domingo, 4 de febrero de 2018

La inutilidad, para la democracia, de combatir la pobreza.

Oscar Masotta, que bien podría constituirse en el símbolo para la perseverancia irredenta de vincular política con psicoanálisis, aleccionaba que “En el Narcicismo está en juego la determinación del sujeto con el goce. Y que tal punto se constituía en el corte en el psicoanálisis con la política. En la práctica psicoanalítica vale siempre la reafirmación de lo inútil…” (Masotta, O. “Lecturas de Psicoanálisis. Freud, Lacan. Pág. 210. Paidós. 2015. Buenos Aires.) más en la política no. En la política, resolver la cuestión de la pobreza, no sólo es un imposible, en términos psicoanalíticos (como el psicoanálisis y la política) sino además es algo inútil.
En esta suerte de “Masottismo” del que bien nos podría alertar nuestra propia referencia, cuando  afirma: "Los psicoanalistas en la historia del psicoanálisis, individualmente, con respecto a la política, han sido siempre unos imbéciles. Cuando se ponen a hablar de política es lamentable". (Ibídem; 211) nos cabe realizar la siguiente aclaración.
Por política entendemos lo subyacente, incluso a su actual, sucedáneo democrático. Desde la abdicación, de los fenómenos totalitarios puros, en la sacralización o totemismo de la democracia como valor político-ciudadano, se produjo una suerte de invaginación, en que por sobre todo, quiénes nos dedicamos a las letras, transformamos en una zona de confort, en una suerte de estado intrauterino social. Hablar en términos críticos de lo democrático, se constituye en una perspectiva matricida. Nada que pueda ser planteado desde la política, debe salir de la circunscripción democrática tal como la venimos entendiendo desde  su aparición a esta parte.
Sí algo está más que claro, a diferencia de lo oscuro y laberíntico que representa lo político, es lo que sentimos, valoramos y entendemos por democrático. Con tal de que nos permitan votar cada cierto tiempo, nos basta y sobra en el campo social y colectivo. En lo respectivo a lo individual, como no podemos hacer generalizaciones razonables por circunstancias obvias, sólo diremos que nos contentamos básicamente, con que nos dejen exteriorizar nuestra agresividad hacia los otros, sin que paguemos grandes costos por ello (es decir sobre todo en el plano simbólico) nos licenciamos en la posibilidad de pensar en quiénes realmente son los mártires de nuestra experiencia democrática: los miles en las aldeas, que se transforman en millones en la suma de las mismas, que no están dentro de los límites del barrio, del gueto, en donde se come, se vota, y se vivencia una cierta posibilidad de creernos libres por expresar algún pensamiento o verter una sensación que creemos propia.
La política, en su desarrollo real, no puede, ni podrá en lo inmediato, desembarazarse del significante democrático, que lo engloba, que lo circunscribe, que lo define, que lo limita. En términos teóricos, seguir pensando en este mismo sentido, nos hará continuar por el sendero en donde estamos olvidando lo significativo, la prioridad de la política, se define precisamente, por lo primordial que escoge como concepto para lograr su fin. Para ponerlo en otros términos, que la política deba resolver, o encargarse, o tratar, de que menos gente padezca hambre, debería constituirse en su matriz esencial, en su definición performativa.
Pero el alerta que nos impuso Masotta, oblitera la posibilidad, en la que sin embargo, se viene escogiendo, persistentemente. Es decir en querer hacer aparecer a la política, que escogiendo lo democrático (y no condicionada o secuestrada por ella) definirá alguna vez, por la conquista de hombres agrupados en posiciones, sobre todo de izquierdas (o populares o populistas, aún con un eje que se corro más al centro o incluso a la derecha) que por obra y gracia, de una extrema lucidez, en una suerte de aborto de la naturaleza, pongan el carro delante del caballo y lleven a cabo el imposible, de que la política democrática o democratizada, defina como prioridad o política de estado central el combate contra la pobreza.
Esto es lo que ocurre en términos reales. La traducción no es más ni menos que los intentos imposibles con que chocamos, cada vez que damos cuenta que la democracia no nos lleva, a tal y supuesto fin. Buscamos por el lado incorrecto tal falta de empalme. Nos agotamos en el habla, nunca inútil, de creer que el principal problema es el económico, el moral, lo azaroso y hasta lo divino.
Precisamente en las palabras está la clave, como el psicoanálisis, como en la filosofía, como en la democracia.
Los que tenemos resuelta la posibilidad de comer y de subsistir con mediana dignidad, construimos, más luego de tener el estómago saciado, conceptos que representan la explicación de porqué hemos conseguido o no conseguido, lo mismo da, algún que otro deseo, sea que los mismos nos correspondan de acuerdo a nuestro libre albedrío o sean representaciones dictatoriales de estructuras que nos determinan, por más que nos demos o no nos demos cuenta, de las mismas.
Rebozan las palabras en el reinado de lo democrático. Quiénes golpeados por cierta sensibilidad, y despertados por cierta curiosidad, damos cuenta que, son muchos otros, reales y ciertos, que se agolpan en el abismo de los archipiélagos de excepción, tomamos como opción válida, el psicoanálisis, para ocluir nuestra sensación de culpa, o mejor expresado, lavar la responsabilidad.
La política, es el significante, para el que sobrevive, más allá de la norma, incluso, por más que caiga penalizado por la misma (esta es una explicación valedera de lo lejos que estamos de que la justicia en términos institucionales busque algo parecido a lo que por definición se propone). La política, es el campo, en donde las palabras, pueden ser utilizadas como un recurso más, pero nunca el único o necesariamente el primordial. En los terrenos de la política, lo que está estructurado como un lenguaje son las necesidades básicas, que deben ser satisfechas de la manera que fuesen, de lo contrario la experiencia de tal humanidad termina en tragedia, en lo inacabado o inexpresado, como muchas veces.
Es imposible que entendamos bajo el amparo de lo democrático, la dimensión de la política, por ello, es que el hambre o el combate que se dice librar para erradicarlo, no es más que eso, el plano semántico, de una perspectiva simbólica que en el mejor de los casos, sólo será decodificada en un diván, y su traducibilidad expresada en un artículo de ínfulas psicoanalíticas, con tintes sociológicos y filosóficos.
La pobreza de los otros es el precio que le pagamos al analista para que nos diga que no podemos hacer mucho más de lo que estamos haciendo, dado que lo contrario, sería salirnos de nuestra zona de confort, el punto de corte definitivo que dimos en llamar democracia, en el acabose de tal relación política, que trasvasa lo terapéutico, sabemos que el deseo del otro, es ni más ni menos que el deseo del analista, que cada vez que puede nos insta a que prosigamos en nuestro vinculo histérico e imposible en esa tríada, de política, pobreza y democracia, de lo contrario quedaría el diván sin paciente y nosotros sin palabras.







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