, en el mismo nivel de certeza en como nos terminaremos de organizar políticamente una vez que redimamos a la democracia que la volvamos a su unidad de sentido, formal como conceptual.
Aquí se vislumbra un obstáculo metodológico, táctico, para arribar a esta finalidad estratégica. La sustentabilidad de esta democracia sin redención, de esta democracia angustiante o incierta, esta acendrada en un perverso juego de presencia-ausencia, que tiene como objetivo el esconder, el velar, aquel principio fundamental de la unidad que se hizo multiplicidad y que por tanto, busca, angustiosamente, volver a ese uno.  Esta suerte de ocultamiento encantado, tiene un propósito, como  aquel señalado a la técnica, para que mediante las reproducciones del ente, olvidemos al ser. A decir  verdad, o mejor expresado, ya investigado por Sigmund Freud, esta manifestación es contundentemente arquetípica.  En su observación que dio en llamar el juego del Fort- Da (En su texto “Más allá del principio de placer”), el padre del psicoanálisis, dio cuenta del proceso de elaboración que nos lleva a fabricar nuestras ausencias, como presencias rotativas, a las que siempre podemos echar mano, simbólicas, fetiches, o sacras, con la consumación de que sean sustitutas de aquellas que se nos han ido, dado que no aceptamos la finalidad en sí misma, el acontecimiento no sucedido, el desamparo de lo incierto, la noche inconclusa, la reacción ante el horror al vacío, o ni más ni menos que esa multiplicación ad infinitum que es la prueba fehaciente de la muerte de dios, entendido este como uno, como totalidad, como principio y fin.
Lo que tenemos como democrático se sostiene en todas y cada una de nuestras ciudades occidentales, gracias a las expresiones peores de lo democrático en nuestros representantes o políticos, que menos representan esa idea, o ese concepto de lo democrático. Esta es la razón fundamental, en este juego, arquetípico, inconsciente, del porqué, tenemos una calidad  democrática de la que nos vivimos quejando, a la que venimos criticando en un in crescendo que parece no tener fin ni finalidad. Mientras la presencia, la híper-presencia, que le garantizan a nuestros políticos, las extensiones de la técnica, mediante los medios de comunicación, las redes de información o socialización, y el aceitado engranaje que ponen en juego, sobre todo en tiempos de campaña electoral, cuando mediante los dineros públicos, se garantizan este omnipresencia, es cuando más tienen que hacernos sentir que tras toda esa multiplicidad de manifestaciones, que en verdad no son más que los nombres, apellidos y caras de los políticos, no existe más que la ausencia de lo democrático, tanto de su definición en sí misma, como de los valores, la tradición o la teoría democrática. “Es necesario que la Cosa se pierda para ser representada”, afirma con contundencia Jacques Lacan. Esa ausencia, mediante la presencia de sus consideraciones no democráticas, de sus postureos ególatras, de la puesta en escena de la feria de vanidades en que se ha convertido lo democrático, sostiene, refuerza y galvaniza el deseo de que alguna vez tengamos todo eso que nos dicen que tenemos, pero que sabemos que no es así. Podemos ejemplificarlo de la siguiente manera. En el caso de que de cierta forma, lleguemos a creer en la manifestación de que alguien nos diga, nos certifique, sin duda alguna, que existe algún tipo de vida en el más allá (y como es la misma)  o después de la muerte, las religiones dejarían de existir, tal como existen hoy, se modificarían en grado radical. La ausencia de certeza con respecto a lo que nos sucede una vez muertos, es la presencia que sostiene la fe, que es el motor esencial de las religiones y sus derivaciones metodológicas o dogmáticas. En tanto y en cuanto, la democracia, vaya significando, cada vez más, todo aquello que puede ser como expectativa, como finalidad desiderativa, como lo que llegar a ser alguna vez, será por imperio, de la ausencia de tal realidad, manifestada mediante la presencia de políticos que manifiesten una idea, poco democrática, alejado de lo democrático, en nombre de esa institucionalidad democrática.
Aquí se vislumbra con claridad meridiana la complicación gordiana y el grado de perversidad en que ha llegado el juego de presencia-ausencia y la necesidad que tenemos de redimir lo democrático, de salvarlo o rescatarlo.  La propuesta, a nivel filosófico, implementada por Mainländer, es de imposible continuidad. Al acabo de publicar su filosofía de la redención se suicidó, como capítulo final de su vida-obra que incluía el no dejar descendencia para contribuir a no seguir multiplicando la subdivisión que había trazado como síntoma de la muerte de dios, y su retorno lo más rápido posible a lo uno, mediante su propia aniquilación. Sin embargo, esto mismo nos puede llevar a comprender, las razones del porque en muchos lugares en nombre de la democracia se han llevado, acciones ipso facto, que generaron muerte, violencia y caos. Arguyendo, tal vez, que la última ratio es precisamente la sinrazón de los instintos más básicos que más nos alejan de nuestro ser cultural, consideramos sin embargo, que este sendero, ha sido y lamentablemente, aún para algunos lo sigue siendo, harto transitado, sin que nos haya conducido a que resolvamos, ninguna de nuestras disquisiciones estructurales más elementales.
Paradojalmente, mientras las sociedades se debaten en constituirse en más democráticas, más se estarán alejando de esto mismo. Las experiencias en la actualidad (o en ciertas comunidades occidentales) así lo demuestran, en un camino, que tiene un solo destino. La recuperación, la redención de lo democrático, que será otra cosa; otra cosa constituida tras la experiencia acontecida. Lo que dan en llamar democracia directa, participación ciudadana, estados asamblearios o deliberativos, avanzarán hacia perspectivas que dejaran de ser, esto mismo que entendemos como democrático. La presencia de estos nuevos elementos, pondrán en el fárrago conceptualizaciones, que nos harán sentir la necesidad de la ausencia, de aquellos que creíamos necesarios en su presencia o híper-presencia, es decir lo que se da en llamar clase política actual o los politocrátas a cargo del poder en occidente en los últimos años en nombre de lo democrático.
Por supuesto que este proceso no será lineal, ni ascético, ni claro. De hecho, ya ha comenzado, no lo es, no lo será y el solo hecho de pretenderlo ya se constituye en un error de concepto craso.
Todos aquellos que pretendan constituirse en partes hacedoras de este rescate de lo democrático, para que devenga en otra cosa, con sus manifestaciones, en el ámbito que lo consideren, hasta incluso, con posiciones, que puedan porque no, contener, la contundencia de lo silente, estarán contribuyendo, a este caldo de cultivo en el que nos encontramos, para multiplicar la presencia de nuestras consideraciones, ideales, utópicas, hasta confusas y equivocas, de lo democrático. Plantar, infinita e indefinidamente, en todos los lugares que sean un lugar, nuestros semblanteos acerca de la democracia, hará que surja la necesidad compensatoria, de que nos libremos, de que sintamos la pretensión de la ausencia, de esos que hoy, nos saturan con su híper-presencia, los que manifiesta o semánticamente, se definen como democráticos, pero que nos hacen sentir la necesidad de la democracia, pues no la llevan, ni la piensan llevar a cabo, al contrario, la someten, la sojuzgan y en nombre de ella, es que se benefician, personal e individualmente, a costa del perjuicio social y colectivo, para saciar sus deseos y ambiciones más nimias y sectarias, que nada tienen que ver, o muy poco, con nuestra condición de humanos. Independientemente de qué nos suceda, en ese más allá del que trata la religión como la filosofía, lo que nos sucede mientras tanto, es lo que define nuestra calidad de sujetos y eso es lo que está en juego y en valor. Determinar qué clase de bichos somos es la clave de nuestro desafío político colectivo. Ausentarnos de esta discusión genera la presencia de quiénes, falsa y perversamente dicen representarnos en sus viles beneficios. Estar presentes, es dar un testimonio, una reacción, sea cual fuere (preferentemente las que estén libres de violencia, dado que esta metodología ya ha sido probada) para que en esta multiplicidad de voces, de manifestaciones, encontremos la redención; la salvación, el dios político, la convergencia, que seamos todos y ni uno a la vez, sin que por ello, nadie sienta que no pueda manifestar lo contrario y no tenga la chance de ser escuchado y que le den la razón.  
BIBLIOGRAFÍA:

Freud, S. Más allá del principio de placer, O.C. T.XVIII, Amorrortu.

Lacan, J. El seminario, libro 1, Los Escritos Técnicos de Freud, Paidos, Bs As.

Mainländer, P. Filosofía de la redención. Traducción de Manuel Pérez Cornejo. Edición de Carlos Javier González Serrano. Xorki. Madrid.